A estas horas, hace más de medio siglo, en casa de mis abuelos se estaría preparando la lombarda, esa especie de repollo morado que nunca come nadie más que en la Nochebuena, y un capón de los dos que a mi padre, que era abogado, hubiera regalado algún inocente agradecido. Los niños, sin colegio pero con frío, salíamos a jugar y echar humo por la boca, como caballos de carreras. Nos reuníamos en la plaza para dar rienda suelta a tanta impaciencia y tanto nervio, y jugábamos apasionadamente, con todos los músculos del cuerpo. Al fútbol; a huevo, pico, araña. Al ché. Cuando volvíamos, descamisados y valentones, con ánimo beligerante y aventurero, nos hacían prisioneros del jabón y la colonia, de la muda planchada y limpia. Y, como la mariposa, emergíamos modélicos y un poco humillados. Al poco, mis padres y mis hermanas formaban en el estrecho pasillo como los paracaidistas de un vuelo nocturno, y salíamos de casa a la de mis abuelos, que estaba —sin cruzar— a la vuelta de la esquina. Allí, ya en el descansillo de la escalera, se oían las voces altas de conversaciones cruzadas que en mi familia se tiene a gala mantener para proclamar a los cuatro vientos las ganas de vivir. En la casa de mis abuelos —que era como un museo ecléctico donde había una espada napoleónica junto a un magnetofón—, con todas las luces encendidas, nos recibían como si les hubiera tocado el gordo de la lotería, y nosotros, sin saberlo bien, aceptábamos ser el motivo de tanta felicidad. Esos eran buenos tiempos.

QOSHE - La noche feliz - Eduardo Riestra
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La noche feliz

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24.12.2023

A estas horas, hace más de medio siglo, en casa de mis abuelos se estaría preparando la lombarda, esa especie de repollo morado que nunca come nadie más que en la Nochebuena, y un capón de los dos que a mi padre, que era abogado, hubiera regalado algún inocente agradecido. Los niños, sin colegio pero con frío, salíamos a jugar y echar humo por la boca, como caballos de........

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