En el mercado bursátil, dicho de aquellos valores que en tiempos convulsos inspiran confianza, aunque poca rentabilidad. Es un lugar común que, en Catalunya, después de la desaparición de Ciudadanos y de la liquidación de Convergència i Unió, el Partido Socialista ha representado para mucha gente una especie de valor refugio, la encarnación de la centralidad política tan preciada históricamente por las clases medias, en especial cuando las cosas no van bien.

Somos muchos los que ante la infatigable capacidad de Junts de hacer disparates y ante la no menos pertinaz, errática e irresponsable política del PP en Catalunya, cuando recientemente nos han convocado a las urnas hemos apoyado sin complejos a los socialistas, aun sin serlo. Porque, aunque solo fuera en términos relativos, ¿quién, pudiendo votar a Salvador Illa y su talante constructivo o a Jaume Collboni y su experiencia y pragmatismo, se aventuraría a apoyar opciones extravagantes o dogmáticas, que siguen dudando sobre la conveniencia de ampliar el aeropuerto, de culminar por fin la B-40, construir de una vez por todas la red eléctrica por las Gavarres o de interconectar las cuencas de nuestros ríos, para casos de sequía extrema?

Salvador Illa y Jaume Collboni

Si algo ha quedado claro durante la última década en Catalunya es que, de manifestaciones, banderas y conflictos no se vive (o a lo máximo lo hacen solo algunos políticos, periodistas y tertulianos). Para el resto, no haber podido construir en su día desaladoras, infraestructuras básicas o vivienda asequible es la única verdad tangible, con sus consecuencias.

No es menos verdad que, como han demostrado las elecciones en Galicia, ni el PSC ni el PSOE pueden dormirse en los laureles y menos todavía fiarlo todo al tacticismo de Pedro Sánchez, como es sabido, capaz de defender lo uno y lo contrario sin inmutarse. Porque seguramente es cierto que la mayoría de los ciudadanos pueden entender una política de indultos e, incluso, si es constitucional, una amnistía fundamentada en el deseo de reconciliación y concordia. Lo que es más difícil es fiarse de quien parece intuir la bondad de esta o aquella medida –o persona– solo cuando revierte en su propio beneficio.

Por eso hace bien Jaume Collboni en conjugar sin estridencias su militancia partidista con su vocación como alcalde de todos, buscando complicidades a derecha e izquierda. Sin duda, el reto de aprobar ni más ni menos que el mayor presupuesto de la historia de Barcelona será su primer gran examen. El suyo, pero también el del resto de los concejales que aspiren a poder presumir de utilidad ante sus vecinos. Como acertará también Salva­dor Illa, si, a pesar del ruido en las Cortes, mantiene su pulso firme en defensa de una agenda catalana vinculada a lo concreto y centrada en la mejora de las infra­estructuras hidráulicas y de movi­lidad, la educación, la sanidad o la se­guridad.

Si algo enseña la década que queda atrás es que el dogmatismo y las posiciones maximalistas son un viaje a ninguna parte. A pesar de sus aciertos, que los tuvo, el ideologismo llevó a Colau a la oposición, con la triste constatación de que su propósito estrella, el acceso a la vivienda, lejos de conseguirse, empeoró de forma significativa durante su mandato.

Como, a pesar de su solvencia, el maximalismo ha llevado también a los posconvergentes a la marginalidad, por mucho que desde ERC se empeñen en no tomarles el relevo. Finalmente, la verborrea y los disparates de Vox hundieron las expectativas de Núñez Feijóo en las elecciones generales, quizás por mucho tiempo, pues la inmensa mayoría de la gente detestamos la hipérbole y la agresividad, aunque solo sea verbal. Ni metafóricamente hablando es tolerable que Abascal pronosticara un día que Sánchez acabará colgado de los pies (como tampoco fue de recibo que el presidente replicara que la solución pasa por partir España en dos y “levantar un muro” contra la derecha).

Salvador Illa, Collboni e incluso Pedro Sánchez conservarán –y ampliarán– sus votos centristas si vinculan su agenda a la realidad de las cosas, no al sarcasmo, la bronca o el ideologismo. Como nos recuerdan continuamente la sequía, la falta de inversiones en infraestructuras o los informes PISA, trabajo no les falta. Con el permiso de Puigdemont, del PP y de Ciudadanos, estos años votar socialista ha sido un valor refugio. Depende de ellos mismos que pase a ser una inversión a largo plazo.

QOSHE - El valor refugio - Santi Vila
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El valor refugio

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06.03.2024

En el mercado bursátil, dicho de aquellos valores que en tiempos convulsos inspiran confianza, aunque poca rentabilidad. Es un lugar común que, en Catalunya, después de la desaparición de Ciudadanos y de la liquidación de Convergència i Unió, el Partido Socialista ha representado para mucha gente una especie de valor refugio, la encarnación de la centralidad política tan preciada históricamente por las clases medias, en especial cuando las cosas no van bien.

Somos muchos los que ante la infatigable capacidad de Junts de hacer disparates y ante la no menos pertinaz, errática e irresponsable política del PP en Catalunya, cuando recientemente nos han convocado a las urnas hemos apoyado sin complejos a los socialistas, aun sin serlo. Porque, aunque solo fuera en términos relativos, ¿quién, pudiendo votar a Salvador Illa y su talante constructivo o a Jaume Collboni y su experiencia y pragmatismo, se aventuraría a apoyar opciones extravagantes o dogmáticas, que siguen dudando sobre la conveniencia de ampliar el aeropuerto, de culminar por fin la B-40, construir de una vez por todas la red eléctrica por........

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