Me subo en el coche y contemplo como en el parabrisas caen del cielo unas partículas pequeñas y húmedas. Me acerco al cristal. Diría que son gotas de agua. Se trata de un fenómeno meteorológico extraño, pero me maravilla. Pregunto a los más viejos del lugar y me cuentan que lo llamaban lluvia. Me suena.

Mi madre me mandaba a buscar caracoles cuando llovía. Corre, vete ya, que con la lluvia salen. Al lado de casa había un descampado, y entre las plantas y malas hierbas, se escondían aquellos moluscos. A pesar de estar rodeado de bloques, aquel descampado era lo más cerca que estábamos del mundo rural. Tenías que coger el caracol con cuidado para no chafarle la concha. Era curioso ver como se replegaban simplemente con que le rozases los cuernos con la yema de los dedos. Era un gesto que estaba entre el miedo y la timidez. Acostumbraban a ser caracoles pequeños, de cáscara color marrón claro, de esos que en Andalucía te sirven en un vaso de café con leche con caldo. De vez en cuando se colaba alguno de los gordos, de color más oscuro. Esos eran los preferidos de mi madre, que acostumbraba a guisarlos con conejo.

Es maniática la mujer con los caracoles: le encantan pero es capaz de hervirlos tres y cuatro veces para que estén completamente limpios, sin babas. En el primer proceso de ebullición es angustiante ver como los caracoles intentan huir de la olla. A pesar de su lentitud al andar, huyen despavoridos, conscientes del futuro que les espera.

Ahora, en plena sequía, ¿cada cuánto saldrán de su caparazón? Dice el Peralta, un vecino del barrio, también caracólogo, que cada vez hay menos. Lo mismo que te dicen los pescadores de caña que se juntan por las noches en las playas de Viladecans o Castefa. Chaval, antes sí se pescaba, pero ahora cada vez quedan menos peces. Y menos pulpos. Y menos mejillones. Antes te ibas a las rocas y en un ratillo te llegaba para una ración. Ahora ni uno. El planeta, cada vez que puede, nos da a entender que es finito.

Llueve y pienso en los agricultores. Y en sus tractores ocupando las capitales. La de Barcelona fue una ocupación muy civilizada. Recibió el apoyo de gran parte de la ciudadanía. Algunos incluso salieron a aplaudirles mientras ocupaban las calles. En las manis del procés, ni un paper a terra. En las de tractores, aplausos. Somos el Mister Wonderful de las protestas.

La derecha y la ultraderecha no disimulan a la hora de intentar instrumentalizar a su favor las protestas del campo. Y si hace falta disfrazarse de agricultor indignado a cambio de rascar un puñado de votos, se hace, que para algunos todo el año es carnaval.

Hoy dicen que los agricultores intentarán boicotear la gala de los Goya, en Valladolid. No entiendo muy bien la vinculación entre las reivindicaciones del campo y el mundo del cine. ¿Qué responsabilidad tiene el cine español de las penurias del campo? Ayer Juan García-Gallardo, vicepresidente castellanoleonés, de Vox, nos dio alguna pista: “Yo creo que los señoritos no son los agricultores y ganaderos, los señoritos son los que quieren vivir de producir obras cinematográficas que luego no ve nadie”. Le recomiendo, si no lo ha hecho, que para entender el término señorito lea o vea Los Santos Inocentes, escrita por su paisano Miguel Delibes. Sería rebajarse demasiado a su nivel hablar de las necesarias subvenciones que recibe el campo, imprescindibles para su supervivencia, que es un bien común.

Buen fin de semana para releer a Delibes. En 1978 publicó El disputado voto del señor Cayo. Ya se hablaba entonces de la despoblación de las zonas rurales. Cuarenta y seis años después la previsión meteorológica no espera que llueva café en el campo.

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Salir como los caracoles

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10.02.2024

Me subo en el coche y contemplo como en el parabrisas caen del cielo unas partículas pequeñas y húmedas. Me acerco al cristal. Diría que son gotas de agua. Se trata de un fenómeno meteorológico extraño, pero me maravilla. Pregunto a los más viejos del lugar y me cuentan que lo llamaban lluvia. Me suena.

Mi madre me mandaba a buscar caracoles cuando llovía. Corre, vete ya, que con la lluvia salen. Al lado de casa había un descampado, y entre las plantas y malas hierbas, se escondían aquellos moluscos. A pesar de estar rodeado de bloques, aquel descampado era lo más cerca que estábamos del mundo rural. Tenías que coger el caracol con cuidado para no chafarle la concha. Era curioso ver como se replegaban simplemente con que le rozases los cuernos con la yema de los dedos. Era un gesto que estaba entre el miedo y la timidez. Acostumbraban a ser caracoles pequeños, de cáscara color marrón claro, de esos que en Andalucía........

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