Durante las últimas semanas, la pregunta recurrente en incontables conversaciones ha sido esta: ¿crees que finalmente habrá pacto? La última vez que la oí fue el miércoles, cuando se llevaban ya meses de contactos y negociaciones, y faltaban apenas unas horas para que se anunciara el acuerdo entre PSOE y Junts. En círculos más informados, el pacto se daba por hecho desde tiempo atrás. Quienes dudaban se basaban en el abultado historial de desencuentros entre el poder español y el catalán, así como en la ambición de los objetivos en juego: la investidura de Pedro Sánchez y la amnistía para los independentistas encausados. Quienes no dudaban sabían que, precisamente por lo mucho que podían obtener las partes con su firma, el pacto estaba cantado, aunque por el camino unos y otros perdieran plumas, como probablemente se reflejará en futuras elecciones.

Este pacto tiene una virtud novedosa: abrir una etapa distinta, en la que los rivales se otorgan carta de naturaleza y acuerdan negociar soluciones a los temas que les enfrentan. Y tiene para las estructuras estatales, también para quienes no quieren o no saben o no pueden negociar, los efectos de una sacudida poco agradable, cuyos desperfectos serán más o menos serios. Ya veremos.

Existe quizás otra razón por la que el pacto debía llegar sí o sí: porque mientras se cocinaba a fuego lento, alternando acercamientos y demoras, los distintos agentes políticos más o menos implicados en él iban sufriendo un progresivo desgaste. Esas demoras a nadie beneficiaban. Eran corrosivas.

Desde luego, no satisfacían a los ciudadanos deseosos de explorar nuevas vías para superar o, al menos, pacificar el conflicto catalán. No beneficiaban a los partidos enfrascados de lleno en las negociaciones ni a los que con encono de palabra u obra intentaban torpedearlas desde fuera. Tampoco beneficiaban a la mayoría de las formaciones restantes.

Cada día que pasaba sin acuerdo, el PSOE sufría una andanada de ataques conservadores y judiciales: una nueva lluvia de improperios gentileza del PP y de acciones judiciales que obstaculizaban el recorrido hacia el final del túnel. La combinación de una cosa y otra extendía la erosión socialista, y podía medirse en las ojeras y las canas de Pedro Sánchez. El poder, en efecto, desgasta.

Pero no solo el poder desgasta. Cada día que pasaba sin acuerdo, Junts –el quinto partido en Catalunya por porcentaje de voto el 23-J– acreditaba su habilidad para el enroque y para arriesgar lo bueno persiguiendo lo mejor.

La coyuntura tampoco favorecía al PP, que perdía crédito como partido de Gobierno al llevar a la calle una acción política que debería centrar en el Parlamento y en la propuesta de alternativas viables para resolver esta crisis. Sus supuestos principios éticos le incapacitaban, al parecer, para hacer política.

Ni favorecía a la ultraderecha, representada en las instituciones por Vox, que esta semana nos ha recordado sus virtudes esenciales, acosando sedes socialistas, practicando el vandalismo, enfrentándose a la policía y reduciendo su plan de futuro a meter en prisión o amenazar de muerte a quienes no comparten sus ideas excluyentes. Un autorretrato poco favorecedor.

Ni siquiera el PNV, habitualmente tan modoso y temperado, salió indemne de la tormenta: antes de firmar, el viernes, su pacto, el lehendakari hizo unas declaraciones televisivas que desprendían un tufo de advertencia y de “¿qué hay de lo mío?” poco distinguido y nada creíble.

El pacto, además de aportar esperanza, de animarnos a soñar una Catalunya menos obsesionada e irritable, y un Estado más consciente de su diversidad y menos sometido a los poderes fácticos, permite a todas esas fuerzas que han vivido tiempos de tensión y cometido algún desliz recuperar cierta serenidad. Ojalá no sea poca. Cuanto más capaces seamos de afrontar la legislatura con generosidad y paciencia, sin maximalismos ni urgencias, mejor nos irá a todos.

Tras años de bloqueo estéril, estamos hablando ahora de una nueva etapa y una nueva política. Hay que aprovecharlas. Las ocasiones para meter la pata serán muchas. La inercia de la confrontación sigue ahí. Pero ya hay pacto. Y la perspectiva es, por primera vez en mucho tiempo, alentadora.

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Nueva etapa, nueva política

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12.11.2023

Durante las últimas semanas, la pregunta recurrente en incontables conversaciones ha sido esta: ¿crees que finalmente habrá pacto? La última vez que la oí fue el miércoles, cuando se llevaban ya meses de contactos y negociaciones, y faltaban apenas unas horas para que se anunciara el acuerdo entre PSOE y Junts. En círculos más informados, el pacto se daba por hecho desde tiempo atrás. Quienes dudaban se basaban en el abultado historial de desencuentros entre el poder español y el catalán, así como en la ambición de los objetivos en juego: la investidura de Pedro Sánchez y la amnistía para los independentistas encausados. Quienes no dudaban sabían que, precisamente por lo mucho que podían obtener las partes con su firma, el pacto estaba cantado, aunque por el camino unos y otros perdieran plumas, como probablemente se reflejará en futuras elecciones.

Este pacto tiene una virtud novedosa: abrir una etapa distinta, en la que los rivales se otorgan carta de naturaleza y acuerdan negociar soluciones a los temas que les enfrentan. Y tiene para las........

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