El día de Todos los Santos, nos reuníamos en casa de mis abuelos. Los padrinos regalaban a sus ahijados rosaris ensucrats de fruta confitada y panellets, con un gran medallón de calabaza, también caramelizada. Aquella era una celebración de adultos que creían saber qué gustaba a los niños, quizá porque era lo que les había gustado a ellos en tiempos de posguerra. Pero en los años ochenta, las chucherías habían evolucionado hacia sabores más plastificados, de chicles, regalices, nubes, gelatinas y gominolas. No teníamos el paladar habituado a exquisiteces tradicionales.

Tenías que dar las gracias, colgarte el rosario al cuello –el cordel picaba, el envoltorio de los bombones, más–, y comerte al menos un par de dulces poniendo buena cara. En comparación con la Navidad y Reyes, aquella fiesta era un bajón. Cada año esperaba sorpresas, un cambio, algo. Pero al llevarme el confit a la boca, me embargaba esa tristeza que da ver en los mayores una ilusión que tú no puedes compartir, porque escupirías mientras tragas. Por suerte, contaba con la complicidad de mis hermanos: fingíamos alborozo y, al llegar a casa, abandonábamos los ­rosarios, que se zampaba mi padre.

Muchas tradiciones yanquis van sustituyendo a las propias. Eso entristece y preocupa. Pero no se puede negar que es más divertido disfrazarse de fantasma y exigir “truco o trato” entre los vecinos, que reunirse con los padrinos para que te regalen algo que, total, no te gusta (la mona de Pascua por lo menos es de chocolate). También hay opciones híbridas, como la castañera zombi o la Castaween, consideradas por algunos una aberración. Gracias a las tradiciones, se entienden muchas cosas de la cultura. Pero en su nombre también se ­defienden costumbres crueles, con la excusa de que “esto siempre ha sido así”, se nutre una perversión de la nostalgia. Es la diferencia entre las viejas tradiciones y las que envejecen mal.

QOSHE - Tradiciones viejas - Llucia Ramis
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Tradiciones viejas

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01.11.2023

El día de Todos los Santos, nos reuníamos en casa de mis abuelos. Los padrinos regalaban a sus ahijados rosaris ensucrats de fruta confitada y panellets, con un gran medallón de calabaza, también caramelizada. Aquella era una celebración de adultos que creían saber qué gustaba a los niños, quizá porque era lo que les había gustado a ellos en tiempos de posguerra. Pero en los años ochenta, las chucherías habían evolucionado hacia sabores más plastificados, de........

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