Catalunya ha vivido una década política focalizada en un único asunto. El conflicto Catalunya-España sacó de la conversación pública –y durante un lustro también de la privada– cualquier otro tema, por trascendente y necesario que pudiera resultar su abordaje. La lógica era de una sencillez aplastante. Como cualquier mal era atribuible al hecho de carecer de Estado propio, todos los problemas iban a quedar resueltos en cuanto esa carencia se solventara. No valía la pena perder el tiempo en menudencias. A su vez, para el constitucionalismo, lo único urgente era confrontar y acabar con esa amenaza por todos los medios posibles. Así que desde la motivación contraria el resultado venía a ser el mismo: cualquier cuestión que no guardase relación con las banderas debía esperar mejor turno.

Sucedió algo más. En el terreno de juego del soberanismo el centroderecha fundió en negro. Desapareció de escena su articulación ideológica, cediendo todo el protagonismo programático a la izquierda. La crisis financiera, el 3%, el inflacionado caso Pujol, el miedo derivado de no ser independentistas pata negra, todo este sumatorio creó un acomplejado estado de ánimo, que sólo podía superarse renunciando al legado político que daba personalidad histórica a ese espacio. La derecha social soberanista o netamente catalanista siguió estando representada políticamente, pero solo en lo referente a la cuestión independentista, lo único que parecía contar en ese momento.

Hubo una doble consecuencia. Por un lado, el señalado aplazamiento de muchas cuestiones por suponer una amenaza de distracción del envite secesionista y su posterior represión y colapso. Por el otro, la desaparición del contrapeso conservador en el nacionalismo, haciendo de Catalunya uno de los territorios más volcados a la izquierda de todo el continente, sin discurso alternativo al propugnado por el auto­de­no­mi­na­do progresismo.

Hay que tener presente lo anterior para entender el verdadero alcance de que Junts haya decidido jugar políticamente ahora la carta de la inmigración. Y también para decodificar por qué desde la izquierda se sobreactúa acusándoles de abrazar el discurso ultraderechista y asimilándolos a posiciones xenófobas. La decisión del partido de Carles Puigdemont es fácilmente comprensible. La conversación ciudadana sobre el particular no solo existe, sino que es de gran intensidad. Hay movimientos políticos, como Aliança Catalana, incentivando que esta cuestión sea el eje central de la discusión pública ante las próximas elecciones.

Los sensores de movimiento indican que hay que recoger esa preocupación. Y puesto que Junts porfía desde su último cónclave ideológico en el 2022 por ser algo más que un movimiento independentista, rearmándose como un partido convencional, es normal que uno de los asuntos que intente abanderar sea este.

En cuanto a las acusaciones que desde la izquierda se lanzan a los junteros por supuestamente blanquear las tesis ultraderechistas, lo cierto es que provocan cierto sonrojo. Se explican por lo sorpresivo, disruptivo diríamos, que resulta en Catalunya que desde el espectro soberanista se ­aireen ciertos asuntos con otro enfoque tras tantos años de impostada unanimidad por el desistimiento e incomparecencia del centroderecha nacionalista en el eje de discusión social. Vamos, que el mudo era más guapo cuando estaba en silencio.

Catalunya no gestionará la inmigración a pesar de todo lo que se ha dicho esta semana. El anuncio del miércoles sobre la cesión íntegra de competencias por el Estado fueron fuegos artificiales que acabarán por apagarse tras colorear el cielo durante un tiempo. Pero sí sirvió para observar con nitidez como va concretándose un nuevo marco político en el que, rebajadas las reivindicaciones independentistas por parte de todos los actores, ganan aceleradamente peso otras cuestiones que llevan ya mucho tiempo discutiéndose en las mesas, sofás y camas de los domicilios. Lo vimos también con el informe PISA, un desastre que hubiese pasado prácticamente desapercibido en los momentos álgidos del procés.

Son buenas noticias. Hay que hablar seriamente de esas cuestiones aplazadas y silenciadas. Y es conveniente hacerlo con todas las miradas encima de la mesa para romper el falso consenso que empobrece la higiénica y acalorada discusión que merecen los asuntos más cruciales. Aquellos que han asentado los cimientos de una nueva sociedad que muta a una velocidad vertiginosa por muchas causas, entre ellas la permanente llegada de inmigrantes.

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El rearme ideológico del centroderecha soberanista

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14.01.2024

Catalunya ha vivido una década política focalizada en un único asunto. El conflicto Catalunya-España sacó de la conversación pública –y durante un lustro también de la privada– cualquier otro tema, por trascendente y necesario que pudiera resultar su abordaje. La lógica era de una sencillez aplastante. Como cualquier mal era atribuible al hecho de carecer de Estado propio, todos los problemas iban a quedar resueltos en cuanto esa carencia se solventara. No valía la pena perder el tiempo en menudencias. A su vez, para el constitucionalismo, lo único urgente era confrontar y acabar con esa amenaza por todos los medios posibles. Así que desde la motivación contraria el resultado venía a ser el mismo: cualquier cuestión que no guardase relación con las banderas debía esperar mejor turno.

Sucedió algo más. En el terreno de juego del soberanismo el centroderecha fundió en negro. Desapareció de escena su articulación ideológica, cediendo todo el protagonismo programático a la izquierda. La crisis financiera, el 3%, el inflacionado caso Pujol, el miedo derivado de no ser independentistas pata negra, todo este sumatorio........

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