Tras publicar, hace un par de semanas, un artículo en el que daba noticia literal del último libro de Shlomo Ben Ami
(Profetas sin honor), su autor me ha remitido un correo en el que incluye un párrafo que completa de un modo muy claro su tesis. Dice así: “Es posible que la situación palestino-israelí tenga que esperar a que se produzca un gran cambio geo­estratégico en la región. Este cambio puede adoptar diversas formas... la de un me­gaevento terrorista, la de una gran con­flagración... Al fin y al cabo, todos los avances­ hacia la paz... han llegado solo después de grandes sacudidas estratégicas como las mencionadas”. Y apostilla: “Ojalá sea este el caso de esta maldita guerra de hoy”. Lleva razón: solo después de la tempestad vendrá la calma. No antes. Lo que me ha recordado un desenlace similar.

Cuenta Hannah Arendt en su artículo “El problema alemán” (1945), publicado inicialmente en Partisan Review, que: “Los movimientos europeos de resistencia (…) nacieron una vez los nacionalistas de todos los matices y los predicadores del odio ya habían tenido su oportunidad de convertirse en colaboracionistas (de los nazis). Los movimientos clandestinos fueron el producto inmediato de (la reacción contra), primero, el Estado nacional reemplazado por gobiernos colaboracionistas y, segundo­, el nacionalismo como decisiva fuerza motriz de las naciones. (…) Todos esos movimientos encontraron enseguida una consigna política positiva que permitió reconocer claramente el carácter, no nacional pero sin embargo verdaderamente popular, de la nueva lucha. Esa consigna se llamaba simplemente ‘Europa’. (…) Las palabras que Georges Bidault, antiguo jefe de la resistencia francesa y (entonces) ministro de Asuntos Exteriores, dirigió inmediatamente después de la liberación de París a los soldados alemanes heridos, expresan de manera breve y magnífica los sentimientos de quienes lucharon, no con la pluma sino arriesgando su vida, contra los nazis. Dijo: ‘Soldados alemanes, soy el jefe de la resistencia. He venido para desearles un rápido restablecimiento. Ojalá se encuentren ustedes pronto en una Alemania libre y en una Europa libre’”.

Este fue el espíritu que, después de la Segunda Guerra Mundial, hizo posible que las mejores cabezas de Europa –políticos, empresarios y académicos– se conjurasen para que no volviese a ocurrir lo que había sucedido en menos de medio siglo: dos guerras mundiales que fueron en verdad el suicidio de Europa. Y para ello impulsaron dos proyectos: lo que hoy es la Unión Europea, para evitar las guerras entre naciones, y el Estado de bienestar, para evitar las guerras sociales. Y tuvieron éxito, después de la tempestad vino la calma, hasta que esta se ha turbado de nuevo por la guerra de Ucrania, una nueva guerra civil europea entre la Unión Europea y Rusia, que también es Europa­ y de tradición cristiana. Una guerra cuyo desenlace impedirá a ambos contendientes ser actores políticos globales en el nuevo reparto geoestratégico.

Y no hay dos sin tres. ¿Qué decir de la España que amaneció después de la muerte del general Franco? Alumbró una transición modélica de la dictadura a la democracia, cuyo impulso principal fue, sin perjuicio del mérito de sus protagonistas, el miedo a repetir la vesania de la Guerra Civil. Después de la tempestad vinieron unas décadas de paz y buen gobierno, que han promovido la prosperidad, hasta que hemos vuelto a donde solíamos: al enfrentamiento cainita, al que nos están precipitando todos nuestros políticos: la extrema derecha y la derecha extrema, la extrema izquierda y la izquierda extrema, así como los separatistas de todo pelaje. Todos ellos distintos en lo accesorio, pero idénticos en lo esencial: estar atentos tan solo a sus intereses particulares, comenzando por la conquista y el usufructo del poder.

¡Qué hastío! Si Diógenes se paseara por España buscando un político con autoridad moral, tendría muy serias dificultades para hallarlo. Seguro que los hay, pero aún no se han manifestado. Sobra talento, pero falta coraje. Sobra ambición, pero falta generosidad.

QOSHE - Después de la tempestad… - Juan-José López Burniol
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Después de la tempestad…

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17.02.2024

Tras publicar, hace un par de semanas, un artículo en el que daba noticia literal del último libro de Shlomo Ben Ami
(Profetas sin honor), su autor me ha remitido un correo en el que incluye un párrafo que completa de un modo muy claro su tesis. Dice así: “Es posible que la situación palestino-israelí tenga que esperar a que se produzca un gran cambio geo­estratégico en la región. Este cambio puede adoptar diversas formas... la de un me­gaevento terrorista, la de una gran con­flagración... Al fin y al cabo, todos los avances­ hacia la paz... han llegado solo después de grandes sacudidas estratégicas como las mencionadas”. Y apostilla: “Ojalá sea este el caso de esta maldita guerra de hoy”. Lleva razón: solo después de la tempestad vendrá la calma. No antes. Lo que me ha recordado un desenlace similar.

Cuenta Hannah Arendt en su artículo “El problema alemán” (1945), publicado inicialmente en Partisan Review, que: “Los movimientos europeos de resistencia (…) nacieron una vez........

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