Regalar un libro siempre es pretencioso. Presupone conocimiento sobre el otro u otra. Incluso adelanta un juicio que el regalado no tiene sobre sí mismo. «Necesitas leer esto». Uno acaba regalando el libro que desea leer o que acaba de disfrutar leyendo, como si las palabras fuesen estancas y las frases no precisasen de interpretación. Vamos con historias de libros, estos días (como siempre) de actualidad política. «Frente a las agresiones, libros, lectura y cultura», aduce Lola, la dueña de la librería Rafael Alberti, atacada con esvásticas nazis dibujadas torpemente en su escaparate en los recientes altercados en Ferraz.

La portavoz socialista en el Ayuntamiento de València, Sandra Gómez, se pone las pilas. Regala al teniente de alcaldía Juanma Badenas el libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal de Hannah Arendt. Le dice sin decírselo «mira las consecuencias de tu ideología». Como si él no las supiese. Badenas contesta. Al día siguiente (el marco temporal es importante porque la decisión es reflexionada) le regala de vuelta su propio libro, La Derecha: La imprescindible aportación de la Derecha a la sociedad actual, al que añade La Constitución, explicada superfácil: ¡Para que lo entienda hasta tu cuñado!, un libro del humorista Dani Fontecho. Él, por su parte, le dice sin decírselo: «Lo mejor que puedes hacer en tu vida es leerme, tú que tan justita vas de carruaje intelectual».

Pues eso, regalos envenenados que son insultos. Insultos, además, de esos que dejan en evidencia al agresor. La discusión política debería ser otra cosa ¿Se imaginan que se interpelasen con Smith, Marx, Habermas, Fukuyama, Laclau o Picketti en la boca? Aburrido, pensarán. Algunos en política han empezado a construir el tejado sin tener los pilares levantados. Si pretencioso es regalar, es peor evitar que se regale. Prohibir la circulación de un volumen (y de las ideas que lleva dentro) habla sobre la verticalidad de aquel que cree saber cómo serán digeridas dichas palabras y su perniciosa consecuencia social.

En EE UU ha habido casi 6.000 prohibiciones de libros desde el otoño de 2021, la mayoría en Florida, donde gobierna la versión exagerada (para peor) de Donald Trump. El mismo que firmó la ley conocida coloquialmente como Don’t Say Gay (no digas gay) para evitar que se hable de temas LGBTQ+ en las escuelas. Para contrarrestarlo (un poco), la cantante Pink regala 2.000 libros prohibidos sobre raza y sexualidad en sus conciertos.

Dejó escrito Cervantes: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Sin embargo, vamos en otra dirección. En 2022, el uso promedio diario de las redes sociales por parte de los usuarios de Internet a nivel mundial se situó en torno a 151 minutos por día, frente a los 148 minutos de 2021. Mil horas al año. Mes y medio mirando, mayoritariamente, tonterías que polarizan, domeñan y simplifican. La gran característica de la sociedad del siglo XXI es su distracción. De una sociedad habla más lo que la entretiene que lo que lee.

QOSHE - Libros envenenados - Carles Senso
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Libros envenenados

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11.12.2023

Regalar un libro siempre es pretencioso. Presupone conocimiento sobre el otro u otra. Incluso adelanta un juicio que el regalado no tiene sobre sí mismo. «Necesitas leer esto». Uno acaba regalando el libro que desea leer o que acaba de disfrutar leyendo, como si las palabras fuesen estancas y las frases no precisasen de interpretación. Vamos con historias de libros, estos días (como siempre) de actualidad política. «Frente a las agresiones, libros, lectura y cultura», aduce Lola, la dueña de la librería Rafael Alberti, atacada con esvásticas nazis dibujadas torpemente en su escaparate en los recientes altercados en Ferraz.

La portavoz socialista en el Ayuntamiento de València, Sandra Gómez, se pone las pilas. Regala al teniente de alcaldía........

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