Rita Barberá se defiende de las acusaciones y apela a los socialistas: Es necesario sentido de Estado. Aquello se lee, hace ya mucho, como una plegaria amenazante en un contexto delicado que hoy ha perdido los matices. Queda el concepto, que ni patentó la alcaldesa ni pereció con ella. Sentido de Estado. Algo así como responsabilidad por encima de los partidos y, sobre todo, por delante de las personas. Y como sinónimo de Estado, las instituciones y, en última acepción, la democracia. Es excesiva la interpretación porque quizá Barberá no quiso ir tan lejos, aunque es factible porque los políticos de trayectoria como ella entendían a la perfección cuan débil es la estructura si el terremoto se provoca desde el centro, desde el interior del sistema. Me permito el lujo de releer a la exalcaldesa de València porque aquella frase ha quedado grabada (quién sabe por qué) en mi memoria y hoy viene al dedo para la reflexión. Además, el president, Carlos Mazón, la actualiza en parte. Ha prometido estos días «perspectiva de Estado» para reivindicar la financiación justa para los valencianos y valencianas. Es heredero, quizá sin pretenderlo, de Barberá.

El griego aporta la palabra «diálogo», formada por «logos» («palabra» o «razón») y el prefijo «dia» («a través de»). Más allá de su significado académico hoy, y haciendo uso de la poesía, atravesado por la razón. A uno o una sólo lo atraviesa la razón cuando dialoga consigo mismo o con alguien y, dada la crisis del silencio, normalmente es frente a alguien, aunque también parece que el diálogo palidece en la sociedad que quizá más conversa de la historia. Estamos constantemente queriendo comunicar pero no escuchamos. Oímos pero no atendemos, ensordecidos por todo lo que expulsamos por la boca.

En el mundo del parlamentarismo, este podrido vicio toma forma de reverdecidas soflamas sin oídos. Unilaterales, solitarias a voluntad. Dirigidas sólo a una parte de la sociedad, sin pretensión alguna de convencer a la mayoría, sólo dirigidas a fortalecer, a solidificar a quienes ya pensaban como ellos, ya caminaban ciegamente a su lado. No hay diálogo, no hay posibilidad de que la razón penetre a nadie.

Y sin dicha voluntad de entendimiento, sucumbe la razón de Estado, el sentido, la responsabilidad, la lealtad. Y tiemblan los cimientos de la democracia. Quizá no la valoramos (la democracia) como debiésemos en un mundo en recesión donde más de tres cuartas partes ya viven bajo formas de ordenación (y sometimiento) dictatoriales o autoritarias. Según el estudio Desigualdad y pacto social, publicado recientemente por el Observatorio Social de la Fundación la Caixa, la satisfacción de los españoles y las españolas con la democracia, la confianza en las instituciones y los agentes del sistema (gobierno, partidos políticos, parlamento, sistema legal y judicial) se desplomaron tras la crisis económica de 2008 y, en el caso de España, apenas se han recuperado. El barómetro mundial de Open Society Foundations, por su parte, expuso hace unos meses que el 86 % de los 36.000 encuestados en 30 países prefiere vivir en un país democrático pero esta cifra cae al 57 % entre los menores de 36 años. El 42 % de estos, inscritas en las denominadas generaciones Z y Milennial, cree que las dictaduras militares son mejores formas de gobierno y un 35 % preferiría vivir en un régimen civil pero autoritario, sin división de poderes ni un sistema parlamentario efectivo. Para echarse a temblar.

Sin diálogo, se justifica que se agreda, primero con insultos, después físicamente. Uno no insulta a un presidente del Gobierno o de una comunidad autónoma o a una alcaldesa, uno menoscaba la legitimidad democrática. Uno no agrede a un parlamentario, uno dilapida los cimientos del juego político, basado en la simulación pacífica de la guerra para evitar la guerra.

Respeto institucional es lo mínimo. También inteligencia para entender que las personas con cargo (como también la ciudadanía) simbolizan mucho más que la representación de un partido, son el emblema de una democracia que se debe respetar. Si se menosprecia al líder de la oposición, se desaíra el debate. Felón, dictador, autócrata son calificativos que deben desaparecer del diálogo. Cuando palidecen los pactos estructurales o la renovación de los sistemas de régimen de la vida como el CGPJ, se envalentonan los asaltos al Congreso, los candidatos con delitos de sangre que suponen una ofensa a las víctimas o los aspirantes a presidente armados con pistola.

Algunos pueden interpretar una llamada a la sumisión, ofendidos por la incapacidad política a la que les sometería un tablero público sin agresiones. El diálogo se mantiene con aquellos que piensan diferente, de lo contrario no es diálogo, es adulación. Cuando algún representante tenga dudas sobre el alcance de su nueva ocurrencia que piense si con sus alegatos está perjudicando la popularidad del adversario político o lesionando la confianza institucional. Es muy diferente. Y por supuesto que pueden existir instituciones podridas que hay que combatir para transformar, pero los marcos del respeto democrático deben respetarse si no se pretende un futuro donde no rija el sentido común y la responsabilidad sino más bien la dictadura de la sinrazón.

QOSHE - Por un 2024 de lealtad democrática - Carles Senso
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Por un 2024 de lealtad democrática

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05.01.2024

Rita Barberá se defiende de las acusaciones y apela a los socialistas: Es necesario sentido de Estado. Aquello se lee, hace ya mucho, como una plegaria amenazante en un contexto delicado que hoy ha perdido los matices. Queda el concepto, que ni patentó la alcaldesa ni pereció con ella. Sentido de Estado. Algo así como responsabilidad por encima de los partidos y, sobre todo, por delante de las personas. Y como sinónimo de Estado, las instituciones y, en última acepción, la democracia. Es excesiva la interpretación porque quizá Barberá no quiso ir tan lejos, aunque es factible porque los políticos de trayectoria como ella entendían a la perfección cuan débil es la estructura si el terremoto se provoca desde el centro, desde el interior del sistema. Me permito el lujo de releer a la exalcaldesa de València porque aquella frase ha quedado grabada (quién sabe por qué) en mi memoria y hoy viene al dedo para la reflexión. Además, el president, Carlos Mazón, la actualiza en parte. Ha prometido estos días «perspectiva de Estado» para reivindicar la financiación justa para los valencianos y valencianas. Es heredero, quizá sin pretenderlo, de Barberá.

El griego aporta la palabra «diálogo», formada por «logos» («palabra» o «razón») y el prefijo «dia» («a través de»). Más allá de su........

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