“De 1580 hasta el día –escribió Ortega en España invertebrada (1921)–, cuanto en España acontece es decadencia y desintegración. (…) Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas (1898) parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular”. Y así estamos más de un siglo después: los nacionalistas catalanes y vascos condicionan en exclusivo beneficio propio toda la política española sin abdicar jamás, cualquiera que sea la concesión que se les haga, de su objetivo final: la independencia de Catalunya y Euskadi.

En efecto, España hizo, durante la transición, un esfuerzo notable para encauzar la reivindicación catalana, al pasar de un Estado unitario y centralista a un Estado autonómico, que es la réplica incompleta y perfectible de un Estado federal, lo que supuso un notorio avance. Pero ha sido inútil: cuarenta años después, el enfrentamiento está servido de nuevo, por muchos acuerdos, mesas y relatores que se arbitren. La concordia ha muerto: entre todos la matamos y ella sola se murió.

No es la primera vez que ocurre. También terminó mal el intento de la Segunda República, cuyo impulso para resolver el “problema catalán” lo personalizó Manuel Azaña. De su entusiasmo inicial a su desolada denuncia final media un abismo. Así comienza su tardío artículo “La insurrección libertaria y el ‘eje’ Barcelona-Bilbao”: “Nuestro pueblo está condenado a que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico, la cuestión catalana perdure como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias, ya las cometa el Estado, ya se cometan contra él”.

Así las cosas, hay que afrontar la realidad tal y como es: sabiendo que los nacionalistas radicales no se contentarán nunca con un Estado federal. En realidad, abominan de él porque no deja de ser una variedad del Estado unitario, ya que hay algunas materias en las que el interés general de todos los estados federados prevalece sobre los intereses particulares de estos. Podría parecer entonces que se darían por satisfechos con un Estado confederal, pero sería otro engaño, porque enseguida reclamarían, por emanar de la esencia de la confederación, el derecho de autodeterminación para acceder a su meta final: la independencia. En síntesis: por la vía del “contentamiento”, de constantes cesiones, no hay nada que hacer. Se destruiría el Estado para nada.

Desde la perspectiva española solo cabe un último intento, casi sin esperanza: un acuerdo de los dos grandes partidos, abierto a la participación de los demás, que reforme el Estado autonómico (competencias, financiación y Senado) hasta convertirlo en un Estado federal, que satisfaga las más exigentes cotas de autogobierno subsumibles dentro de una federación, y que, además, sea aceptado con lealtad por los nacionalistas moderados.

Y, si este intento también fracasa, el sistema hará crisis y habrá que dar la palabra a los catalanes y vascos para que decidan mediante un referéndum. No hay otra. Porque, si España sigue por la senda del “contentamiento”, es decir, de las reiteradas cesiones otorgadas a los nacionalistas a salto de mata y al albur de una necesidad urgente, llegará un momento en que el Estado se vaciará y dejará de ser operativo. No es que entonces se “rompa España”, sino que ya no habrá un Estado merecedor de tal nombre y España se habrá desvanecido como entidad política.

Llegados a este punto, más de uno se preguntará ¿y por qué ha de subsistir España? Mi respuesta es simple: para que pueda seguir siendo un ámbito inmediato de solidaridad primaria conformado por la geografía (la península inevitable) y por la historia (España es una de las tres naciones peninsulares fruto de la historia), en el que todos los españoles que quieran seguir siéndolo sean iguales. Solo eso. No pienso en grandezas pretéritas, ni en poderes hegemónicos; no añoro ningún pasado. Repito: solo defiendo el bienestar de los españoles que quieran seguir siéndolo, buscando para ellos la solidaridad, la igualdad y la lealtad recíprocas.

QOSHE - Recuento y repliegue (y 2) - Juan-José López Burniol
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Recuento y repliegue (y 2)

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02.12.2023

“De 1580 hasta el día –escribió Ortega en España invertebrada (1921)–, cuanto en España acontece es decadencia y desintegración. (…) Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas (1898) parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular”. Y así estamos más de un siglo después: los nacionalistas catalanes y vascos condicionan en exclusivo beneficio propio toda la política española sin abdicar jamás, cualquiera que sea la concesión que se les haga, de su objetivo final: la independencia de Catalunya y Euskadi.

En efecto, España hizo, durante la transición, un esfuerzo notable para encauzar la reivindicación catalana, al pasar de un Estado unitario y centralista a un Estado autonómico, que es la réplica incompleta y perfectible de un Estado federal, lo que supuso un notorio avance. Pero ha sido inútil: cuarenta años después, el enfrentamiento está servido de nuevo, por muchos acuerdos, mesas y relatores que se arbitren. La concordia ha muerto: entre todos........

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