Una coincidencia fatal eleva la crueldad de la guerra entre Israel y Hamas hasta cotas nunca vistas. Los líderes de los dos bandos reúnen todos los elementos básicos para inflamar una crisis que puede prolongarse en el tiempo y que amenaza con extenderse a todo el vecindario de Oriente Medio. El primer ministro de Israel, Beniamin Netanyahu, es conocido por su extremismo populista, inasequible al pacto y obcecado en arrinconar a los palestinos hasta la extenuación. Contrario a los acuerdos de paz, fomentó Hamas para debilitar la Autoridad Palestina y ha alentado las ocupaciones por parte de los colonos hebreos en Cisjordania.

Su expediente se completa con una retahíla de presuntos delitos como el soborno, el fraude y el abuso de confianza, pendientes de juicio. Este superviviente nato de la política afronta su penúltima batalla en el terreno que domina, el combate con un enemigo manifiestamente inferior y contra las cuerdas de la supervivencia.

Al otro lado del cuadrilátero, Yahya Sinwar, conocido como Abu Ibrahim, es el jefe de Hamas en Gaza y el artífice del ataque que causó la muerte de 1.400 israelíes el 7 de octubre. Hombre de pocas palabras, se expresa mejor con hechos, como la ejecución de doce supuestos traidores a la causa palestina –uno de ellos fue enterrado vivo–, por los que pasó más de veinte años en la cárcel. Liberado en un canje de mil prisioneros palestinos a cambio de un soldado israelí, Abu Ibrahim ha consagrado su vida a la lucha contra el adversario sionista desde la dirección de Hamas y de las Brigadas de Al Qasam, hasta convertirse en el enemigo público número uno de Israel y en un mito de la lucha para la liberación de Palestina.

La inquina de Netanyahu es tanta que se refiere a él como “el zombi” o el hombre muerto que anda, anticipando una orden que aún no ha podido ejecutar. Además del odio que se profesan, Netanyahu y Abu Ibrahim comparten rasgos que ayudan a explicar la barbarie de un conflicto que ya ha ocasionado centenares de muertes, la destrucción de Gaza y un sangrante desastre humanitario. Los dos se sienten llamados a la misión de salvar a su pueblo eliminando al otro. Sin darse cuenta de que en su obsesión anida el germen de su propia destrucción.