Una iniciativa reciente de Sumar ha abierto las puertas del Congreso a la eliminación de los delitos de injurias a la Corona, ultraje a los símbolos nacionales, enaltecimiento del terrorismo y ofensa a los sentimientos religiosos, especialmente castigados en el Código Penal desde el 2015. En línea con lo que me temo que va a pasar cada dos por tres a lo largo de la legislatura, y ante la mirada impávida de los leones de Ponzano, el tendido del Congreso se ha dividido nítidamente entre sol y sombra, izquierda y derecha. Vista la indiferencia de los felinos del frontispicio de la sede de la soberanía ante tanto atropello izquierdista, parece ser que PP y Vox se han visto de nuevo en la necesidad de liderar el rugido nacional. Se me antoja un poco exagerado. Veamos…

Nunca en la vida se me ha ocurrido quemar una bandera ni tampoco ridiculizar públicamente símbolo religioso alguno. Ni lo he hecho ni pienso hacerlo, aunque sobra decir que siento la más rotunda repulsión por muchos estados del mundo y que encuentro en muchas religiones y en su maléfica instrumentalización política algunos de los peores males que han acechado a la condición humana. Pero el simple hecho de que tan solo uno de sus ciudadanos o de sus feligreses se sintiera injustamente humillado por algún gesto mío gratuito desactiva inmediatamente mi más mínima tentación ofensiva, por graciosa, ocurrente o progre que pudiera resultar. Nunca lo he hecho ni lo haré, pero me reconforta pensar que en mi país cualquier pobre diablo pueda hacerlo y que no le pasará nada.

En mis tiempos como político, nunca en la vida se me pasó por la cabeza plantar a Su Majestad el Rey, como nunca de mi persona salió el más mínimo desaire a los significados líderes republicanos y comunistas que, por las razones que fueran tuve que recibir, primero como alcalde, más tarde como conseller. Saludé y conversé en reiteradas ocasiones con el rey Juan Carlos, con el rey Felipe, pero también con Josep Lluís Carod-Rovira o con tronados militantes de Catalunya Lliure, por aquel entonces marxistas, independentistas y no sé cuántos istas más.

La Constitución española quiere que nuestra democracia no sea militante y, en consecuencia, hace de la preservación y estímulo del pluralismo un valor supremo, especialmente de las ideas, propósitos y costumbres que nos puedan resultar más aberrantes e ininteligibles. Así pues, desde jovencillo aprendí que contra la cabeza de los adversarios hay que arrojar argumentos y propuestas, no insultos y críticas demagógicas. Nunca lo he hecho ni lo haré, pero me reconforta pensar que en mi país cualquier pobre diablo puede hacerlo y que no le pasará nada.

Estos días he podido visualizar –no sin dificultad– el controvertido documental de Jordi Évole No me llame Ternera , una extensa entrevista a Josu Urrutikoetxea, conocido exdirigente de ETA. A pesar de que, por carácter, formación e incluso curiosidad intelectual estoy bien adiestrado en la resiliencia con respecto a los fanáticos y demás integristas, reconozco que cuando el afamado exterrorista justificó
–a su modo– que no era lo mismo matar a un guardia civil que a un niño tuve la tentación de apagar el televisor. Sentí asco.

Pero que mi alma sienta la más absoluta repulsión moral y emocional hacia ese energúmeno no significa que me considere en condiciones de silenciar su voz o de castigarle con la muerte si no comparte las convicciones propias de una democracia liberal (como seguramente sí que nos castigaría a mí y a los que no pensamos como él si estuviera en su mano). Lo que hace de mis principios algo mejor que los suyos es justamente que en mi cosmovisión personajes como él tienen cabida. En su mundo, si algún día fuera hegemónico, yo y tantos otros como yo deberíamos salir corriendo hacia el exilio.

Ni el más racional de los ilustrados puede evitar soliviantarse ante las burlas, críticas más o menos documentadas y difamaciones que lamentablemente forman parte de nuestro debate político cotidiano. Pero justamente porque nuestra democracia ya no tiene leones de yeso que la custodien, como sí los tuvo en el siglo XIX, sino que hoy son de bronce, quizás deberíamos aprender de su seguridad y templanza, que no es indiferencia, sino buen liberalismo. Porque si la Constitución debe consagrar siempre nuestros sueños colectivos, sería bueno que el Código Penal cada vez tenga menos fantasmas que perseguir.

QOSHE - Impávidos leones - Santi Vila
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Impávidos leones

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27.12.2023

Una iniciativa reciente de Sumar ha abierto las puertas del Congreso a la eliminación de los delitos de injurias a la Corona, ultraje a los símbolos nacionales, enaltecimiento del terrorismo y ofensa a los sentimientos religiosos, especialmente castigados en el Código Penal desde el 2015. En línea con lo que me temo que va a pasar cada dos por tres a lo largo de la legislatura, y ante la mirada impávida de los leones de Ponzano, el tendido del Congreso se ha dividido nítidamente entre sol y sombra, izquierda y derecha. Vista la indiferencia de los felinos del frontispicio de la sede de la soberanía ante tanto atropello izquierdista, parece ser que PP y Vox se han visto de nuevo en la necesidad de liderar el rugido nacional. Se me antoja un poco exagerado. Veamos…

Nunca en la vida se me ha ocurrido quemar una bandera ni tampoco ridiculizar públicamente símbolo religioso alguno. Ni lo he hecho ni pienso hacerlo, aunque sobra decir que siento la más rotunda repulsión por muchos estados del mundo y que encuentro en muchas religiones y en su maléfica instrumentalización política algunos de los........

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