Señora mayor, jubilada de la enseñanza pública, propietaria de su piso en Barcelona y de un apartamento en el Maresme, comprado hace muchas décadas. Un piso en un bloque sin vistas al mar ni nada muy lujoso, pero que le proporciona un modesto alquiler que complementa su pensión. Esta es mi madre.

Su inquilino, casado y padre de dos, tuvo dificultades en la pandemia ya que trabajaba en la hostelería y mi madre –como estoy segura hizo la gran mayoría solidaria– fue comprensiva con los impagos en esa época. Pero acabada la pandemia y acabado el contrato, él decidió quedarse en el piso de mi madre sin pagar. Con el tiempo que ya llevamos con este tema (casi tres años) descubrimos que esto se llama inquiokupación, que es una forma híbrida entre ser un inquilino moroso y un okupa y hay que recurrir al auxilio judicial y seguir el desahucio por expiración de plazo.

Así que en los últimos tres años mi madre no ha cobrado alquiler ninguno, ha tenido que hacerse cargo de los recibos de los suministros (así te lo recomiendan) y contratar a un abogado para que lleve el proceso judicial. Pero, créanme, más que por todo esto, su indignación máxima ha sido y es con los servicios sociales que declararon al inquilino familia vulnerable, aunque todo el pueblo sabe que trabaja y se ha comprado un coche nuevo en estos años. Le dijeron literalmente a mi madre que “a este señor le gusta este pueblo y, claro, los alquileres están muy caros y no hay vivienda social”. Léase: señora, el problema social recae en sus espaldas porque yo, administración pública, así lo digo.

Mi madre se ha intentado reunir con todo el mundo y ha escrito a todo el mundo. Hay una frase en sus cartas que resuena: “Com que encara em queda una neurona d’ètica, no serà el meu vot, però s’entén que la gent doni suport a l’extrema dreta”. Si yo les dijera los nombres y apellidos de quienes me han dicho que llamemos a Desokupa, no me creerían, pero les prometo que el cinismo abunda.

En este tiempo, además, he tenido la oportunidad de informarme con profesionales que te cuentan que la pesadilla es compartida: un panorama legislativo caótico con múltiples normas contradictorias, artículos derogados, inconstitucionales, obligaciones incumplibles, etcétera. En la última década, Catalunya ha dictado tres leyes y multitud de decretos, pero también el Gobierno central ha ejercido inflación legislativa. Sumen una justicia que de tan lenta deja de ser justa y un problema social que lejos de solucionarse sigue en aumento.

Las promesas de vivienda pública de números grandilocuentes son poco creíbles y, en el mejor de los casos, tardarán tiempo. Mientras, no tiene ningún sentido insistir en este caos legislativo. Piensen que los jueces de primera instancia de Barcelona tuvieron que emitir un comunicado para unificar criterios interpretativos de la ley 12/2023 de derecho a la vivienda: “Desgraciadamente la normativa procesal civil en materia de vivienda adolece de una gravísima falta de rigor”. Tampoco tiene sentido ninguno promover este sentir social donde los propietarios son siempre especuladores, y los inquilinos, siempre abusados.

Entiendo perfectamente el desconcierto que puede producir no saber o no poder asegurar en el futuro los valores en los que uno cree. Entiendo menos la frivolidad de desaprender lo que sabemos de hace tiempo: la seguridad y la libertad no solo van de la mano, sino que están en la base de cualquier política social que deseemos construir de manera sólida.

QOSHE - La pesadilla de la 'inquiokupación' - Rocío Martínez-Sampere
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

La pesadilla de la 'inquiokupación'

14 6
17.02.2024

Señora mayor, jubilada de la enseñanza pública, propietaria de su piso en Barcelona y de un apartamento en el Maresme, comprado hace muchas décadas. Un piso en un bloque sin vistas al mar ni nada muy lujoso, pero que le proporciona un modesto alquiler que complementa su pensión. Esta es mi madre.

Su inquilino, casado y padre de dos, tuvo dificultades en la pandemia ya que trabajaba en la hostelería y mi madre –como estoy segura hizo la gran mayoría solidaria– fue comprensiva con los impagos en esa época. Pero acabada la pandemia y acabado el contrato, él decidió quedarse en el piso de mi madre sin pagar. Con el tiempo que ya llevamos con este tema (casi tres años) descubrimos que esto se llama inquiokupación, que es una forma híbrida entre ser un inquilino moroso y un okupa y hay que recurrir al auxilio judicial y seguir el desahucio por expiración de........

© La Vanguardia


Get it on Google Play