Recuerda Juan Luis Cebrián en El País que la asociación mundial de juristas acaba de premiar al rey por su defensa clave de la Constitución tras la intentona golpista del 1-O. Añade que Puigdemont, el redactor de su propio perdón, destaca por sus ataques a través de las redes sociales a Felipe VI, ese es el nivel de arrepentimiento de lo perpetrado. Escribe así Cebrián: «En el caso de nuestro monarca, la distinción quiso reconocer su defensa de la Constitución frente al golpe de Estado perpetrado por el señor Puigdemont. Fiel a la cobardía de sus acciones, y ante el silencio ominoso del Gobierno, este no ha cesado de repudiar histéricamente el discurso de Felipe VI».

España ha pasado de ejemplo a excepción. La Transición sigue siendo objeto de envidia en todos los países y tema de análisis y estudio en las facultades de Derecho y de Políticas como la manera perfecta de transitar de una dictadura a una democracia plena. Hoy, tras la presentación del texto de la ley de amnistía, nos convertimos claramente en excepción. Se perdona a todos los que participaron en aquellos hechos deplorables y se hace simplemente para conseguir los votos necesarios para ser reelegido presidente de Gobierno. El cambio de opinión que esgrime el propio Sánchez no es por la convivencia y en aras de la mayoría transversal para proyectar una España diversa y plural, como acostumbra a adornar. Todos, los que están a favor y en contra, sabemos que esta ley es el requisito imprescindible para superar los 176 votos y alcanzar los 179 diputados para una investidura positiva, cifra que convierte en irrelevante el voto del diputado Néstor Rego del BNG.

Son los siete votos de Puigdemont, redactor maestro de la ley de amnistía en las numerosas reuniones secretas que mantuvo con el PSOE en su refugio de Bruselas, los que han guiado el recorrido para el borrado total del procés. Un borrado que deja al poder judicial debilitado, como no se cansan de repetir los colectivos judiciales, conservadores y progresistas. Y ayer mismo, el Tribunal Supremo.

Debilitar el poder judicial en una democracia es saltarse otra vez, después de los indultos, la separación de poderes, utilizando al límite las excepciones que a la variada coalición de gobierno les proporciona el sistema. Es en esos territorios de excepción, que deberían ampararse en mayorías amplias de tres quintos del Congreso, donde se ha situado el PSOE y su líder Sánchez, rompiendo la tradición de centralidad que siempre exhibieron los socialistas en los momentos cruciales de este país.

El problema más grave que nos deja esta ley de amnistía es que quien la ha dictado, Puigdemont, el mismo que huyó en el maletero de un coche, no ha cambiado ni un milímetro sus objetivos, que no son otros que romper la unidad territorial de España consagrada por la Constitución. La amnistía es la llave para llegar a ese horizonte en el que Cataluña se convierte en un país, de la mano del País Vasco. Ese es el futuro de ruptura que busca la mayoría variopinta que ha abierto la puerta, algo que obligaría al rey a intervenir de nuevo. ¿Qué pasará entonces?