Tengo la suerte de no haber decorado la casa para Navidad. Ni pesebre, ni árbol, ni muñeco de Rey Mago subiendo por el balcón, ni barandilla iluminada que ni una discoteca poligonera. Nada. ¿Por qué? ¿Soy follower del Grinch? Para nada. Casi al contrario. Siempre me dio mucha pena que se acabasen las fiestas navideñas, y la consecuencia de ese final era tener que retirar las guirnaldas y demás elementos decorativos de casa. Así que para evitarlo, decidí no ponerlos. Es un acto absurdo porque por la misma regla de tres no me iría de vacaciones porque a la vuelta me da mucha pena que se acaben.

Siento que voy en contra de los tiempos. En este país se lleva sobredecorar. Hay municipios que colocan las luces navideñas para la Virgen de Agosto, convertidas en un reclamo turístico. El encendido es todo un acontecimiento al que el personal va como quien acude a un concierto de ColdPlay o de Camela. Con mucho más público que la investidura de un edil.

Los alcaldes compiten por ver quién tiene la iluminación más espectacular, el árbol más grande, la estrella de Belén más alta. Antes las poblaciones competían por quién tenía el trofeo de verano de más envergadura. A Coruña versus Cádiz. Teresa Herrera versus Ramón de Carranza. Pero el fútbol global ya no entiende de trofeos veraniegos, ignora el atractivo de un Colo Colo-Barça que acababa en tangana segura. Ahora los clubs grandes se prostituyen de tal manera que no tienen inconveniente en jugar un clásico en Miami a finales de julio, o una Supercopa de España en Arabia Saudí, que ya nos hemos acostumbrado, pero que la semana que viene se vuelve a jugar en Riad, una herencia que recibimos gracias al buen hacer de profesionales del balompié moderno como Rubiales o Piqué.

Mientras se esté jugando esa Supercopa, en muchas calles de municipios españoles se estará procediendo a la retirada de la decoración navideña. Un trabajo de la brigada municipal, un poder en la sombra de muchos ayuntamientos al que espero que Glòria Serra le dedique un Equipo de investigación este 2024.

Tras esta Liga de Alcaldes Extraordinarios que lucharon por la copa de Averquiéntienemásbombillasperomenosluces, toca desmontar el chiringuito. Y con ello, la ruptura de relaciones que se habían hecho fuertes esta Navidad. Esa vecina que echará de menos la bombilla parpadeante de la F de Felices Fiestas, que se colaba por la ventana del 1.º2.ª, cada noche, como un guiño luminoso y excitante, ella que siempre prefirió con la luz apagada. O ese entrañable peromiracomobebenlospecesenelrío después­deveradiosnacío que ha amenizado todas sus siestas desde el pasado 5 de diciembre.

Que las fiestas se acabaron lo certifica que en la nevera tengo dos botellas de cava abiertas, ambas con una cucharilla de café en el cuello. Ya sé que no funciona, pero lo sigo haciendo. ¿Con cuántas cucharillas en botellas de cava nos seguimos engañando? Apuntarse al gimnasio y no ir; comprarse una bici estática y que se convierta en un mueble, o traer un delantero brasileño que en unos meses te causará la misma ilusión que Rafinha recortando al borde del área.

Necesitamos estímulos, por falsos que sean. Zanahorias que nos permitan seguir, aunque sea en una rueda. Ya hay peña ilusionada por el carnaval del mes que viene. O por las elecciones gallegas. O por la futura ilegalización de partidos. O por el siguiente genocidio retransmitido por televisión.

También los hay que pensarán que mañana es 7 y que ya queda un día menos para Navidad. Mientras, en la oficina, en el súper o en la cola del ambulatorio el comentario más repetido será queganasteníadequeseacabasen. Tenemos once meses para olvidarlo.

QOSHE - Mucha bombilla, pocas luces - Jordi Évole
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Mucha bombilla, pocas luces

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06.01.2024

Tengo la suerte de no haber decorado la casa para Navidad. Ni pesebre, ni árbol, ni muñeco de Rey Mago subiendo por el balcón, ni barandilla iluminada que ni una discoteca poligonera. Nada. ¿Por qué? ¿Soy follower del Grinch? Para nada. Casi al contrario. Siempre me dio mucha pena que se acabasen las fiestas navideñas, y la consecuencia de ese final era tener que retirar las guirnaldas y demás elementos decorativos de casa. Así que para evitarlo, decidí no ponerlos. Es un acto absurdo porque por la misma regla de tres no me iría de vacaciones porque a la vuelta me da mucha pena que se acaben.

Siento que voy en contra de los tiempos. En este país se lleva sobredecorar. Hay municipios que colocan las luces navideñas para la Virgen de Agosto, convertidas en un reclamo turístico. El encendido es todo un acontecimiento al que el personal va como quien acude a un concierto de ColdPlay o de Camela. Con mucho más........

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