El 74 % de los 742 millones de habitantes de Europa es urbanita, reside en las ciudades. Metrópolis, conurbaciones, áreas urbanas y conjuntos poblacionales conforman los lugares donde viven la mayoría de ciudadanos. La ciudad tiene hegemonía sobre otros lugares de residencia y, a juicio de urbanistas, el rural, los pequeños territorios, van perdiendo la batalla. Están sobrevalorados según los defensores de la urbe/ciudad.

Están a favor del crecimiento frente al desarrollo armónico que busca una economía circular, son detractores de una forma de vida que no depende de una cuestión de tamaño. Vivir en un asentamiento a la medida del hombre, evitando las ciudades dormitorio y las colmenas humanas, es la opción mas cercana a las personas que han optado por una forma de vida que implica ejercer la cultura vecinal del «hasta luego» y el «cómo estás» al encontrarse en la calle, en compartir alegrías y penas con sus paisanos, o los duelos cuando el luto y el dolor hiere a un convecino.

En el techo de las pequeñas poblaciones, en lo más alto de los pueblos, de las villas, de las aldeas, se despliegan cada noche millones de estrellas que inundan de luz el paisaje, y si abres la ventana a la tarde, el aire fresco propicia, que la naturaleza entera, penetre en tu alcoba. Es donde reside el silencio que juega con la brisa del mediodía. Yo prefiero el pequeño universo de Comala de Juan Rulfo, o el Macondo de García Márquez, a la Lisboa de Pessoa o al Dublín de Joyce, aunque a la hora de desvelar confidencias, debo decir que soy partidario de Las ciudades invisibles de Italo Calvino. No es momento de enumerar ventajas e inconvenientes de las ciudades versus los pueblos, pues resultan evidentes en un somero análisis, desde la sanidad al comercio, desde la educación a las comunicaciones y sin proceder de una cultura campesina o marinera. Estoy dispuesto a asegurar que en los pueblos se vive y se muere mejor.

En Galicia la mayor parte de la población reside en el litoral costero, en ciudades y pueblos con mar mientras la Galicia interior envejece y se vacía, entre cantos de cisne que desde el confinamiento pandémico reivindican la vuelta al campo para intentar una forma de vida más serena y sostenible que en las ciudades.