El Pepe no hubiese leído esto porque él solo compraba La Vanguardia los domingos. Y tampoco lo hubiese leído si se hubiese publicado el día del Señor. Porque el Pepe traía La Vanguardia, sí, pero más que para él, para sus hijas. Lo mejor de aquel diario dominical no era ni un artículo de opinión, ni el suplemento Magazine, ni el cuaderno de anuncios clasificados. Era el cartucho de churros que llenaba de lamparones la portada.

Los domingos eran día grande en aquella casa. Sin necesidad de que fuese una celebración especial, nos juntábamos fácilmente una docena a comer. A la Aurora, la mujer de Pepe, no sé cómo se lo montaba, siempre le acababa sobrando comida, fuésemos 12 o 18. La más beneficiada de aquellos banquetes era la Leika, una perra preciosa que iba comensal por comensal pidiendo comida como quien pide limosna. Pocos perros han logrado poner más cara de pena que aquel labrador.

Aquella casa estaba en Palau de Plegamans, un pueblo famoso por el Filiprim de TV3. El Pepe compró un terreno junto con otro paisano, el Evaristo, y echándole horas los fines de semana y con la ayuda de familiares y amigos levantaron su propia casa. Cuando llegaba el calor se hacía vida en la parte de abajo, que era más fresca. El verano en Palau olía a tomate recién cogido del huerto y sonaba a casete de Perlita de Huelva o Antonio Mairena.

El Pepe estaba orgulloso de ser paleta. Era un tipo recto, cumplidor, práctico, pero también disfrutón. No se complicaba la vida. “Déjate de pamplinas”, solía decir. Te explicaba con ganas las obras en las que había trabajado. Su joya de la corona era haber levantado colegios públicos en Andalucía. El Pepe, un hombre sin estudios pero con mucha mili, sabía que construir colegios no era una obra más. También sentía orgullo de que sus tres hijas hubiesen acabado sus carreras universitarias. Quién se lo iba a decir a él cuando llegó a Nou Barris desde Córdoba. Emigró a Catalunya cuando ya no era un niño, pero nunca fue un nostálgico. Eso no quita que cada verano cargase su C15 y bajase a Baena a ver a los suyos.

Hace más de 25 años que le conocí. El motivo: era el padre de la chica de la que me enamoré, cuando todavía íbamos a la facultad. El Jordi era el chico que llamaba mucho a aquella casa, cuando los teléfonos eran fijos, el supletorio góndola y quien cogía primero el teléfono nunca era ella.

Yo siempre tuve un poco de complejo. Su otro yerno, el Albert, era un manitas de cuidado. Sabía de carpintería, albañilería, jardinería, lo mismo te colgaba una lámpara que te colocaba un parquet. Y mientras, yo leía La Vanguardia. La comparación era tremenda.

La que nunca me perdía era la cita del vermut dominical: chips, boquerones en vinagre, aceitunas, cacahuetes sin piel y un par o tres de vasitos a punto de rebosar de fino Baena. El Pepe nos entrenó para que cuando llegase la Feria no cayésemos en el primer round, que el fino lo carga el diablo.

Fue en aquellos vermuts cuando empezamos a observar que el Pepe repetía historias que nos acababa de contar. Alguna de su hermano Rafalito, otras del trabajo, y a veces le teníamos que recordar que su único nieto se llamaba Diego. El deterioro fue tan lento como implacable. Más de una década convivió con el alzheimer, con unos años finales muy duros en los que sus hijas le cuidaron y mimaron hasta el final.

El Pepe nos dejó el sábado, aunque ya hacía tiempo que se había ido. No se enteró ni de los ministros de Sánchez ni de la victoria de Milei. Hacía años que los domingos de Palau habían dejado de ser un día especial. Mañana en su honor compraré La Vanguardia , con su cartucho de churros, brindaré con fino Baena y mancharé la portada. Igual al final ni la leo.

QOSHE - El Pepe - Jordi Évole
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El Pepe

9 11
25.11.2023

El Pepe no hubiese leído esto porque él solo compraba La Vanguardia los domingos. Y tampoco lo hubiese leído si se hubiese publicado el día del Señor. Porque el Pepe traía La Vanguardia, sí, pero más que para él, para sus hijas. Lo mejor de aquel diario dominical no era ni un artículo de opinión, ni el suplemento Magazine, ni el cuaderno de anuncios clasificados. Era el cartucho de churros que llenaba de lamparones la portada.

Los domingos eran día grande en aquella casa. Sin necesidad de que fuese una celebración especial, nos juntábamos fácilmente una docena a comer. A la Aurora, la mujer de Pepe, no sé cómo se lo montaba, siempre le acababa sobrando comida, fuésemos 12 o 18. La más beneficiada de aquellos banquetes era la Leika, una perra preciosa que iba comensal por comensal pidiendo comida como quien pide limosna. Pocos perros han logrado poner más cara de pena que aquel labrador.

Aquella casa........

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