La luz que entra por la ventana es como la de un cuadro de Tiziano, aunque falte más de un siglo para que nazca el gran maestro. Desde donde se encuentra postrado, el viejo mercader veneciano puede escuchar el chapoteo del agua en el canal, los gritos de aviso de los remeros, el martillo del orfebre de la casa de al lado, los pregones de mercancías en el cercano puente de Rialto, donde se vende todo lo que contiene el mundo: pimienta, canela, frutos exóticos de Siria, musgo del Tíbet, incienso de Arabia, telas de Damasco y Bagdad. A sus setenta años, el comerciante se siente a punto de iniciar su último viaje y ha pedido al párroco de San Felice que acuda a su casa para poder testar y recibir los últimos sacramentos. Ahí tenemos al clérigo, escribiendo con una letra cuidada. Su mujer y la hija mayor lo observan, mientras las otras tres hijas sujetan las manos de su padre. Pietro, el fiel esclavo tártaro, lo mira todo con su expresión enigmática.

Con voz apagada, el comerciante empieza a dictar su última voluntad. «Ego Marcus Paulo, volo et ordino…». No habiendo tenido hijo varón, lega a su mujer una pensión anual de ocho ducados y a sus hijas el grueso de sus bienes: la casa, el negocio, los botones de ámbar, los paños tártaros, el casco de guerrero mongol, el saquito hecho con pelo de yak… También el pasaporte que le había dado el Khan de los mongoles para que, sin ser molestado, pudiese recorrer su imperio, que se extendía desde China hasta las fronteras de Europa y la India. Es de oro puro y piedras preciosas, y para este viaje ya no lo va a necesitar. Al tártaro Pietro le da su libertad, con expresiones de gratitud, y cien liras por si es su deseo regresar a su lejano país o establecerse en Venecia.

El sacerdote lee en voz alta lo escrito y Fantina, la hija mayor, ayuda a su padre a incorporarse para que toque con los dedos el pergamino en señal de aprobación. El documento está datado el 9 de enero de 1323, que en realidad se corresponde a nuestro 1324 porque el año veneciano empezaba entonces en marzo. Es decir, de esto hace justamente setecientos años. Se guardará en una caja de madera con forma de libro. Con el tiempo, cuando Fantina enviude, la familia política intentará hacerse con su herencia en los tribunales de Venecia, pero ella subrayará aquellas frases que le confieren sus derechos, y así ha llegado hasta nosotros.

Después del signus manus, Marco ha vuelto a recostarse. Cierra los ojos. Su mente divaga. El sacerdote ha seguido escribiendo y el rasgueo de la pluma en el pergamino le trae un recuerdo de años atrás. Ha sido capturado tras una batalla naval y se encuentra preso en la enemiga Génova. En los días de aburrimiento, mientras espera el pago de su rescate, le cuenta a un compañero de presidio, un pisano que escribe novelas de caballerías, sus aventuras en países lejanos, y el pisano lo va poniendo todo por escrito en un libro que los escépticos llamarán «El millón» porque lo creen exageraciones.

El sacerdote y su familia ven que Marco mueve los labios, musita algo. Imaginan que está rezando. No es así. En realidad, está otra vez dictando su libro, comenzando por el principio: «A todos los príncipes, varones, o a cualquier otra persona que este mi libro viere u oyere, sea salud pura, y prosperidad con gozo. En este libro entiendo dar a conocer cosas grandes y maravillosas del mundo. Especialmente de las partes de Armenia y Persia, y India, y Tartaria. Y de muchas otras provincias las cuales se contará en esta obra como las vi yo, Marco Polo, noble ciudadano veneciano…».

QOSHE - Testamento en Venecia - Miguel-Anxo Murado
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Testamento en Venecia

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07.01.2024

La luz que entra por la ventana es como la de un cuadro de Tiziano, aunque falte más de un siglo para que nazca el gran maestro. Desde donde se encuentra postrado, el viejo mercader veneciano puede escuchar el chapoteo del agua en el canal, los gritos de aviso de los remeros, el martillo del orfebre de la casa de al lado, los pregones de mercancías en el cercano puente de Rialto, donde se vende todo lo que contiene el mundo: pimienta, canela, frutos exóticos de Siria, musgo del Tíbet, incienso de Arabia, telas de Damasco y Bagdad. A sus setenta años, el comerciante se siente a punto de iniciar su último viaje y ha pedido al párroco de San Felice que acuda a su casa para poder testar y recibir los últimos sacramentos. Ahí tenemos al clérigo, escribiendo con una letra cuidada. Su mujer y la hija mayor lo observan, mientras las otras tres hijas sujetan las manos de su padre. Pietro, el fiel........

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