Hubo un tiempo en que el PSOE se preguntó a sí mismo qué camino seguir. Estaban en una encrucijada. Varias direcciones y una sola que podría otorgarles rápidamente el Gobierno de España. Esperaron el momento. Y llegó. Por unas líneas de una sentencia judicial referida al PP de Majadahonda y Pozuelo de Alarcón. Esa sentencia fue corregida por el Tribunal Supremo proclamando que «esas afirmaciones» (las citadas en la sentencia que condujo a la moción de censura) resultaban «excesivas y expresivas de una técnica irregular en la redacción de la sentencia». Era lo de menos. Habían salido de la encrucijada y tomado el camino que Sánchez había diseñado: el pacto con el independentismo. No había vuelta atrás. Para qué, se preguntaría Sánchez. La derecha nunca podría gobernar España. Para ello alimentaban a diario a su mejor socio, Vox. Estoy diciendo exactamente lo que quiero decir: Vox es el gran aliado de Sánchez. Sin Vox, su plan nunca se llevaría a efecto.

Una vez asentados en el poder ya nada importa. La semana pasada vivimos momentos que quedarán reflejados en los anales de la historia. En el Parlamento europeo un prófugo de la Justicia amenazaba al presidente español («Si no se aprovechan las oportunidades, las consecuencias no serán agradables») y el Partido Socialista de Navarra apoyaba una moción de censura para arrebatar a UPN la alcaldía de Pamplona: el alcalde sería de Bildu. Era el primer pago de lo pactado con los independentistas vascos. Un ministro vociferante, de elevada altura moral e intelectual, declaraba que no se sonrojaba por pactar con un partido democrático y progresista: Bildu. Entonces a mí me dio por recordar. La memoria es amiga y enemiga a la vez. Y recordé. Y vinieron palabras a mi recuerdo. Palabras, solo palabras. «Con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces, o veinte durante la entrevista. Con Bildu no vamos a pactar... Bildu no tiene proyecto de país... nosotros (el PSOE) sí lo tenemos». Las anteriores declaraciones fueron proferidas por Pedro Sánchez. Pero hubo más. En la investidura fallida del 2016 aseguró que no negociaría con Bildu. Que no se sentaría con ellos ni siquiera «para decirles que no... no me voy a reunir con Bildu».

Ha llovido desde entonces. Como dije arriba, la ocasión que Sánchez esperaba cabalgaba a lomos de una sentencia judicial. Aprovechó su momento. Cambió el discurso. Y se subió al tren del mantra que siempre da resultado: contra la derecha sirve todo. Y contra la derecha sigue siendo presidente. Y será, quizá, por los siglos de los siglos. Yo he renunciado a toda esperanza. No se puede ofender más al Estado, desde los jueces a las instituciones. Se desprecia a todo aquel que no piensa como piensan los «progresistas» (Bildu, dice el ministro Puente, es progresista). Junts también lo es. Vivimos entre el desdén y la ofensa. Solo queda, como en esta columna, resistir. Con palabras. Solo palabras.

QOSHE - Entre el desdén y la ofensa - Xosé Carlos Caneiro
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Entre el desdén y la ofensa

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18.12.2023

Hubo un tiempo en que el PSOE se preguntó a sí mismo qué camino seguir. Estaban en una encrucijada. Varias direcciones y una sola que podría otorgarles rápidamente el Gobierno de España. Esperaron el momento. Y llegó. Por unas líneas de una sentencia judicial referida al PP de Majadahonda y Pozuelo de Alarcón. Esa sentencia fue corregida por el Tribunal Supremo proclamando que «esas afirmaciones» (las citadas en la sentencia que condujo a la moción de censura) resultaban «excesivas y expresivas de una técnica irregular en la redacción de la sentencia». Era lo de menos. Habían salido de la encrucijada y tomado el camino que Sánchez había diseñado: el pacto con el independentismo. No había vuelta atrás. Para qué, se........

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