Podemos es un partido en caída libre, en descomposición y a un paso de caer en la irrelevancia. Para tratar de revertir ese escenario rompe con Sumar. En las elecciones autonómicas y municipales, los resultados de la formación morada fueron directamente un desastre. Con el objetivo de evitar una debacle en las generales del 23-J, se incorporó a regañadientes en Sumar. De los 5.189.333 votos y 69 diputados del 2015 a los cinco escaños de ahora. La operación de Pablo Iglesias para ungir con su dedo como sucesora a Yolanda Díaz, a la que creía que podría controlar, se saldó con un fracaso, ya que la gallega dejó claro desde el principio que tenía su propio proyecto político, en el que Podemos, si acaso, jugaba un papel secundario.

En los últimos años, el fracaso electoral del partido que estuvo a punto de dar el sorpasso al PSOE ha sido total. Y una de las causas hay que buscarla en el autoritarismo con que ha actuado la cúpula, primero con Iglesias al mando (cuya influencia sigue siendo decisiva) y ahora con el dúo Belarra-Montero. Esa gestión interna ha provocado a lo largo de los años la espantada en masa de sus mejores exponentes. La lista es interminable, pero cabe destacar a fundadores como Luis Alegre, Carolina Bescansa o Íñigo Errejón; o a Pablo Bustinduy, hoy ministro. Uno de los últimos damnificados ha sido Nacho Álvarez, al que Díaz quiso colocar en el Consejo de Ministros, pero se encontró con la negativa de la dirección podemita y abandonó sus cargos. La marcha de Jesús Santos, líder del partido en Madrid, señalando que sus «diferencias políticas con el núcleo dirigente de Podemos son hoy enormes», es otro duro golpe.

El paso al Grupo Mixto era algo que se veía venir. El descontento era manifiesto desde que se supo que Irene Montero no iba a repetir como ministra. La cúpula podemita se lo tomó como si el ministerio fuera un derecho adquirido. Belarra cargó contra Pedro Sánchez, en un intento de marcar perfil propio contra el presidente del Gobierno, a sabiendas de que la decisión era de Díaz. Podemos incumple su acuerdo con Sumar, que contempla que se compromete a permanecer en el grupo parlamentario «durante la completa duración de la legislatura».

Con el paso de los años, la formación que trajo la esperanza para cinco millones de votantes de izquierdas se ha jibarizado en manos de un núcleo duro parecido a un búnker en el que mandan Belarra, Montero e Iglesias. Su objetivo ahora es diferenciarse de las políticas del Gobierno para sortear la irrelevancia en que se encuentra. Pero es muy dudoso que esta estrategia tenga éxito, como se ha visto en el caso de Gaza. Belarra y otros dirigentes criticaron el viaje de Sánchez a Tel Aviv para entrevistarse con Netanyahu como una especie de sumisión a Israel. No hace falta decir lo que pasó. Y, además, Podemos se desmarca del Gobierno en un momento de ofensiva total de la derecha en su contra. Es dudoso que este movimiento, en estas circunstancias, cuente con el respaldo de los votantes progresistas. Aunque es de prever que algunos medios darán mucho vuelo a los líderes de Podemos como factor de desgaste.

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Ruptura para sortear la irrelevancia

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06.12.2023

Podemos es un partido en caída libre, en descomposición y a un paso de caer en la irrelevancia. Para tratar de revertir ese escenario rompe con Sumar. En las elecciones autonómicas y municipales, los resultados de la formación morada fueron directamente un desastre. Con el objetivo de evitar una debacle en las generales del 23-J, se incorporó a regañadientes en Sumar. De los 5.189.333 votos y 69 diputados del 2015 a los cinco escaños de ahora. La operación de Pablo Iglesias para ungir con su dedo como sucesora a Yolanda Díaz, a la que creía que podría controlar, se saldó con un fracaso, ya que la gallega dejó claro desde el principio que tenía su propio proyecto político, en el que Podemos, si acaso, jugaba un papel secundario.

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