Día 1. Otro año. Me levanto pronto. Por los efectos de la gripe la noche de fiesta fue corta y tranquila. Abro la ventana y encuentro un verdecillo que canta feliz en el patio. Lo tomo como un símbolo. Un signo de buenos augurios. Uno intenta ir de racional, pero no puede dejar de ver algo de magia algunos días.

Saco a los perros. En la plaza solo se oyen los golpes de escoba del barrendero, que intenta como puede borrar los restos de la gran noche. Escucho un saludo. Es un vecino. El mismo de muchas mañanas en estas mismas circunstancias compartidas. No puedo evitar pensar en otro signo del destino. Pasa de los setenta y lo veo casi a diario, temprano, con una bolsa con algunas raquetas. Saluda y sonríe, y continúa con su día con cierta felicidad. Perdió hace no demasiado a su mujer, tras muchos años enferma, y antes murió su hijo, así, de repente, de un día para otro. Él continúa dando golpes de raqueta a la vida, defendiendo la alegría con buena cara y una sonrisa.

Levanto la vista. La casa de enfrente es la de don Antonio. Ya ha levantado la persiana, una marca temporal en mis días. Debe de andar por ahí dentro. Cada vez se le ve menos fuera, pero ha vuelto a enviar su postal navideña a los vecinos: acuarelas originales, pintadas por él cada año, paisajes sobrios entre el frío. Son una luz en la sombra cada Navidad, una señal de que la belleza continúa y no se deja vencer.

Los perros guían mi paseo más que yo el suyo, así es cada día. Husmean ahora ante la basura y me dan pie a divagar sobre esta nueva València que nos trajeron las elecciones de mayo. Mi experiencia más cercana sobre esta València son unos contenedores subterráneos de basura rotos desde hace meses y que nadie arregla. Es la imagen que encuentro cada día al salir de casa. No es que antes no dieran problemas, sucedía a menudo, pero alguien aparecía, los arreglaba y hasta la próxima. Pero, en esta ocasión, quien decida estas cosas ha desistido. La solución provisional (adjetivo peligroso en València) han sido unos pequeños receptáculos de plástico que desde hace meses rebosan de bolsas, cajas y todo tipo de desperdicios, a cualquier hora del día y la noche.

Ya digo, es solo una experiencia, no vale para un tratado político, pero ahí queda. Mi recuerdo es que en el anterior cambio político, en 2015, cuando ganó la izquierda, se empezó a notar en el barrio un afán por ordenar un espacio bastante caótico. Se planificó alguna pequeña zona verde, se empezó a respetar la zona peatonal y se puso cierto orden en este lugar entre lo rural y el arrabal que tiende rápido al caos napolitano.

Ahora, han pasado seis meses desde la llegada al poder de la derecha y no he visto nada, un mínimo gesto. Al menos han mantenido el árbol de Navidad que se empezó a colocar. Quizá ya es algo. Será una cosa del tiempo, también el mío personal, pero los gestos y los símbolos de esta nueva era parecen concentrados en el centro, donde la resonancia (y el ruido) de todas las acciones son mayores.

Quizá es la política de estos tiempos, de grandes palabras (seguridad, limpieza, orden…) cada vez más difíciles de traducir entre datos que se contradicen.

Quizá es la gripe, pero la política de estos días me deja síntomas de intoxicación digestiva. Igual soy yo, ya digo, pero hay indicios de que algo huele mal. No es que sea una gran decisión, de las que marcan la historia, pero de las noticias de los últimos días llama la atención que el Gobierno de España ha dejado en manos de los líderes provinciales de su partido, el socialista, la elección de sus nuevos representantes en cada lugar.

Son de esas cosas que pasan como si no las ves, pero un académico sabio, atento siempre a los desórdenes, me alerta de esta patología institucional, en la que poder y partido se confunden y acaban siendo la misma cosa. No es buen síntoma para una democracia que se desvistan los últimos santos y se deje a la vista que el partido es lo importante, por encima de las instituciones. Esa mezcolanza es peligrosa, da igual si viene de la derecha como de la izquierda, porque las instituciones empiezan a pesar poco, a ser sobre todo instrumento de la organización política, que es lo realmente superior. Una anomalía que dice bastante de estos tiempos de diques de contención y barreras. La democracia son formas y algunas se van perdiendo con demasiada facilidad.

Si los muros hacen perder las esencias del orden, gana la destrucción. Pero realmente no sé si importa a alguien en tiempos de política cada vez más personalista, mientras los ultras siguen a la suya, como si la lluvia cayera y no mojara. Lo último: violentar el nombre de Miguel Hernández. Otro símbolo. Y los demás, como si no tuviéramos que ver que esa radicalidad de tufo cuartelero gobierna hoy al lado del PP. Todo es demasiado normal en este tiempo.

Sigo en el camino, mientras el sol empieza a calentar. Me concentro en mirar a otros lados para descansar la vista, que ya no aguanta sin colirios y gafas. Mientras la calle es silencio esta mañana de empezar año, de alguna ventana llegan los sones de un vals desde Viena. Otro símbolo de esta vieja Europa. Otra señal de un orden a la fuga.

QOSHE - Esta València de nuevo año - Alfons Garcia
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Esta València de nuevo año

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06.01.2024

Día 1. Otro año. Me levanto pronto. Por los efectos de la gripe la noche de fiesta fue corta y tranquila. Abro la ventana y encuentro un verdecillo que canta feliz en el patio. Lo tomo como un símbolo. Un signo de buenos augurios. Uno intenta ir de racional, pero no puede dejar de ver algo de magia algunos días.

Saco a los perros. En la plaza solo se oyen los golpes de escoba del barrendero, que intenta como puede borrar los restos de la gran noche. Escucho un saludo. Es un vecino. El mismo de muchas mañanas en estas mismas circunstancias compartidas. No puedo evitar pensar en otro signo del destino. Pasa de los setenta y lo veo casi a diario, temprano, con una bolsa con algunas raquetas. Saluda y sonríe, y continúa con su día con cierta felicidad. Perdió hace no demasiado a su mujer, tras muchos años enferma, y antes murió su hijo, así, de repente, de un día para otro. Él continúa dando golpes de raqueta a la vida, defendiendo la alegría con buena cara y una sonrisa.

Levanto la vista. La casa de enfrente es la de don Antonio. Ya ha levantado la persiana, una marca temporal en mis días. Debe de andar por ahí dentro. Cada vez se le ve menos fuera, pero ha vuelto a enviar su postal navideña a los vecinos: acuarelas originales, pintadas por él cada año, paisajes sobrios........

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