Menudo revuelo ha causado esta semana la noticia sobre una funeraria valenciana donde robaban cadáveres y los vendían a la universidad, a 1.200 euros la pieza. Los cadáveres eran de personas sin dinero, en ocasiones víctimas de una demencia que les impedía entender los documentos que firmaban. Los ladrones que los reducían a mercancía vendible lo hacían abusando de su desgracia. A modo de guinda, a veces se deshacían de despojos sobrantes metiéndolos de tapadillo en ataúdes de otros difuntos. El revuelo es, pues, comprensible.

El adjetivo macabro ha sido empleado con largueza para calificar los hechos. Pero quizás se quedaría corto para describir prácticas similares consolidadas en otros países. La BBC publicó en el 2017 una investigación en la que afloraba el negocio de la venta de partes de cadáveres en Estados Unidos. Tan solo unos datos, para hacer boca: una empresa de Arizona persuadió a unas 5.000 personas necesitadas para ceder su cuerpo, por una cantidad que luego podía multiplicar vendiéndolo a trozos: un pie a un ortopeda, unos genitales a la universidad, una columna vertebral para un experimento del ejército. O una femoral por 65 dólares, un hígado por 607, un cuerpo entero por 5.900. (Me pregunto: ¿por qué se cotizan más los fiambres norteamericanos que los españoles, pagados solo a 1.200?). Al registrar los congeladores de la empresa, la policía halló diez toneladas de carne y huesos sin destino. Dicha empresa se describía como banco de tejidos no trasplantables. Otros la denominaban el bróker de cadáveres.

Hay que ver cómo ha cambiado lo de donar el cuerpo a la ciencia. Lo que solía presentarse como un último acto de generosidad del finado –o de tacañería, si pretendía ahorrarse el entierro– puede ahora dar paso a una transacción comercial, en la que el proveedor del producto deja de controlarlo. El donante final ya no es, pues, generoso o tacaño, porque quizás sea quien se lucra con el cuerpo, despiezado y colocado al por menor en universidades y demás.

El historiador Philippe Ariès documentó en El hombre ante la muerte (1977) la paulatina conversión del último tránsito en un tema tabú. Sin embargo, los muertos siguen ganando visibilidad. Por ejemplo, en la industria del entretenimiento. Desde el estreno de La noche de los muertos vivientes (1968), de George A. Romero, y sobre todo desde el cortometraje Thriller (1984), rodado por John Landis para Michael Jackson, el subgénero de terror zombi ha vivido una etapa feliz en el cine, el videojuego y otros soportes. Los cadáveres demacrados y andrajosos pueblan las pantallas. En la serie Six feet under (2001), los muertos, estos bien vestidos, interactúan con los vivos, como si nada. Y, cuando la inteligencia artificial lo quiera, las estrellas de Hollywood difuntas desde hace decenios protagonizarán nuevas ficciones, doblemente ficticias.

La noticia valenciana me ha sorprendido mientras leía Catábasis: El viaje infernal en la Antigüedad (2023), un ensayo de Miguel Herrero de Jáuregui sobre el Hades en la cultura clásica. Etimológicamente, Hades procede de a-idès , lo invisible. Porque el Hades –vulgo, la morada de los muertos, el inframundo, el Allende, etcétera– era un lugar al que, en sintética definición de Anacreonte, se bajaba, pero del que no se volvía. Y cuya descripción fidedigna a cargo de un vivo exigía por tanto gran imaginación. Pongamos por caso, presentándolo como una caverna llena de murciélagos –de hecho, almas– que chillaban de continuo, quejosa y eternamente.

En la antigüedad, el futuro post mortem –si se admite el oxímoron– solía orbitar alrededor de tres ideas: el culto a los muertos, la gloria inmortal y la idea de la muerte como viaje. Así abordaron la mitología, la filosofía, la literatura o el teatro clásico un temario que en manos de la cultura de masas gana truculencia. En cualquiera de dichos géneros se consideraba que a los muertos había que enterrarlos bien. Porque con un buen RIP (descanse en paz) se les facilitaba el tránsito y se evitaba que se perdieran y acabaran apareciéndose a sus deudos, asustándoles mucho... Pero, hoy en día, se les da cancha en el cine. O se los vende troceados, como si fueran fruta, para ganar un dinerito. No quisiera estar en la piel de esos muertos. ¡Ni en la de sus deudos!

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Noticias del inframundo

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04.02.2024

Menudo revuelo ha causado esta semana la noticia sobre una funeraria valenciana donde robaban cadáveres y los vendían a la universidad, a 1.200 euros la pieza. Los cadáveres eran de personas sin dinero, en ocasiones víctimas de una demencia que les impedía entender los documentos que firmaban. Los ladrones que los reducían a mercancía vendible lo hacían abusando de su desgracia. A modo de guinda, a veces se deshacían de despojos sobrantes metiéndolos de tapadillo en ataúdes de otros difuntos. El revuelo es, pues, comprensible.

El adjetivo macabro ha sido empleado con largueza para calificar los hechos. Pero quizás se quedaría corto para describir prácticas similares consolidadas en otros países. La BBC publicó en el 2017 una investigación en la que afloraba el negocio de la venta de partes de cadáveres en Estados Unidos. Tan solo unos datos, para hacer boca: una empresa de Arizona persuadió a unas 5.000 personas necesitadas para ceder su cuerpo, por una cantidad que luego podía multiplicar vendiéndolo a trozos: un pie a un ortopeda, unos genitales a la........

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