Tendría que haber un nombre para designar esas relaciones que establecemos con personas a las que solo conocemos por redes. Interactuamos con ellas más allá del like y el retuit. Son una presencia habitual, nos ponen de buen humor. Nos hacen reír. Están ahí (y esperamos que estén) con alguna observación tróspida, un chiste sobre el árbol navideño de Vigo, o una foto de los precios del aceite de oliva en el catálogo de Carrefour del diciembre pasado. De pronto, su ausencia en Twitter (quizá sí lo llamaremos X a partir de ahora) le quita toda la gracia.

La muerte repentina del Hematocrítico nos dejó en shock. Tenía 47 años. Su compañera, la escritora gallega Ledicia Costas, lo comunicaba el lunes por la tarde. ¿Cómo era posible, si acababa de tuitear hacía unas horas? La red se llenó de muestras de cariño y estupefacción. De libreras, bibliotecarias, editores y lectores que han disfrutado con la veintena larga de libros que ha publicado. De humoristas que lo consideran uno de los suyos. De amigos y de quienes han seguido sus innumerables invenciones narrativas en internet. Destacaban su generosidad, lo divertido y atento, y curioso, y buena persona que era. Siempre ponía lo importante en el centro.

Detalle de 'Leyendas del patio' de El Hematocrítico y Albert Monteys

Estaba en el FGC volviendo a casa, eran las ocho y media pasadas, el móvil en la mano, cuando el tuit de Ledicia Costas me dejó noqueada. Respondí con un “lo siento muchísimo” protocolario pero genuino; realmente lo sentía muchísimo. Y mil cosas más: desconcierto, tristeza, angustia, gratitud. Habría añadido “un abrazo”. Pero no la conozco, ni ella a mí; no hemos coincidido. Con Hematocrítico sí, una vez, en una Feria del Libro de Madrid, hace unos años, mientras caía el diluvio universal sobre nuestro stand. Hasta entonces no supe que se llamaba Miguel López. Hablamos toda la hora en la que se suponía que teníamos que firmar.

Cuando llegué a Twitter, él ya estaba ahí. Ha sido esencial para los que vivimos la infancia y adolescencia sin internet, y descubrimos de su mano las posibilidades que ofrecía. Fue un influencer sin ínfulas y un creador de contenidos con contenido, mucho antes de que estos conceptos existieran. Twitter aún conectaba inquietudes, abría un espacio que él llevó a su campo y mantuvo hasta ahora: el del juego para pasarlo bien y ampliar la realidad, el patio del colegio, la hora del recreo, la extensión lúdica del aprendizaje cotidiano.

Su último libro salió el miércoles. Ilustrado por Lyona, se titula Leo no sabe jugar (Zenith). Es irónico que trate de niños que solo saben divertirse con gafas virtuales, cuando somos muchos los que hemos jugado con El Hematocrítico en un espacio virtual. El vacío por su falta, sin embargo, es muy real. Lo echaré de menos de verdad . Los amigos clásicos saben estas cosas. A los amigos del mundo tangible los abrazamos, les transmitimos lo que sentimos y lo que nos hacen sentir. Pero luego están esas personas que nos acompañan con la cercanía de la interacción. Gente que nos pone de buen humor, con la que nos comunicamos por comentarios; tenemos una relación abstracta, de momento sin nombre. ¿Qué son para nosotros? ¿Cómo hacerles llegar que ocupan un lugar en nuestra vida?

No sé si Miguel López era consciente de la admiración que despertaba y de lo mucho que se le quería. Ignoro si llegó a sospechar que le dedicarían tantos artículos, tuits y homenajes. Tampoco sé cómo se recibe el abrazo por escrito de alguien a quien no conoces. Sea como sea, aquí va el mío, Ledicia: aperta enorme.

QOSHE - El abrazo virtual - Llucia Ramis
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El abrazo virtual

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01.12.2023

Tendría que haber un nombre para designar esas relaciones que establecemos con personas a las que solo conocemos por redes. Interactuamos con ellas más allá del like y el retuit. Son una presencia habitual, nos ponen de buen humor. Nos hacen reír. Están ahí (y esperamos que estén) con alguna observación tróspida, un chiste sobre el árbol navideño de Vigo, o una foto de los precios del aceite de oliva en el catálogo de Carrefour del diciembre pasado. De pronto, su ausencia en Twitter (quizá sí lo llamaremos X a partir de ahora) le quita toda la gracia.

La muerte repentina del Hematocrítico nos dejó en shock. Tenía 47 años. Su compañera, la escritora gallega Ledicia Costas, lo comunicaba el lunes por la tarde. ¿Cómo era posible, si acababa de tuitear hacía unas horas? La red se llenó de muestras de cariño y estupefacción. De libreras, bibliotecarias, editores y lectores que........

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