Miserias de la vida de político. Un día te levantas presidente autonómico con una hoja de servicios valorada por la ciudadanía, según todos los sondeos, y por la noche has de empezar a pensar qué harás con tu vida. Eso le sucedió a Ximo Puig el 28 de mayo pasado y en ese proceso de asimilación de una nueva realidad ha estado hasta ahora.

Para entender esta etapa, hay que situarse. La derrota no estaba en sus planes. No tenía plan B. No se contemplaba en su despacho ni siquiera después de que se cerraran los colegios electorales y apareciera el sondeo de Narciso Michavila. Los estudios internos decían otra cosa y Ferraz lo corroboraba. Los suyos estaban confiados con el valor de la gestión realizada. Al final, el crecimiento en votos del PSPV no compensó el hundimiento de Podemos y el retroceso de Compromís. Tenía algo como de justicia histórica: ellos lo hicieron presidente en 2015 con un magro resultado del PSPV y una mínima diferencia sobre Mónica Oltra (Compromís) y la caída de ellos ahora era la de él.

La convocatoria de elecciones generales en julio ayudó a Puig a decidir quedarse. Su plan era pilotar el partido hasta 2025 y entonces decidir. Los mismos argumentos de entonces son los de ahora para dar un paso al lado: el convencimiento de que el ciclo de la derecha en el poder puede ser corto con un PP aliado con la ultraderecha y no otra travesía en el desierto de veinte años.

¿Qué ha pasado? Su intención era encabezar la ‘alternativa’, no la oposición, y ha pasado que ha quedado claro que esa separación es simple teoría política. Ha pasado que la combinación de estar en la C. Valenciana (Corts) y España (Senado) le ha desgastado más que otra cosa por la acumulación de cargos, unido a la elección de la independiente y exconsellera Gabriela Bravo (pareja del expresident) para la representación socialista en la Mesa de las Corts. Ha pasado que algo no se hizo bien en la Diputación de València. Ha pasado que ha empezado a otear movimientos de tropas y atisbos de guerrilla orgánica. Ha pasado el tiempo: Puig cumplirá en enero 65 años, así que la jubilación de la primera línea política le llegará como a la mayoría de trabajadores. Y han pasado Ferraz y Moncloa, que lo dejaron fuera del Gobierno y han enviado mensajes de que preferían la renovación. Si la acelera Puig o la dirección federal (casi ninguna otra federación está en proceso precongresual) queda en función de la fuente.

Lo que ha pasado al final es que Puig cede paso antes de lo previsto. Pero se va casi doce años después de asumir la secretaría general dejando un crecimiento del partido y una buena imagen en la Comunitat Valenciana y España. Quizá es un factor antes de un mayor deterioro. Una forma también de preservar el legado.

¿Porque quién es Puig, quién ha sido? Un veterano de la carrera política que se empapó de lo que era ser president como jefe de gabinete de Joan Lerma, que ha estado al frente de su municipio (Morella) durante doce años, que se las tuvo tiesas en la oposición provincial de Castellón con el entonces todopoderoso Carlos Fabra y que conoció también los pasillos madrileños por su etapa en el Congreso de los Diputados.

¿Quién es Puig? Un alcalde. Es el rasgo que más ha marcado su periodo en la Generalitat: intentar llegar y estar en todo con esa premisa de que se es alcalde las 24 horas. Por eso su presencia diaria en pandemia en el Palau. Por eso sus apariciones rápidas allí donde hubiera una emergencia importante, como la DANA de la Vega Baja. Todo ello, unido a la tendencia de la política actual a los hiperliderazgos, hizo crecer una figura cuya sombra cuestionaron los socios (Mónica Oltra) al considerar que los ocultaba y desdibujaba.

¿Quién es Puig? Un dirigente exigente con sus equipos, de los de domingo en el despacho, y de los de furias pasajeras también cuando las cosas no salían.

¿Quién es Puig? Un pactista. Conocedor por experiencia de los intestinos y las tendencias fratricidas de las familias del PSPV, muchos de los que estuvieron en su contra encontraron cargos institucionales y acomodo durante su mandato: Jorge Alarte, Toni Gaspar, Rafa García, Mercedes Caballero...

¿Quién es Puig? Un mejor gobernante que candidato. Lo sabían quienes le acompañaron cuando llegó en 2012 a la secretaría general del PSPV y se enfrentó a las elecciones de 2015, las más difíciles, porque se trataba no solo de enfrentar a la derecha, sino de contener la ola de la nueva izquierda indignada que llegaba con Compromís y Podemos. Deja el partido (electoralmente) mejor que estaba entonces.

¿Quién es Puig? Un socialista con conciencia nacionalista en el sentido que esto tiene en un partido con dos almas zigzagueantes desde el nombre (PSPV-PSOE). Un convencido del autogobierno y un federalista español que se queda con ganas de haber dicho algo más en ese terreno. La imagen de su adiós bajo la mirada del delegado poderoso de Ferraz proyecta una sombra final confusa e injusta sobre su trayectoria.

¿Quién es Puig? Un periodista formado entre Barcelona y Madrid, dos polos importantes en su biografía política. Nunca dejó de serlo, aunque ejerció poco en la práctica. Su mejor jefe de prensa. Lo de ser editor de un diario le hubiera llenado casi tanto como presidir la Generalitat.

¿Quién es Puig? Un lector y un aprendiz de intelectual. Alguien preocupado por los libros que no podrá leer y que en su agenda de la tarde de los miércoles como presidente se despejaba unas horas para la lectura.

¿Quién es Puig? Un socialista marcado por aquella decisión del comité federal del 1 de octubre de 2016, cuando fue de los 17 de la ejecutiva del PSOE que firmaron para propiciar el cónclave en el que Pedro Sánchez debía renunciar. Todo pasa y todo queda. Aquella posición firme y activa de él y su equipo en favor de Susana Díaz ha dejado su rastro, cada vez más amortiguado, en los años. Pocos lo saben, pero poco antes, durante unas horas, Puig pudo ser líder del PSOE, en aquellos tiempos de arenas movedizas en que Díaz no se atrevía a dar el paso para enfrentarse a Eduardo Madina por el despacho grande de Ferraz y se buscaba aspirante. Al final acabarían encontrándolo en un joven y ambicioso Sánchez, antes de que vieran el ídolo que empezaba a moldearse, sin pies de barro. Pero esa, como en las películas neorrealistas, es ya una vieja historia. Hoy, Puig empieza a jubilarse.

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Crónica de seis meses hacia el adiós

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17.12.2023

Miserias de la vida de político. Un día te levantas presidente autonómico con una hoja de servicios valorada por la ciudadanía, según todos los sondeos, y por la noche has de empezar a pensar qué harás con tu vida. Eso le sucedió a Ximo Puig el 28 de mayo pasado y en ese proceso de asimilación de una nueva realidad ha estado hasta ahora.

Para entender esta etapa, hay que situarse. La derrota no estaba en sus planes. No tenía plan B. No se contemplaba en su despacho ni siquiera después de que se cerraran los colegios electorales y apareciera el sondeo de Narciso Michavila. Los estudios internos decían otra cosa y Ferraz lo corroboraba. Los suyos estaban confiados con el valor de la gestión realizada. Al final, el crecimiento en votos del PSPV no compensó el hundimiento de Podemos y el retroceso de Compromís. Tenía algo como de justicia histórica: ellos lo hicieron presidente en 2015 con un magro resultado del PSPV y una mínima diferencia sobre Mónica Oltra (Compromís) y la caída de ellos ahora era la de él.

La convocatoria de elecciones generales en julio ayudó a Puig a decidir quedarse. Su plan era pilotar el partido hasta 2025 y entonces decidir. Los mismos argumentos de entonces son los de ahora para dar un paso al lado: el convencimiento de que el ciclo de la derecha en el poder puede ser corto con un PP aliado con la ultraderecha y no otra travesía en el desierto de veinte años.

¿Qué ha pasado? Su intención era encabezar la ‘alternativa’, no la oposición, y ha pasado que ha quedado claro que esa separación es simple........

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