Reina el desorden. Quizá la confusión, cuasi seguro una especie de caos. Unos creen que controlado, otros alegan que esa es la raíz de la libertad. Sería optimista pensar y llegar a insinuar que es sólo propio de la realidad digital y que, en su justa medida, mancha lo analógico, lo que podemos tocar. El desorden lo impregna todo pero se erige como dictador en la comunicación. En las conversaciones, en las lecturas, en la información. La falta de orden en la recepción de la realidad nubla la capacidad para discernir la importancia de los temas y deambulamos desorientados, sin capacidad o sin fuerzas para descifrar, jerarquizar y acumular gallardía para intentar transformar a mejor. La actualidad nos llega en forma de collage, mezclándose, sin criterio, el mayor de los desastres humanos (digamos, por ejemplo, el genocidio de Gaza) con la trivialidad más absoluta o el consejo más insustancial. No situemos ejemplos en estos últimos casos, todos sabemos de qué hablamos. El desorden también es desinformación y la sociedad más comunicada es hoy la menos informada. No sabemos demasiado de nada.

En esto, la televisión y sus acelerados informativos fueron siempre arietes avanzados. Asuntos complejos reducidos a un guiño y sucesivos chascarrillos, sin punto y coma. Opinión e información unidas de la mano, es decir, intencionadas y tendenciosas interpretaciones servidas como fotos de la realidad. Las redes sociales digitales (únicas plataformas de información para la mayoría de la población, por mucho que nos pese y duela) no han ayudado. La aleatoriedad de los algoritmos se ha ido agravando y hoy, en TikTok, el último macabro cajón de sastre, es paradigmático. El desorden a golpe de pulgar. Un grupo de espaldas gigantes sin cabeza procede a desalojar una casa de gente necesitada, scroll, una chica canta su reacción cuando la critican por liarse con Sergio, scroll, otra chica relata su experiencia traumática en los controles del aeropuerto, scroll, publicidad de calzoncillos caros, scroll, un portero de discoteca no deja entrar a un chico vestido de chándal, scroll, parodia sobre Neymar, scroll, una pareja interpreta una coreografía con su hijo en brazos en medio de un salón de reminiscencias viejunas, scroll, Nico Williams y Lamine Yamal se atreven con otra coreografía en los ratos muertos de una convocatoria con España, scroll, publicidad de Netflix… ¡basta!

Sin contexto y sin emplazamiento la información funciona como un vestigio arqueológico expoliado. Muestra pero no explica, exhibe pero no enseña. El entretenimiento digital mayoritario hoy es inútil porque no responde a otro fin que el consumo del tiempo (la pérdida, si me permiten) de la mayoría, en beneficio de la acumulación de datos con fines comerciales de una minoría. Difícilmente se puede observar como expresión cultural al servicio de la interpretación del mundo o incluso de su reconfiguración. Me cuesta observar el valor añadido para la sociedad.

En medio del desorden, cada vez resulta más complicado el contacto y el conocimiento, la sensibilidad y la empatía. Este tipo de información individualiza porque, sin contexto, no socializa el dolor. Este tipo de entretenimiento individualiza también porque lo enclaustra en la unidireccionalidad del consumo digital. En las redes sociales ni hay redes no hay sociedad. Todo desordenado. Con todo, cada vez es más difícil ser consciente del otro, de su particularidad, de su necesidad. El mundo camina desquiciado y nadie entiende las razones, detecta a los culpables y ve la necesidad de implicarse para darle sentido.

QOSHE - Desorden - Carles Senso
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Desorden

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01.02.2024

Reina el desorden. Quizá la confusión, cuasi seguro una especie de caos. Unos creen que controlado, otros alegan que esa es la raíz de la libertad. Sería optimista pensar y llegar a insinuar que es sólo propio de la realidad digital y que, en su justa medida, mancha lo analógico, lo que podemos tocar. El desorden lo impregna todo pero se erige como dictador en la comunicación. En las conversaciones, en las lecturas, en la información. La falta de orden en la recepción de la realidad nubla la capacidad para discernir la importancia de los temas y deambulamos desorientados, sin capacidad o sin fuerzas para descifrar, jerarquizar y acumular gallardía para intentar transformar a mejor. La actualidad nos llega en forma de collage, mezclándose, sin criterio, el mayor de los desastres humanos (digamos, por ejemplo, el genocidio de Gaza) con la trivialidad más absoluta o el consejo más........

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