Cuando la guillotina cayó sobre el cuello de Roger Bontems, a las 4:30h de la madrugada del 28 de noviembre de 1972, en la prisión de la Santé (París), Robert Badinter experimentó el espanto de presenciar la aplicación de la pena capital, contra la se había pronunciado en público tantas veces, y ver el desgraciado final de su defendido, en el primer caso de estas características del que se encargaba. Bontems había sido condenado junto a Claude Buffet por el asesinato de una enfermera y un funcionario de prisiones, a los que habían tomado como rehenes en la cárcel de Clairvaux.

Badinter era un abogado de éxito y profesor universitario, pero su dominio principal no era la defensa de condenados a muerte sino el derecho civil y mercantil, donde contaba con clientes importantes y una posición profesional de privilegio, fruto de su buen hacer. Su compromiso en la defensa de Bontems tenía otra naturaleza, pues procedía de su alineamiento cívico con la causa de la abolición de la pena de muerte, ejerciendo la defensa del reo junto a su compañero Philippe Lemaire.

Badinter partió de la Santé, desolado por constatar la crueldad del Estado y abatido por no haber podido salvar a su patrocinado, al que el presidente Pompidou no quiso perdonar la vida (el propio Badinter tuvo ocasión de pedirle la conmutación de la pena) pese a que Bontems no fue condenado como autor director (papel jugado por Buffet) de las dos muertes que le llevaron al cadalso, sino como cooperador necesario. Badinter, fiel a su acendrada ética del trabajo y su entereza moral, emprendió el resto de la jornada, incluyendo su clase en la Universidad, en la que el respeto sobrecogido de los alumnos, conocedores de la ejecución, fue absoluto. En el viaje de regreso en el tren, meditando lo sucedido (en ese espacio de reflexión silenciosa que hoy nos parece vedado) Badinter decidió intensificar su activismo contra la pena capital, su defensa de personas sobre las que pesaba el riesgo de la condena a muerte y la ejecución, y su activismo por todos los medios para suprimir del código penal este castigo inhumano. En los años siguientes, lideró la defensa en otros seis casos donde consiguió que no se impusiese la pena capital y su presencia en los medios de comunicación para abanderar la causa de la abolición se hizo aún más destacada e influyente.

En 1981 fue nombrado Ministro de Justicia en el primer gobierno bajo la presidencia de la república de François Mitterrand, responsabilidad que desempeñó hasta 1986. Una de sus primeras iniciativas fue la reforma del código penal para abolir la pena de muerte. Lo hizo pese a que la opinión pública era mayoritariamente favorable a mantener ese castigo, pero sin que ni a él ni al propio Presidente les surgiese duda alguna sobre la necesidad de dar ese paso. Su política en la materia fue más allá, introduciendo medidas dirigidas a reformar el derecho penal y penitenciario, promoviendo penas alternativas a la prisión y un enfoque dirigido a enfatizar las posibilidades de reinserción más que el elemento estrictamente punitivo. Todo ello bajo un clima de hostigamiento de los medios conservadores que le pintaron poco menos que de amigo de los criminales.

Hoy su figura es incontestable, la sociedad francesa y europea le han despedido el pasado 9 de febrero, en el momento de su muerte, con homenajes y recordatorios a su trayectoria intachable. Es parte de la mejor historia de la V República del país vecino (a la que sirvió posteriormente como Presidente del Consejo Constitucional y en otras tareas públicas), pero el legado de aquellos tiempos está en riesgo. Aunque la abolición de la pena capital parece irreversible en Europa, no ha sucedido lo mismo, desde principios de este siglo, con los vientos que animan la política en materia penal, en Francia y en el resto de Europa. En efecto, las soluciones a los fenómenos de delincuencia y a los conflictos de distinta índole (muchos de ellos de raíz social) pasa cada vez más por el agravamiento de penas y por la aplicación del Derecho Penal (lejos de ser la última ratio) antes que otras soluciones jurídicas. El desinterés general por otra perspectiva que no sea la estrictamente represiva es notable. La indiferencia social sobre lo que pasa tras los muros de las cárceles y sobre las personas que allí se encuentran, es total.

Personalidades como Badinter son probablemente irrepetibles, pues no es fácil encontrar en la arena pública a profesionales de trayectoria anterior a la asunción de responsabilidades gubernamentales, y, menos aún, a personas que conjuguen el humanismo, la sensibilidad y el bagaje cultural, la competencia técnica, la brillantez política ajena a la demagogia habitual y la ambición real de provocar cambios determinantes, que es cosa bien distinta de las aspiraciones personales de poder. Más complicado todavía es encontrar dirigentes a cargo de los asuntos de justicia que no caminen sobre el oportunismo y la involución, en tiempos de populismo punitivo, que ha ido ocupando espacio en la agenda política predominante, unido al conjunto de fenómenos de erosión de los valores democráticos. Sirva el adiós a Badinter para invocar aquel espíritu valiente de reforma y progreso en el campo de la justicia, que tanta falta hace.

QOSHE - Badinter, en un tren - Gonzalo Olmos
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Badinter, en un tren

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05.03.2024

Cuando la guillotina cayó sobre el cuello de Roger Bontems, a las 4:30h de la madrugada del 28 de noviembre de 1972, en la prisión de la Santé (París), Robert Badinter experimentó el espanto de presenciar la aplicación de la pena capital, contra la se había pronunciado en público tantas veces, y ver el desgraciado final de su defendido, en el primer caso de estas características del que se encargaba. Bontems había sido condenado junto a Claude Buffet por el asesinato de una enfermera y un funcionario de prisiones, a los que habían tomado como rehenes en la cárcel de Clairvaux.

Badinter era un abogado de éxito y profesor universitario, pero su dominio principal no era la defensa de condenados a muerte sino el derecho civil y mercantil, donde contaba con clientes importantes y una posición profesional de privilegio, fruto de su buen hacer. Su compromiso en la defensa de Bontems tenía otra naturaleza, pues procedía de su alineamiento cívico con la causa de la abolición de la pena de muerte, ejerciendo la defensa del reo junto a su compañero Philippe Lemaire.

Badinter partió de la Santé, desolado por constatar la crueldad del Estado y abatido por no haber podido salvar a su patrocinado, al que el presidente Pompidou no quiso perdonar la vida (el propio Badinter tuvo........

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