Isabel Díaz Ayuso es una mina para los medios de comunicación. La mayor parte de las veces, por voluntad propia. En ocasiones, sin querer. Por ejemplo, esta semana, cuando ha reaccionado cual calamar en fuga ante la investigación de la Fiscalía sobre su compañero sentimental, acusado de defraudar a Hacienda 350.951 euros entre el 2020 y el 2021, acusación admitida por el propio infractor, que antes, durante la pandemia, ingresó unos dos millones de euros tras ejercer de comisionista en la venta de mascarillas a la Comunidad de Madrid. Otro listo en el entorno de la presidenta, que, ¡oh, sorpresa!, convive con alguien de habilidades similares a las del denos­tado, y con razón, Koldo García.

Pero no voy a hablar aquí del caso del novio de Ayuso. Ni de los que anteriormente protagonizaron su padre o su hermano, por actividades deficitarias o de dudosa ética en el ámbito de la sanidad. Hablaré del pequeño lío que armó Ayuso a principios de semana, con ocasión del día internacional de la Mujer, al preguntarse retóricamente por la existencia de un día del Hombre, exhibiendo así su ignorancia al respecto (diversos países lo celebran desde 1992) y tratando de justificar –es un decir– tal pregunta al añadir que son mayoría los hombres que mueren en guerras, accidentes, suicidios, asesinatos, etcétera. Una manera como otra, y no muy brillante, de mover el foco que ese día reclamaban el 8-M y, por tanto, la defensa de los derechos y avances de la mujer.

El extemporáneo comentario de Ayuso causó la repulsa de la izquierda, que lo tildó de banalización del día de la Mujer, más propia de quienes llaman feminazis a las feministas que de quien debería ejercer como presidenta de todos los madrileños. Sin embargo, diría que la intención principal de Ayuso en este episodio tiene más que ver con la construcción y cohesión de su electorado que con el debate feminista. O, mejor dicho, con el cultivo y el mimo de su votante masculino más adocenado.

Expresar preocupación por la suerte de los hombres en el día de la Mujer equivale a echarle el anzuelo a esa parte del electorado de conciencia social menos evolucionada, capaz tras la tercera caña de empezar a encadenar chistes sobre esposas, suegras, novias y mujeres en general. A ese tipo de personal aspira a seducir Ayuso. Y no gracias al valor de sus propias ideas, sino con la explotación de las limitaciones de tales votantes.

Hablando de cañas, recordemos que la presidenta buscó ya este tipo de electores y trabajó por su fidelización cuando la pandemia, al exaltar el consumo de cervezas como alto paradigma de libertad. Ahí el caladero de voto es enorme, porque la tentación de la cerveza, rubia, fría y espumosa, es transgeneracional y desclasada. Y opera por igual sea cual sea el grado de dependencia que se tenga. Se puede beber cerveza con cierta moderación y sin abultar excesivamente el abdomen. Pero algunos cogen carrerilla y solo dejan la caña para saltar al vermut, y de ahí al vino, luego al carajillo y, al recalar en el bar de vuelta a la oficina, logran que el camarero les sirva un whisky con hielo sin necesidad de pedírselo. Cosas de la libertad.

Estamos hablando de un votante al que le gusta más hacer lo que le da la gana que atender su responsabilidad cívica. Que es más disfrutón e indolente que concienciado. Hombres con este perfil abundan en un Madrid de raigambre castiza y presente ultraliberal. Hombres complacidos por Ayuso con su discurso, que a algunos les parecerá fruto de la provocación o la irreflexión, pero que quizás sea producto del mero cálculo político. Se trata de congraciarse con quienes van a lo suyo, presentándose como una colega de fatigas e hipotecas, aunque luego se resida en holgado piso de comisionista. De contentar a los que se sienten cómodos en su hedonismo. Y a quienes anteponen el capricho o el desahogo personales al bienestar colectivo.

Isabel Díaz Ayuso está todo el día ante un micrófono o una cámara, dando lecciones de ética rodeada de familiares y amigos bajo sospecha. Depende de los medios para difundir su mensaje, acrítico consigo misma y abrasivo con Pe­dro Sánchez. Ese ha sido su afán central en el lustro que lleva de presidenta. Y el banderín de enganche para cuantos creen que beber cerveza les hace más libres que hallar un médico en un centro de urgencias.

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Cañas y hombres

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17.03.2024

Isabel Díaz Ayuso es una mina para los medios de comunicación. La mayor parte de las veces, por voluntad propia. En ocasiones, sin querer. Por ejemplo, esta semana, cuando ha reaccionado cual calamar en fuga ante la investigación de la Fiscalía sobre su compañero sentimental, acusado de defraudar a Hacienda 350.951 euros entre el 2020 y el 2021, acusación admitida por el propio infractor, que antes, durante la pandemia, ingresó unos dos millones de euros tras ejercer de comisionista en la venta de mascarillas a la Comunidad de Madrid. Otro listo en el entorno de la presidenta, que, ¡oh, sorpresa!, convive con alguien de habilidades similares a las del denos­tado, y con razón, Koldo García.

Pero no voy a hablar aquí del caso del novio de Ayuso. Ni de los que anteriormente protagonizaron su padre o su hermano, por actividades deficitarias o de dudosa ética en el ámbito de la sanidad. Hablaré del pequeño lío que armó Ayuso a principios de semana, con ocasión del día internacional de la Mujer, al preguntarse retóricamente por la existencia de un día del Hombre,........

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