Payeses, ganaderos, pescadores, médicos, profesores, empresarios y todo hijo de vecino comparte un mismo lamento: la carga burocrática. Cada vez más tiempo, más dinero y más malhumor destinados a satisfacer el insaciable apetito de la administración y su irrefrenable tendencia a querer ejercer el control absoluto del quehacer de las personas.

Pronto estaremos obligados a dormir, desayunar, almorzar y cenar con la sombra del funcionariado de turno a nuestro lado. A rellenar un formulario para ir al baño. Esto último cierto que todavía no es así. Pero no nos vengamos muy arriba. Denle tiempo al tiempo.

La telaraña del leviatán no para de crecer en paralelo a una sociedad cada vez más compleja y tecnificada. Y se hace cada vez más tupida. Papeles, papeles, papeles. Sea en su versión física o digital. Tanto monta, monta tanto. La tecnología, lejos de facilitar las cosas, como ingenuamente creímos que pasaría al principio, ha servido de excusa para incrementar las exigencias burocráticas al permitir el traslado de buena parte del trabajo que acarrea a las pantallas y teclados de los administrados que se pretende controlar.

Legislamos sobre todo y a todas horas. Y sucede que a cada ocurrencia legislativa la acompaña inevitablemente un despliegue administrativista que en su último eslabón se traduce siempre en unas nuevas obligaciones burocráticas. En paralelo asistimos, desde hace mucho tiempo con sorna e incredulidad, a las promesas de desburocratización y agilización administrativa. Las oímos recurrentemente en ­boca de nuestros representantes políticos –da igual el color– mientras damos por cierto que tampoco en esta ocasión irán a ninguna parte.

¿Cuántas veces hemos visto ya la presentación de un plan de ventanilla única empresarial para agilizar la puesta en marcha de un negocio? Efectivamente, unas cuantas. Aunque bautizadas con diferente nombre para que resulte creíble que cada vez estamos ante algo nuevo e innovador jamás probado con anterioridad. El resultado siempre es el mismo: el más estrepitoso de los fracasos. Cada plan para mejorar la situación acaba como el anterior: lejos de disminuir, los trámites y la dificultad de estos siguen incrementándose.

Recurrentes son los estudios que explican los porcentajes de tiempo que la profesión médica dedica no a cuidar y curar personas sino al papeleo y a rendir cuentas de su trabajo. Lo mismo con los profesores, particularmente en primaria, asfixiados por tener que dejar trazas burocráticas de todo su desempeño por si algún día el inspector de turno llega con la más peregrina de las exigencias.

Las manifestaciones de esta semana de los agricultores han puesto también el dedo en la llaga. Obligados a pedir permisos y a documentar la actividad más rutinaria. Que alguien que está luchando por su pervivencia profesional sitúe la carga burocrática como uno de sus principales problemas debería encender las alarmas de cualquier gobierno. Y puede que así sea. Y que incluso se les prometa un plan de agilización, facilitación y racionalización administrativa de la actividad agrícola. Da igual. Sabemos por experiencia de su asegurado fracaso. No por mala intención, ni siquiera por incompetencia. Sucede simplemente que quien prometerá es el político y que este siempre acaba rendido al poder de la burocracia. Jamás es al revés.

No hay un solo rincón que quede a salvo de la plaga de obligaciones administrativistas. Y cualquier excusa es válida para justificarlo. El pescado que hasta hace poco la marinería de las embarcaciones se llevaba a casa para consumo familiar debe pasar ahora por las lonjas para ser convenientemente pesado, etiquetado e incorporado a las estadísticas de extracciones pesqueras. Hete aquí un ejemplo de una nueva carga burocrática que cabe tachar no solo de innecesariamente invasiva, sino incluso de moralmente abusiva. Cada sector profesional tiene sus ejemplos.

No hay solución a la vista. Nadie puede escapar de la información genética escrita en su ADN. Así que no podemos ser demasiado duros con la burocracia, no hace más que cumplir con su naturaleza: crecer, invadir y dominar. En contrapartida los demás empequeñecemos, retrocedemos y obedecemos. Nos queda, como último reducto a salvo del papeleo, ponernos de mal humor. Será hasta que alguien decida que también debemos certificar nuestro es­tado de ánimo por triplicado. Y que este debe ser por decreto de lo más feliz y ­animado.

QOSHE - La ‘burrocracia’ - Josep Martí Blanch
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La ‘burrocracia’

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11.02.2024

Payeses, ganaderos, pescadores, médicos, profesores, empresarios y todo hijo de vecino comparte un mismo lamento: la carga burocrática. Cada vez más tiempo, más dinero y más malhumor destinados a satisfacer el insaciable apetito de la administración y su irrefrenable tendencia a querer ejercer el control absoluto del quehacer de las personas.

Pronto estaremos obligados a dormir, desayunar, almorzar y cenar con la sombra del funcionariado de turno a nuestro lado. A rellenar un formulario para ir al baño. Esto último cierto que todavía no es así. Pero no nos vengamos muy arriba. Denle tiempo al tiempo.

La telaraña del leviatán no para de crecer en paralelo a una sociedad cada vez más compleja y tecnificada. Y se hace cada vez más tupida. Papeles, papeles, papeles. Sea en su versión física o digital. Tanto monta, monta tanto. La tecnología, lejos de facilitar las cosas, como ingenuamente creímos que pasaría al principio, ha servido de excusa para incrementar las exigencias burocráticas al permitir el traslado de buena parte del trabajo que acarrea a las pantallas y teclados de los........

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