El pasado domingo, durante la última jornada del Festival Dau Barcelona, tuve el placer de presentar la versión catalana de un libro publicado primero en francés y destinado a ser un referente en el mundo de los juegos de mesa: Un món de jocs de Oriol Comas i Coma. Entre muchas otras cosas, explica la paradójica historia del Monopoly, juego emblemático del capitalismo que Charles Darrow empezó a distribuir en 1932.

En realidad, Darrow había copiado las reglas de un juego Elizabeth Magie patentó por primera vez en 1904 con el nombre de The landlord game (el juego del propietario). Para más inri, la señora Magie lo había inventado para criticar los monopolios de la propiedad, que consideraba perniciosos para la sociedad. Diseñó unas reglas antimonopolistas que recompensaban a todos los jugadores cuando se creaba riqueza y otras monopolistas que les empujaban a aplastar a sus oponentes. La evolución del juego hizo que en 1923 patentase una segunda versión que se hizo popular entre los cuáqueros, que fue la que Darrow plagió descaradamente. Cuando Parker Brothers le compró los derechos y se enteró de que existía una versión previa, compró la patente de Magie por 500 dólares y se desentendió de las reglas que tendían al socialismo utópico.

Entre el ruido que genera la ley de amnistía y la sonora ausencia de Podemos en el flamante Ejecutivo de Pedro Sánchez, se habla poco del referéndum que convocó uno de los nuevos ministros socialistas, tal vez porque lo perdió. En este detalle, salvando las distancias, su reaparición política es equiparable a la del ex primer ministro británico David Cameron, rescatado por Rishi Sunak como ministro de Asuntos Exteriores tras haber convocado y perdido en el 2016 el referéndum del Brexit. En el caso español, el ministro en cuestión convocó en el 2010 un referéndum más modesto, la consulta sobre el tranvía de la Diagonal de Barcelona, que perdió el alcalde Jordi Hereu y que le hundió.

Pero ahora, mira tú por donde, justo cuando le nombran ministro de Industria, se construye el tranvía. Sin un segundo referéndum ni mecanismo de verificación alguno. Será un tranvía llamado deseo.