Escribo esto desde el escritorio de la habitación 506 del Hotel de Las Letras, en la Gran Vía de Madrid, con su suelo de madera y sus paredes granates, una de ellas adornada con un texto de Chéjov. Las habitaciones de Las Letras no son todas del mismo color ni están decoradas con cuadros hechos en serie, comprados al por mayor en una macrosuperficie sueca del mueble. Cada habitación está personalizada con un verso o un texto. Supongo que es por lo de Las Letras. Sea por lo que sea, una idea brillante, un detalle de exclusividad que le da un rollo a este hotel que lo ha convertido en casa desde el primer día que ­entré.

Paso en Madrid una media de una noche a la semana. Si hago números rápidos, un poco a voleo, en los últimos quince años puedo haber dormido en Madrid el equivalente a dos años de mi vida. En las próximas autonómicas voy a exigir el derecho a voto.

Antes de descubrir Las Letras frecuentamos otros hoteles, hasta que una compañera de producción consiguió un acuerdo con los dueños que nos permitió pernoctar en Madrid en un cuatro estrellas, claramente por encima de las posibilidades de un pequeño programa de una pequeña televisión como era La Sexta en aquel momento.

En Las Letras hemos cerrado y grabado entrevistas, hemos releído y reescrito guiones, hemos hecho simulacros de la entrevista que haríamos al día siguiente, hemos pasado los nervios que uno tiene antes de sentarse con un Aznar, con un González o un Florentino, o de montar el segundo cara a cara entre Iglesias y Rivera. Ya no hubo más. Nos hemos reunido por primera vez con Iván Redondo o con Cayetana Álvarez de Toledo. Las Letras ha sido nuestro centro de operaciones. Nuestro campo base antes de atacar la cima, sin saber si el tiempo nos iba a acompañar.

En Las Letras nos hemos enterado de que las eléctricas se habían cabreado por nuestro último programa, de que estábamos en la cuerda floja o de que nos acababan de conceder un Ondas. También hemos compartido momentos íntimos con el equipo que a la vez te hace de familia: nacimientos, separaciones, bodas, biopsias, roces, reconciliaciones. Hemos celebrado días del Orgullo o Copas del Rey del Barça, y hemos cerrado las ventanas de doble cristal para no escuchar el jolgorio madridista de Cibeles tras su enésima Champions.

A Las Letras le quedan dos meses de vida. El 30 de junio cierra sus puertas para empezar unas obras de reforma que lo convertirán en un luxury hotel . ¿Para reformar qué? Si el hotel está estupendo. Debe de ser que es poco lujoso leer poemas en las paredes. Los propietarios del inmueble, la compañía de inversión Millenium Hotels Real Estate, ha llegado a un acuerdo con Nomade People, cadena hotelera detrás de la cual algunos sitúan a Antonio de la Rúa, hijo del expresidente argentino que huyó de la Casa Rosada en helicóptero tras ser el impulsor del corralito.

Madrid tendrá otro cinco estrellas para mayor gloria de su presidenta, que celebra la consecución de cada luxury hotel como quien caza un elefante en la sabana africana. Nosotros perdemos el trato de una plantilla de trabajadores y trabajadoras que viven con angustia estos meses.

El hotel seguirá luciendo su espectacular fachada, joya arquitectónica del centro de Madrid. Curiosamente, el edificio hace esquina con la calle de la Virgen de los Peligros. Siempre hacíamos broma con que esa era la santa que nos tenía que proteger de los riesgos de la noche madrileña, famosa por su libertad. Pero no. Se refería a otros peligros y a otras libertades, las del mercado. Las cifras han vuelto a vencer a las ­letras.

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Cifras y letras

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13.04.2024

Escribo esto desde el escritorio de la habitación 506 del Hotel de Las Letras, en la Gran Vía de Madrid, con su suelo de madera y sus paredes granates, una de ellas adornada con un texto de Chéjov. Las habitaciones de Las Letras no son todas del mismo color ni están decoradas con cuadros hechos en serie, comprados al por mayor en una macrosuperficie sueca del mueble. Cada habitación está personalizada con un verso o un texto. Supongo que es por lo de Las Letras. Sea por lo que sea, una idea brillante, un detalle de exclusividad que le da un rollo a este hotel que lo ha convertido en casa desde el primer día que ­entré.

Paso en Madrid una media de una noche a la semana. Si hago números rápidos, un poco a voleo, en los últimos quince años puedo haber dormido en Madrid el equivalente a dos años de mi vida. En las próximas autonómicas voy a exigir el derecho a voto.

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