Salimos de una cena, todos blancos sonrientes, bebiendo, comiendo y bailando entre libros y cuadros que podrían estar en un museo. Las luces de un árbol de Navidad brillan en la plaza. Nos recoge un taxista tan extranjero como el que nos ha llevado, ambos del norte de África. El barrendero que encontramos azotando el barrio llegó de Senegal hace unos años. Unos tipos faenan con cables negros en las fachadas, nos saludan al pasar con acento de Hispanoamérica. Al llegar a casa, la tele canta que Francia acaba de aprobar una ley migratoria con el apoyo de la extrema derecha. Y la Unión Europea termina la presidencia española con un pacto migratorio que intenta endurecer un poco más las condiciones de entrada y regular el reparto de los que llegan. El que acepte menos de los asignados, paga. Todo es dinero. Hasta la solidaridad y los derechos humanos. Apago y prefiero pasear con el perro.

Camino mientras pienso qué me ha dejado 2023. Lo primero, la sensación de que seguimos comprando el marco ideológico de la ultraderecha. La idea de que los de fuera son el problema cuando nuestra discreta vida burguesa sería mucho peor sin ellos, los que se ensucian las manos. La sensación es que populistas y radicales van ganando la carrera, cuando los demás llegan a una decisión ellos ya están allí. Es como una mancha de aceite que se va extendiendo de forma silenciosa entre el ruido ambiental, colonizando espacios de nuestra mente.

Acabo 2023 con la convicción de que Emmanuel Macron es el político paradigma de este tiempo, camaleónico, seductor y pragmático: una marca blanca despegada de ideologías fuertes, el líder de una plataforma transversal y no de un partido tradicional, un sagaz olfateador del viento de las mayorías sociales capaz de proyectar imagen de triunfo hasta en las crisis.

2023 me deja la importancia del cambio, un motor antes que un problema. El cambio como una sacudida que obliga a despejarte la mente y librarte de prejuicios e ideas enlatadas.

2023 me deja más cerca del que he sido y del que ya solo puedo ser: un individualista (un inadaptado a días con alma de impostor) que ansía y predica el bien común, algo así como pensar en los otros antes que en uno, en no dañar antes que en no ser dañado.

2023 me deja más lleno de contradicciones. No vivo con ellas. Vivo de ellas.

Acabo 2023 caminando y pensando en el valor del error, en la sabiduría de un gesto (admitir el fallo) que suele llegar solo en las despedidas. Lo mejor del último discurso de Ximo Puig, el del adiós del liderazgo del partido, es asumir que se equivocó en la campaña, que midió mal el contexto y a los que tenía delante. Los mejor del último artículo de Mario Vargas Llosa, el de la retirada después de décadas, es el consejo a los nuevos periodistas de admitir incertidumbres sobre aquello de lo que escriben.

Acabo 2023 con el sabor de boca de que nos sobra soberbia. Ojalá los periodistas que empiezan no desfallezcan en su espíritu de anhelar la verdad, sabiendo con humildad que el camino es más de dudas que de certezas.

2023 me deja los recelos ante la palabra libertad: la calle de mi adolescencia, las sílabas más hermosas y más manoseadas, un concepto que ahora distingo como peligroso si no va unido al de responsabilidad.

2023 deja otro año sin colapso ambiental, que no es poco, aunque con nuevos avisos de que jugamos con fuego, de que decretamos medidas sin creerlas. En 2023 los veranos volvieron a ganar y el invierno cotiza a la baja, pero en València vuelve a triunfar el asfalto. A pesar de los récords de calor, acabo 2023 con más dudas que hace un año de que vayamos a abandonar los combustibles fósiles, con más dudas sobre las soluciones posibles.

2023 es el año del beso, el año en que un gesto de unos pocos segundos movió montañas y tumbó a faraones. 2023 deja la conciencia de que aún hay rebeliones posibles y batallas que acaban bien.

2023 deja otras guerras, la violencia como respuesta aún válida cuando no las hay a la mala vida y el dolor.

En 2023 la esperanza resiste. 2023 deja la evidencia de que a los reaccionarios se les puede detener con el poder de la democracia. A veces pasa. Y pasó.

2023 es el año en que me he visto como Ricky Gervais en After Life, pensando en la fugacidad de todo caminando al lado de un pastor alemán fiel.

En 2023 he aprendido a esquivar a viandantes absortos en sus pantallas, caminantes como arietes de cabeza gacha.

2023 nos deja nuevos mundos, más artificiales que inteligentes, que algún visionario dice que nos salvarán. Igual es así. Igual el futuro es virtual, de plástico fino. A mí 2023 me deja demasiadas dudas. Me deja la percepción de que es más saludable tomar distancia de la multipantalla, del estrés del bombardeo de datos. Es más sano caminar con la mirada al frente, con la conciencia del gozo del viento que te golpea la cara.

2023 me deja el descubrimiento de las letras absorbentes de Jon Fosse y el goce de la mirada lúcida hasta sangrar de Chirbes sobre esto que llamamos Valencia. En 2023 tuve claro que o se escribe desde las entrañas o se flirtea con la banalidad.

2023 me deja una canción de La Beriso sonando a toda mecha mientras la noche pasa entre el mar frío y la montaña protectora, bajo unas luces de farándula colgando de los árboles de siempre, como si Buenos Aires no fuera un sueño. La música en la noche abierta para demostrar que la vida era esto, un golpe de electricidad capaz de borrar todas las penas y enmascarar las ausencias. Solo ya eso valió la pena. 2023, otro año más hasta vos.

En 2023 espero haber aprendido a perdonarme y perdonar.

QOSHE - 2023: un cambio, un beso, un perro y un adiós - Alfons Garcia
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2023: un cambio, un beso, un perro y un adiós

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23.12.2023

Salimos de una cena, todos blancos sonrientes, bebiendo, comiendo y bailando entre libros y cuadros que podrían estar en un museo. Las luces de un árbol de Navidad brillan en la plaza. Nos recoge un taxista tan extranjero como el que nos ha llevado, ambos del norte de África. El barrendero que encontramos azotando el barrio llegó de Senegal hace unos años. Unos tipos faenan con cables negros en las fachadas, nos saludan al pasar con acento de Hispanoamérica. Al llegar a casa, la tele canta que Francia acaba de aprobar una ley migratoria con el apoyo de la extrema derecha. Y la Unión Europea termina la presidencia española con un pacto migratorio que intenta endurecer un poco más las condiciones de entrada y regular el reparto de los que llegan. El que acepte menos de los asignados, paga. Todo es dinero. Hasta la solidaridad y los derechos humanos. Apago y prefiero pasear con el perro.

Camino mientras pienso qué me ha dejado 2023. Lo primero, la sensación de que seguimos comprando el marco ideológico de la ultraderecha. La idea de que los de fuera son el problema cuando nuestra discreta vida burguesa sería mucho peor sin ellos, los que se ensucian las manos. La sensación es que populistas y radicales van ganando la carrera, cuando los demás llegan a una decisión ellos ya están allí. Es como una mancha de aceite que se va extendiendo de forma silenciosa entre el ruido ambiental, colonizando espacios de........

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