Quizá esté equivocado, pero esto es lo que pienso y así se lo he escrito a un amigo: “Después de lo sucedido en Barbate y vista su precaria repercusión en la sociedad española, temo que no estemos solo ante una manifestación de la evidente debilidad que padece nuestro Estado, sino ante una prueba evidente de la insensibilidad y de la atonía de la nación. Digámoslo claro: estamos ante el inicio de una crisis, quizá grave, de la nación española. Llevo años pensando que España, el primer Estado nación que se formó, corre el riesgo de ser el primero en diluirse. Sé que parece impo­sible, pero intuyo que no lo es. No hay nación si no existe solidaridad; no hay soli­daridad si no existe comunidad; no hay comunidad si no existe sentido de pertenencia; no hay sentido de pertenencia si no existe affectio societatis, y no hay affectio societatis si no existe un interés compartido. Disculpa este desahogo, pero cada día tengo menos amigos con quienes tenerlo”.

Lo que pasó en Barbate el día 9 fue la inmolación de dos guardias civiles, asesinados en acto de servicio mientras cumplían órdenes, en unas inaceptables condiciones de dotación y recursos si se comparan con los de sus asesinos. Fue un sacrificio público filmado, mientras eran escarnecidos y agraviados por unos ciudadanos a quienes su cobardía y bajeza moral no les priva de su condición de compatriotas.

Por tanto, cuando toda la sociedad organizada jurídicamente en forma de Estado, es decir, las instituciones, las personas que están a su frente y los ciudadanos del común permiten que suceda tal desvarío sin una fuerte reacción unánime, es que aquella sociedad está gravemente enferma, y es su enfermedad la que se contagia al Es­tado.

El problema no son, por ello, las instituciones y las leyes; el problema son las personas que, por interés, cálculo o dejadez, van exclusivamente a lo suyo y les importa una higa lo que pueda pasarles a los demás, sean servidores del Estado o simples ciudadanos. Y no podemos jus­tificarnos atribuyendo las responsabilidades tan solo a los políticos, periodistas, ­sedicentes intelectuales y a sus tropas auxiliares.

Hace veinte años escribí que, en La Ilíada, reviste especial importancia la narración de las honras fúnebres rendidas a dos guerreros caídos en combate: Patroclo y Héctor. Así, al saber Príamo de la muerte de Héctor, pidió a Aquiles la entrega del cuerpo de su hijo, accediendo aquel conmovido por el dolor del viejo rey; y entonces, “por espacio de nueve días acarrearon abundante leña, y cuando por décima vez apuntó Eros, que trae la luz a los mortales, sacaron, con los ojos preñados de lágrimas, el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira y le prendieron fuego”.

Pero, muchos siglos después y al otro extremo del Mediterráneo, aunque dentro del ámbito de la misma cultura, cuando un avión Yak 42 cayó en Turquía y murieron 75 soldados españoles, España consintió, casi muda, el entierro de varias decenas de sus hijos que murieron sirviéndola, sin haber cuidado antes de identificar con diligencia sus despojos. Por lo que terminaba entonces diciendo ¡pobre España, que ya no acierta ni a enterrar a sus muertos con decoro!

Hoy, todo es distinto, pero todo es igual. La vida sigue como si nada: los muertos estorban. No todos los medios de comunicación, con cálculo evidente, han otorgado al suceso de Barbate la trascendencia que tiene; no todos los políticos, ni tan siquiera los que tienen las más altas responsabilidades de gobierno, le han prestado la atención debida, y tampoco ha faltado la institución que se ha negado explícitamente a otorgar a los guardias civiles caídos el reconocimiento que merecen. Solo eran unos guardias civiles, que –observata lege plene – fueron fieles hasta el extremo. Pero queda el ejemplo de su entrega para quien quiera verlo. Aquellos soldados caídos en Turquía y estos guardias civiles asesinados en Barbate, iguales en lo esencial, han ofrecido su vida en acto de servicio a la sociedad que les había confiado su cuidado, aunque una parte de ella no los considere “suyos”.

QOSHE - Solo eran dos guardias civiles - Juan-José López Burniol
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Solo eran dos guardias civiles

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24.02.2024

Quizá esté equivocado, pero esto es lo que pienso y así se lo he escrito a un amigo: “Después de lo sucedido en Barbate y vista su precaria repercusión en la sociedad española, temo que no estemos solo ante una manifestación de la evidente debilidad que padece nuestro Estado, sino ante una prueba evidente de la insensibilidad y de la atonía de la nación. Digámoslo claro: estamos ante el inicio de una crisis, quizá grave, de la nación española. Llevo años pensando que España, el primer Estado nación que se formó, corre el riesgo de ser el primero en diluirse. Sé que parece impo­sible, pero intuyo que no lo es. No hay nación si no existe solidaridad; no hay soli­daridad si no existe comunidad; no hay comunidad si no existe sentido de pertenencia; no hay sentido de pertenencia si no existe affectio societatis, y no hay affectio societatis si no existe un interés compartido. Disculpa este desahogo, pero cada día tengo menos amigos con quienes tenerlo”.

Lo que pasó en Barbate el día 9 fue la........

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