Ceno en un restaurante y me fijo en los cuadros de las paredes. Escenas de caza. Entre ellas, sin embargo, hay uno que no encaja del todo: muestra un ciervo aterrorizado al que devora una jauría de perros mientras a lo lejos unas jóvenes observan impávidas. En la mirada del ciervo hay algo humano, demasiado humano. En realidad se trata de un cuadro mitológico, la historia de Acteón, el infortunado cazador que sorprendió la desnudez de la diosa Diana (o Artemisa) mientras esta se bañaba. Según lo cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, Acteón ni siquiera llegó a ver su cuerpo, rodeada como estaba la diosa por las ninfas. Pero Diana era una divinidad colérica y se le ocurrió un juego cruel: por medio de un encantamiento, convirtió a Acteón en ciervo. El texto de Ovidio es uno de los más impresionantes de la literatura clásica. En pocos versos hace de esa transformación algo terrorífico: las manos de Acteón se transforman en patas, su boca en hocico… Cuando contempla su reflejo en el agua, comprende que está perdido. Intenta decir «pobre de mí», pero no le salen ya las palabras, las lágrimas bañan una cara que ya no es la suya (lacrimaeque per ora non sua fluxerunt). Y mientras Acteón va encarnándose en un animal de presa, sus lebreles pasan a ocupar el lugar del cazador. Apolodoro le había puesto seis perros a esta historia, Ovidio menciona más de treinta y los enumera con nombres y procedencias, como si estuviese haciendo una parodia de esas listas de héroes de la Ilíada. Es un brillante recurso literario para ralentizar la acción y dar tiempo al lector a imaginarse el horror de lo que va a seguir, como se lo estará imaginado el lector ahora. Ese es el momento que refleja el cuadro del restaurante: los perros devoran a su amo, cada dentellada descrita por Ovidio con precisión anatómica. La venganza de la diosa se consuma y el noble Acteón, que había compartido con Aquiles las enseñanzas del centauro Quirón, es despedazado por los fieles animales a los que alimentaba de su propia mano.

Tiziano pintó dos cuadros sobre este mito. Uno representa este momento brutal, y resulta tan moderno que los expertos no saben decir si está terminado o no. En otro lienzo, Tiziano muestra, en cambio, el instante en que Acteón descubre la desnudez de la diosa. También resulta inquietante, porque en el fondo hace que los espectadores compartamos el inocente pecado de Acteón y nos sintamos, por tanto, susceptibles del mismo castigo. El año pasado, en un suburbio de Francia, una profesora mostró una tercera versión de este tema a sus alumnos en clase de arte, la del cuadro manierista que pintó Giuseppe Cesari en el siglo XVII. Al enterarse los padres de algunos alumnos, protestaron porque el desnudo de Diana y sus ninfas, decían, ofendía sus creencias religiosas. No apreciaban la ironía de la cuestión, porque de este modo adoptaban ellos el papel de la diosa colérica. La profesora, que conocía bien el mito, tuvo que saber lo que iba a suceder. Se puso en marcha una de esas campañas de linchamiento que se han vuelto tan frecuentes en nuestro mundo actual: acoso en las redes sociales, manifestaciones a la puerta del centro educativo, amenazas… Transformada en cierva, la profesora no pudo hacer otra cosa que refugiarse en su casa, perseguida por los ladridos de los sabuesos. Nec nisi finita per plurima vulnera vita / ira pharetratae fertur satiata Dianae. «Y hasta que no perdió la vida por las innumerables heridas / dicen que no se sació el furor de Diana».

QOSHE - Acteón - Miguel-Anxo Murado
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Acteón

6 1
24.03.2024

Ceno en un restaurante y me fijo en los cuadros de las paredes. Escenas de caza. Entre ellas, sin embargo, hay uno que no encaja del todo: muestra un ciervo aterrorizado al que devora una jauría de perros mientras a lo lejos unas jóvenes observan impávidas. En la mirada del ciervo hay algo humano, demasiado humano. En realidad se trata de un cuadro mitológico, la historia de Acteón, el infortunado cazador que sorprendió la desnudez de la diosa Diana (o Artemisa) mientras esta se bañaba. Según lo cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, Acteón ni siquiera llegó a ver su cuerpo, rodeada como estaba la diosa por las ninfas. Pero Diana era una divinidad colérica y se le ocurrió un juego cruel: por medio de un encantamiento, convirtió a Acteón en ciervo. El texto de Ovidio es uno de los más impresionantes de la literatura clásica. En pocos versos hace de esa........

© La Voz de Galicia


Get it on Google Play