José Antonio Marina publicó hace un par de años un libro que tituló Biografía de la inhumanidad, donde advertía que la agresividad incontrolada de la política, el desprecio del adversario y el afán del poder a cualquier precio nos están conduciendo irremisiblemente a un malestar civil, que encarna serios peligros para la sociedad.

Se están equivocando los partidos políticos, especialmente PP y PSOE, en convertir sus diferencias en un combate constante entre el bien y el mal, utilizando a menudo un lenguaje tosco y soez. Nos encontramos ante un panorama de insultos, de incomprensión y de enfrentamientos que no anuncia nada bueno.

En los últimos días estamos asistiendo a una escalada de declaraciones, a menudo sin prueba alguna, que resultan un acto de irresponsabilidad muy preocupante. El escándalo de las comisiones por la compra de una partida de mascarillas, que ha puesto en la picota al exministro José Luis Ábalos, se ha convertido en un zafarrancho descomunal, cuando la Fiscalía no ha encontrado hasta el momento ningún indicio para incorporarlo a la querella. Pero el PP ha salido en tromba y Feijóo ha dicho públicamente en el Senado que “hay un cerco a Sánchez cada vez más estrecho”, lo que es feo, pues, si lo cree, debería ser más explícito, y sobre todo tendría que aportar pruebas ante los tribunales.

Todo eso lo manifestó al presentar una iniciativa parlamentaria, que era una comparecencia sin preguntas, donde se limitó a insistir que el Gobierno lo sabía todo acerca de la supuesta trama de corrupción y lo tapó como pudo. Poco después, en el Congreso, la secretaria general, Cuca Gamarra, calificaba el caso Koldo como el caso Sánchez, y ampliaba el ruido con su retórica.

Marina escribió que la política inteligente es saber transformar los conflictos en problemas. La diferencia es que en el conflicto dos fuerzas chocan y una se impone, mientras que en el problema se busca una solución pactada. Algunos sentimos nostalgia de los moderados y recordamos decepcionados cuando Feijóo llegó a Madrid para calmar los ánimos y rebajar tensiones. Pero hemos vuelto a la España que pintó Goya en el Duelo a garrotazos , que no es la que prometió aquel gallego razonable.