En la reciente campaña electoral, la cultura fue únicamente una remota referencia que cabía en una línea. Me refiero a su ausencia en debates y mítines. Sigue siendo electoralmente un mal menor, una carga incómoda, las promesas más evitables. Por no haber, no hubo ni «abajo firmantes» pidiendo el voto como solían, como era tradición para las formaciones de izquierda, que se arrogaban la herencia de mantener la llama del progreso como propiedad privada. La poseedora de la patente intelectual donde cabía de todo, desde profesores izquierdistas hasta titiriteros de prestigio y falabaratos varios.

La tropa de la melancolía setentera desapareció del paisaje electoral. Únicamente, un viejo y antes meritorio escritor escribió un libro hagiográfico que puso su prestigio al servicio de la candidata nacionalista.

La derecha, que por quinta vez sucesiva gobernará Galicia, renunció a dar la batalla cultural que antaño era patrimonio de la izquierda. Simplemente miró para otro lado.

Y la vieja y permanente reivindicada cultura por minorías que integran las vanguardias que ansían la libertad escrita en los libros, en las partituras, la que reside en la danza o en las artes plásticas, en los fotogramas del cine gallego, en el teatro y en el circo, en el pensamiento, se escabulló una vez más haciendo mutis por el foro.

Para construir, para mantener una sociedad, para pensarse y comunicarse desde el lejano universo de las tradiciones, es menester mantener e incrementar la apuesta que sostiene las vigas de una cultura activa, viva, poderosa.

La Galicia cunqueiriana de los mil ríos se ha convertido en una pléyade de fundaciones culturales privadas y públicas que malviven vivaqueando, incapaces de crear un soporte cultural vigoroso.

Nuestra cultura se ha convertido en cultureta, más cercana al chascarrillo banal que a sentar las bases de un discurso fértil ondeando al viento las banderas de la gran oferta cultural.

La que libera y engrandece el espíritu, la que convierte al hombre en un ser crítico e independiente, la que acaricia el verde de los campos con el suave rocío de las mañanas, la cultura campesina y marinera que fija los límites de una manera de entender la vida, de vivirla. La cultura, en suma, que nos hace libres. Y en estas tardes de lluvia obstinada, cuando la primavera vecina se deja ver en las copas de los árboles, y en los días que alargan las tardes, desde el sofá, la compañía de un libro y la audición de una melodía amable es un buen antídoto para suplir ausencias. De la cultura.

QOSHE - De la cultura - Ramón Pernas
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De la cultura

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09.03.2024

En la reciente campaña electoral, la cultura fue únicamente una remota referencia que cabía en una línea. Me refiero a su ausencia en debates y mítines. Sigue siendo electoralmente un mal menor, una carga incómoda, las promesas más evitables. Por no haber, no hubo ni «abajo firmantes» pidiendo el voto como solían, como era tradición para las formaciones de izquierda, que se arrogaban la herencia de mantener la llama del progreso como propiedad privada. La poseedora de la patente intelectual donde cabía de todo, desde profesores izquierdistas hasta titiriteros de prestigio y falabaratos varios.

La tropa de la........

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