A propósito de Barcelona, ¿y si presentara su candidatura a los Juegos Olímpicos de verano? La primera fecha disponible es el 2036, una vez asignadas las otras a París (2024), Los Ángeles (2028) y Brisbane (2032). Encontraría esta idea caladeros, o al menos comprensión, entre quienes demasiado a menudo pensamos que nuestra ciudad falla demasiados goles a puerta vacía.
No hay verificación oficial, pero el asunto corre a toda velocidad por los mentideros políticos y ha llegado hasta los despachos de Presidència. Le atribuyen credibilidad “viniendo de donde viene”. ¿Y de dónde viene?, pregunto. De Samaranch júnior, responden. Juan Antonio, como su padre, empresario, catalán y vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, que es quien pone el dinero.
Un superevento deportivo que incorporara la marca Barcelona contribuiría a la “agenda para el reencuentro” Catalunya-España. La cuestión es si unos Juegos solo catalanes serían digeribles para la opinión pública del resto de España precisamente ahora, con tanto regate entre Sánchez y los partidos catalanes. Estas decisiones suelen responder a razones políticas, no técnicas, lamentablemente. Recordarán que, en 1992, para aceptar a Barcelona, se compensó a Sevilla con la Expo y a Madrid, con la capitalidad cultural europea. Aun así, ¿por qué no lanzar el debate?
Esta jugada no debería remitir a la candidatura de los Juegos de invierno Pirineus-Barcelona 2030. Su pecado original fue ignorar una evidencia: la sequía de nieve en el Pirineo. Aunque fue la controversia política lo que realmente condenó ese proyecto al fracaso, por la intransigencia de Lambán y luego por los equilibrios imposibles del Gobierno catalán con sus socios. El rechace lo hizo el propio Govern al exigir que se organizaran consultas en “su Pirineo” para aceptar o no los Juegos.
Barcelona tiene ahora ante sí otra oportunidad. Se equivocará si desprecia los criterios de sostenibilidad, tanto como si enreda el balón. El mejor ataque es dejar definitivamente la defensa atrás y mirar a la portería. Además, la idea de Samaranch no parece descabellada para una ciudad que tiene como aliado secreto la creatividad. El marcador es París.
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