La cuestión del momento no es hoy, en la política española, la emergencia nacionalista –un tigre de papel–, sino la deriva del Partido Socialista, que le lleva, a mi juicio, a alejarse del centro sociológico, no tanto por lo que se refiere a sus políticas sociales, que son por lo general moderadas, sino por lo que respecta a la cuestión nacional. ¿Es esto una novedad en su trayectoria o, al contrario, es el retorno a una vieja y sostenida querencia? Hace poco, el notario José Marqueño de Llano, viejo compañero de despacho, me dijo: “No te engañes; el Partido Socialista de Felipe González al que votamos tantos años fue un paréntesis, una excepción en la trayectoria del PSOE. Antes de esta etapa y después de ella, el PSOE no ha sido ni es un partido de centroizquierda, sino que ha sido y es, según el momento, radical o populista en su ideario y, sobre todo, en su tono y actitud”.

Por tanto, el auténtico Partido Socialista no sería el de González, sino el de Pablo Iglesias Posse, Largo Caballero (no el de Besteiro), Zapatero y Sánchez. Y esta deriva, como ya he dicho, se manifiesta hoy más en la cuestión territorial que en el ámbito social y económico. Y así tenemos que:

1) El PSOE, pese a ser, a diferencia del PP, el partido español con una implantación más homogénea en todo el territorio nacional, parece creer que, bajo el nombre y la imagen de España, se esconden tan solo un tejido institucional vetusto, un repertorio ideológico reaccionario y una ganga del más ramplón y siniestro patrioterismo, es decir, un instrumento de dominación con el que la derecha “lleva siglos asentada sobre el Estado”, usufructuando el país –su “finca”– en beneficio propio.

2) El Partido Socialista no ha olvidado su derrota en la Guerra Civil, y aspira a la revancha por la vía de una interpretación sesgada de la memoria histórica, hoy memoria democrática.

Sobre la base de este doble posicionamiento, el PSOE orienta su acción política, a partir de Zapatero, en un doble sentido:

1) La revisión más o menos encubierta de la transición, que el PSOE de aquel momento tanto contribuyó a impulsar. Lo que se concreta en un cuestionamiento, más o menos solapado, de la Constitución y de la monarquía.

2) La querencia al pacto con todos cuantos se oponen al régimen del 78, sean populistas, comunistas reciclados (¡quién lo hubiese dicho!, don Indalecio) y, sobre todo, separatistas (es decir, nacionalistas) de toda laya.

El cemento con que fragua este bloque es la erosión de la idea de España por dos razones: a) Por ser –como ya he dicho– una estructura de opresión al servicio de los “dueños de la finca”. b) Por ser “una cárcel de pueblos”, que impide a las auténticas naciones (Catalunya, Euskadi, Navarra, Galicia y cuantas otras salgan al calor del entusiasmo identitario) emanciparse para alcanzar la consagración y plenitud de su ser nacional ante la comunidad interna­cional.

Quizá esté errado, pero así lo veo. Y entiendo, por tanto, que la suerte está echada, pues, ante la coalición mayoritaria de socialistas, izquierda radical y derechas separatistas catalana y vasca (“Somos más”, Pedro Sánchez dixit ), el resto de los españoles poco puede hacer salvo denunciarlo, en especial si se levanta “un muro” de discriminación y repudio contra “la extrema derecha, la derecha extrema” y asimilados.

En suma, nos hallamos en un trance agónico, ante el que no me permito ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni una mala actitud. Tan solo quiero mostrar mi honda y dolida extrañeza por un hecho que no acierto a entender: ¿Cómo es posible que sean precisamente los militantes y votantes socialistas quienes se dispongan a hacer tabla rasa de España, que hoy no es un marco de opresión, sino un ámbito de solidaridad primaria e inmediata en el que todos los españoles son iguales? ¿Cómo es posible que tantos españoles honrados, de recta intención y espíritu solidario, como son sin duda la inmensa mayoría de los militantes y votantes del PSOE, asistan impávidos a la destrucción de su patria? Respeto a estos compatriotas, pero no los entiendo.

QOSHE - La cuestión del momento - Juan-José López Burniol
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La cuestión del momento

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20.01.2024

La cuestión del momento no es hoy, en la política española, la emergencia nacionalista –un tigre de papel–, sino la deriva del Partido Socialista, que le lleva, a mi juicio, a alejarse del centro sociológico, no tanto por lo que se refiere a sus políticas sociales, que son por lo general moderadas, sino por lo que respecta a la cuestión nacional. ¿Es esto una novedad en su trayectoria o, al contrario, es el retorno a una vieja y sostenida querencia? Hace poco, el notario José Marqueño de Llano, viejo compañero de despacho, me dijo: “No te engañes; el Partido Socialista de Felipe González al que votamos tantos años fue un paréntesis, una excepción en la trayectoria del PSOE. Antes de esta etapa y después de ella, el PSOE no ha sido ni es un partido de centroizquierda, sino que ha sido y es, según el momento, radical o populista en su ideario y, sobre todo, en su tono y actitud”.

Por tanto, el auténtico Partido Socialista no sería el de González, sino el de Pablo Iglesias Posse, Largo Caballero (no el de Besteiro),........

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