La expresión cadáver moral la ha empleado Serguéi Narishkin, jefe del servicio de inteligencia exterior ruso. Estas dos palabras, además de ser tremendas y evocar los Novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria), son sugerentes. Evocan a Dostoyevski (a Crimen y castigo) porque un cadáver moral era Raskólnikov antes de redimirse en Siberia. Una redención que ha quedado para siempre fuera del alcance del piloto ruso Maxim Kuzmínov, que desertó a Ucrania y cuyo cuerpo fue hallado sin vida, con seis disparos y atropellado, en el garaje de una urbanización de La Vila Joiosa.

Narishkin había anunciado la sentencia dictada sin juicio contra Kuzmínov: “Este traidor y criminal –dijo– se convirtió en un cadáver moral en el momento en que planeó su sucio y terrible crimen”. En octubre pasado, la televisión pública rusa anticipó que el servicio militar de inteligencia había recibido la orden de eliminar al desertor: “No vivirá lo suficiente para ser juzgado”.

No ha pasado medio año desde entonces y la sentencia ha sido cumplida; el orden natural de las cosas –según la tradición autocrática rusa– ha sido restablecido: al cadáver moral le acompaña ya, unido a él para toda la eternidad, su envoltura terrenal, el cadáver físico. Todo en orden y concorde con el legado oriental omnipresente en la cultura rusa. Así las cosas, que la sentencia se ejecutase sigilosamente en España es, para Rusia, algo irrelevante. Estamos ­an­­te la reencarnación putiniana de la Rusia ­eterna.

El francés marqués de Custine recogió en sus Cartas de Rusia (crónica de un viaje realizado en 1839) las confidencias de un aristócrata ruso que le dijo: “Rusia se encuentra hoy a solo cuatrocientos años de la invasión de los bárbaros, mientras que Occidente no ha sufrido la misma crisis desde hace catorce siglos, una civilización mil años más antigua crea una distancia inconmensurable entre las costumbres de las naciones. (…) A cada paso que deis en este pueblo asiático, pensad que a los rusos les ha faltado la influencia caballeresca y católica; no solo no la recibieron, sino que reaccionaron contra ella con animosidad durante sus largas guerras contra Lituania, Letonia y contra la orden Teutónica. (…) A esta nación le falta el elemento moral; con sus costumbres militares y sus recuerdos de invasiones, se mantiene aún en las guerras de conquista, las más brutales de todas. (…) En todo, Rusia lleva un retraso de cuatro siglos”.

Casi doscientos años después, el diagnóstico de aquel aristócrata ruso –de cultura francesa– sigue siendo certero: la guerra emprendida por Rusia contra Ucrania es una guerra de conquista con toda la brutalidad propia de este tipo de conflictos. Y el comportamiento del autócrata que está al frente de Rusia sigue siendo el propio de un sátrapa oriental, proclive al veneno y a la defenestración. La semana pasada les hablaba de como Aquiles entregó a Príamo el cuerpo de su hijo Héctor para que lo enterrase; hoy, en cambio, Vladímir Putin se ha resistido a entregar el cuerpo de Navalni a su madre.

Rusia es Europa y de tradición cristiana, aunque los eslavófilos marquen distancias con Occidente. Por tanto, la Unión Europea y Rusia deberían concertar sus políticas y anudar sus intereses, ya que, en caso contrario, su destino está marcado: ninguna de las dos será un actor protagonista en el escenario geopolítico global. Ahora bien, con el régimen de Putin, continuador de la más abyecta tradición autocrática, nada puede pactarse decentemente. Por tanto, en este momento crítico, la Unión Europea ha de ayudar a Ucrania a no perder la guerra, poniendo en ello todos los recursos de que dispone, que no son pocos.

Y luego, si se logra impedir que Putin se salga con la suya, habrá que esperar –ya sin Putin– a que se abran espacios de diálogo y colaboración con Rusia. Habrá que hacer entonces lo que no se hizo después de la caída del bloque comunista: pactar sin aprovecharse ni despreciar. Europa ha de dejar de comportarse como Poncio Pilatos, quien, en un momento crucial, solo acertó a lavarse las manos.

QOSHE - Un ‘cadáver moral’ - Juan-José López Burniol
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Un ‘cadáver moral’

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02.03.2024

La expresión cadáver moral la ha empleado Serguéi Narishkin, jefe del servicio de inteligencia exterior ruso. Estas dos palabras, además de ser tremendas y evocar los Novísimos (muerte, juicio, infierno y gloria), son sugerentes. Evocan a Dostoyevski (a Crimen y castigo) porque un cadáver moral era Raskólnikov antes de redimirse en Siberia. Una redención que ha quedado para siempre fuera del alcance del piloto ruso Maxim Kuzmínov, que desertó a Ucrania y cuyo cuerpo fue hallado sin vida, con seis disparos y atropellado, en el garaje de una urbanización de La Vila Joiosa.

Narishkin había anunciado la sentencia dictada sin juicio contra Kuzmínov: “Este traidor y criminal –dijo– se convirtió en un cadáver moral en el momento en que planeó su sucio y terrible crimen”. En octubre pasado, la televisión pública rusa anticipó que el servicio militar de inteligencia había recibido la orden de eliminar al desertor: “No vivirá lo suficiente para ser juzgado”.

No ha pasado medio año desde........

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