En algunos sitios existía en Nochevieja, y supongo que todavía existe, la costumbre de procesionar por las calles a un anciano con un cartel indicando el año que termina y un bebé con otro cartel reflejando el año que comienza. Es un simbolismo que a menudo se vuelve un mal presagio porque el nuevo año, que a esas edades suele tener frío en diciembre, llora; mientras que el año que se termina parece siempre de buen humor. Y en todo caso, la metáfora resulta engañosa porque los años no nacen ni mueren. Con el discurrir de la edad uno acaba entendiendo, o al menos teniendo la sensación, de que se trata del mismo año que vuelve una y otra vez. Es como un Sísifo que lo intentase repetidamente, tozudo y esperanzado. Es lo que creían la mayor parte de los pueblos antiguos. Es lo que invita, en fin, a pensar esa relativa simetría de las estaciones, la reiteración de los hábitos y los errores, el parecido de familia de los hechos históricos. Es una rutina que se extiende al propio comentario del año que acaba y empieza. Yo mismo he escrito sobre esto muchas veces, muchos finales de años, y tengo la sospecha de que es siempre el mismo artículo que vuelve con ligeros cambios indumentarios. Y es justo que sea así porque también los años son plagios. No pasan, se columpian. Siguen ese mismo trayecto del columpio, con altos y bajos inexorables: un ir y venir, como la marea. Es así, «la marea de los días», como lo llamaba un emperador chino ilustrado que escribía poesía, porque el ciclo del tiempo también sube y baja guiado por la Luna, que en el pasado se consideraba la metáfora, quizá la regidora de la fortuna.

Este año también ha pasado, raudo como una rueca desbocada, con un rostro que se nos hace familiar. Nos sucede con las personas, que con el paso del tiempo cada vez confundimos más a menudo con otras que hemos conocido, quizá porque hay un límite al número de caras que uno puede recordar; o a lo mejor es que es verdad incluso que hay un límite al número de rostros que pueden inventar los dioses, como pensaban algunos teólogos. El año no es más que la forma extensa del día, un camino que va de una penumbra a otra, con un mediodía o un verano en medio. Como la propia vida, que tiene la forma del día y el año, porque todo está hecho de tiempo. La existencia consiste en irse acostumbrando a estar vivo y cada año que entra y sale por la fría puerta del invierno es una nueva oportunidad para aprender el oficio de vivir, como decía Pavese. Es un oficio que una vez que se aprende ya no sirve para nada más que para enseñárselo a los demás. En definitiva, no pasan los años, pasamos nosotros.

«La marea de los días», digo que escribía aquel poeta chino cuyo nombre no recuerdo. Lo he buscado en la antología que hizo hace tantos años Marcela de Juan para Alianza Editorial, pero no lo he encontrado entre sus páginas. Puede que estuviese y se haya caído, porque los poemas se caen a veces de las antologías como las hojas de los árboles. O puede que lo soñara, o que lo escribiera yo y se me haya olvidado que lo había escrito. Pero lo que recuerdo es que el poema introducía una variante en esta idea de la marea de los días. Continuaba de un modo que, si no era este, era muy parecido: «En la marea de los días, en la que todas las olas parecen iguales, a veces se cuela una ola de tristeza, a veces una ola de felicidad, y a veces otra que nos parece que no hemos vivido».

QOSHE - La marea de los días - Miguel-Anxo Murado
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La marea de los días

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31.12.2023

En algunos sitios existía en Nochevieja, y supongo que todavía existe, la costumbre de procesionar por las calles a un anciano con un cartel indicando el año que termina y un bebé con otro cartel reflejando el año que comienza. Es un simbolismo que a menudo se vuelve un mal presagio porque el nuevo año, que a esas edades suele tener frío en diciembre, llora; mientras que el año que se termina parece siempre de buen humor. Y en todo caso, la metáfora resulta engañosa porque los años no nacen ni mueren. Con el discurrir de la edad uno acaba entendiendo, o al menos teniendo la sensación, de que se trata del mismo año que vuelve una y otra vez. Es como un Sísifo que lo intentase repetidamente, tozudo y esperanzado. Es lo que creían la mayor parte de los pueblos antiguos. Es lo que invita, en fin, a pensar esa relativa simetría de las........

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