Tomo este título del libro que Pedro Laín publicó en 1976, en el que daba cuenta de su vida desde 1930 hasta 1960. No pretendo tanto. Solo reflexionar sobre los intensos debates que, iniciados por mí, he sostenido hace poco, por tres veces, con distintos amigos. El motivo ha sido siempre el mismo: una discrepancia política de fondo, en la que me he quedado solo. La idea axial –y reiterada– que vertebra mi postura es que España se encuentra hoy inmersa en un proceso de dilución dividido en tres fases (exaltación de la plurinacionalidad, establecimiento de relaciones bilaterales y mutación confederal), que será el ocaso de su existencia como entidad histórica y como proyecto político. Y añado que este riesgo es real por la fuerza que atribuyo a la “coalición progresista”, integrada por la izquierda y las derechas separatistas catalana y vasca. Todo lo cual es rechazado de plano por mis amigos.

Un encontronazo no significa nada, dos tienen disculpa, pero tres son signo de algo serio, en especial si nadie comparte tu postura. Veamos. Es cierto que me tengo por patriota (“el que ama a su patria”), pero no por nacionalista (“el que odia a la patria de los demás”), y por eso hice mía, desde joven, una frase de Manuel Azaña: “Soy español como el que más lo sea; pudiera haber sido patagón o samoyedo, pero, en fin, soy español, que no me parece, ni en mal ni en bien, cosa del otro mundo”. Pero, precisamente por esto, tuve claro desde muy pronto la realidad plural de España, que, a mi juicio, solo puede articularse mediante un Estado federal.

Y por eso he defendido este esquema para Catalunya: a) Su reconocimiento expreso como nación histórica y cultural. b) Competencias exclusivas de la Generalitat en lengua, enseñanza y cultura dentro del marco de la Constitución. c) Un tope a la aportación al fondo de solidaridad (mediante un porcentaje o el principio de ordinalidad) y una agencia tributaria compartida. d) Un referéndum sobre si los catalanes aceptan o no esta propuesta.

No obstante, con el paso de los años he constatado que, si bien es cierto que en el resto de España hay pocos federalistas, tampoco abundan en Catalunya, porque muchos que aquí se dicen tales no lo son, sino confederales que buscan, bajo esta fórmula, “una miqueta d’independència”; lo que, al extenderse inevitablemente al resto de España, comportaría la destrucción del Estado. Y además, desde el 2012, la deriva de los nacionalistas catalanes ha sido clara: quieren la independencia plena, como acaban de decir al forzar la amnistía. Nunca hablan por hablar: han reiterado ya su reivindicación de un pacto fiscal singular.

¿Qué hará ante este órdago el Gobierno de España? ¿Y qué hará el Partido Socialista? Temo que terminarán cediendo. Y no solo por mantenerse en el poder. Hay algo más hondo, que dota de vigor a su alianza con los separatistas: el desafecto de parte de la izquierda por la misma idea de España, a la que ve, no como un ámbito de solidaridad primaria e inmediata en la que todos los españoles sean iguales, sino como un instrumento de “la derecha” al servicio de “los que llevan siglos asentados sobre el Estado”, usufructuándolo para sí por entender que “su patria” es “su finca”.

Puede que yerre y cuanto antecede sea un dislate. Ojalá. Pero, mientras tanto, no puedo por menos que manifestar mi temor. Un temor que surge de mi fuerte vínculo con España, a la que veo –en palabras también de Azaña– como “la entidad más cuantiosa de mi vida moral, capítulo predominante de mi educación estética, ilación con el pasado, proyección sobre el futuro (…). Me siento vivir en ella, expresado por ella y, si puedo decirlo así, indiviso”.

Termino. Mi abuelo Josep Burniol Isern, maestro que fue en Argentona, me enseñaba de niño que, en la península Ibérica, los celtas entraron por el norte, los íberos por el sur, se mezclaron y fueron los celtíberos. Eso soy yo, un celtíbero, merecedor quizá de figurar en el Celtiberia show del inolvidable Luis Carandell. Razón por la que, para evitar otro encontronazo, no debo ponerme en ocasión de pecar. Amén

QOSHE - Descargo de conciencia - Juan-José López Burniol
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Descargo de conciencia

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23.03.2024

Tomo este título del libro que Pedro Laín publicó en 1976, en el que daba cuenta de su vida desde 1930 hasta 1960. No pretendo tanto. Solo reflexionar sobre los intensos debates que, iniciados por mí, he sostenido hace poco, por tres veces, con distintos amigos. El motivo ha sido siempre el mismo: una discrepancia política de fondo, en la que me he quedado solo. La idea axial –y reiterada– que vertebra mi postura es que España se encuentra hoy inmersa en un proceso de dilución dividido en tres fases (exaltación de la plurinacionalidad, establecimiento de relaciones bilaterales y mutación confederal), que será el ocaso de su existencia como entidad histórica y como proyecto político. Y añado que este riesgo es real por la fuerza que atribuyo a la “coalición progresista”, integrada por la izquierda y las derechas separatistas catalana y vasca. Todo lo cual es rechazado de plano por mis amigos.

Un encontronazo no significa nada, dos tienen disculpa, pero tres son signo de algo serio, en especial si nadie comparte tu........

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