En Mallorca, una estudiante de Diseño ha inventado, como trabajo de final de grado, un sistema para evitar que se pierda la arena que los millares de turistas que frecuentan el Caló des Moro, en el municipio de Santanyí, se llevan sin querer.
El Caló des Moro –topónimo improcedente a estas alturas, que espero que cambien pronto– es una de las playas más visitadas de la isla. Los instagramers se hacen fotos, otros instagramers las ven y van, y es un no parar. Ningún turista cuqui puede pasar por Mallorca sin ir a verla. La estudiante de Diseño explica que cada vez que visitamos una cala nos llevamos inconscientemente un trozo: “No nos damos cuenta, pero, sin querer, la arena queda pegada a nuestros cuerpos y cosas. Todos acabamos quitándonosla porque nos resulta molesta. Está en los pies, bikinis, toallas, bolsos... Ese acto involuntario afecta a la esencia de la cala y al medio ambiente más de lo que creemos”. Los números cantan: cada persona que visita una playa se lleva aproximadamente 35 gramos de arena: “Parece una cantidad nimia, pero multiplicada por tres meses de temporada alta y unas dos mil personas al día, son unas seis toneladas anuales”. ¡Seis toneladas de arena cada cala!
Y ahora lo importante: el invento. Consiste en una caja de madera y dos cepillos. A cada bañista que sale de la playa se le invita a cepillarse la arena que lleva adherida al cuerpo, y también a las toallas y los bolsos. De esta ingeniosa manera, la arena cae a la caja que, supongo, luego se vacía en la playa. Y vuelta a empezar. Parece evidente que es una idea tan brillante como difícil de implantar. No veo cómo disponer brigadas de controladores que avisen a cada bañista de que debe cepillarse.
No sé cómo deben de haber valorado las autoridades académicas este trabajo de final de grado, pero, tras haber sido noticia en el Diario de Mallorca, calculo que como mínimo con un summa cum laude y golpecitos de felicitación en la espalda.
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