Uno de los libros de obligatoria lectura cuando muchos de nosotros cursábamos secundaria a principios de los 90 del siglo pasado era el maravilloso 'Tiempo de silencio' de Luis Martín Santos, una crónica asfixiante que hacía malabarismos para visibilizar, por un lado, ese retrato atroz del Madrid de la posguerra y, por otro, la miseria o pobreza más terrible que existe, que es la miseria o pobreza del corazón. Así, sin paliativos. Éramos muy jóvenes todavía y en lo que menos pensábamos era en echar la vista atrás para ver tragedias pasadas. Solo teníamos ojos para el futuro. La vida se abría, vibrante, ante nosotros para ofrecernos color, marcha, ligues, nuevas experiencias, amplios horizontes y autodescubrimientos varios, desde las hombreras hasta el tupé (afortunadamente una moda fugaz). No había espacio para el silencio y, menos, para aquel silencio triste y denso que se arrastraba por las páginas de la novela de Martín Santos. El silencio de los perdedores y el de la paz impuesta por la dictadura. Esa no era nuestra guerra. O eso pensábamos.

Me acordaba estos días de Tiempo de silencio a raíz del ensordecedor ruido que nos acompaña estos días. Tiempos de ruido. De otro ruido diferente al de aquellos años adolescentes. Ruido político, ruido en las televisiones, ruido en la calle, ruido en las redes sociales, ruido duro, ruido abrumador... Ruido en definitiva. Demasiado griterío repleto hasta las trancas de una insoportable violencia verbal que desconcierta hasta al más flemático. Deben creerme cuando les digo que, en ocasiones, cuesta sentarse y escribir algo entendible (ya no digo digno) entre tantos exabruptos y ese estado de enfado permanente que parece no mitigarse jamás y que agita el sistema nervioso hasta convertirlo en punto de nieve.

El pacto entre PSOE y Junts ha soliviantado a una gran parte de la población española, gente normal y para nada exaltada que no saldrá a romper nada por la noche ni a insultar a la policía, a la Monarquía o a los periodistas, pero que está enfadada por un acuerdo que no comparten. Un acuerdo que no les gusta y punto. Y eso es legítimo y respetable. Democráticamente respetable. Tanto como el silencio de aquellos a los que sí que les ha parecido lógica, asumible o digerible una posible amnistía. O, simplemente, lo han aceptado igual que lo han hecho todos los partidos políticos españoles que apoyarán a Pedro Sánchez en su investidura de la próxima semana. Todos menos tres. Y también es legítimo y respetable.

(I-D) La presidenta de Junts, Laura Borràs; el secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Turull; el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y la diputada de Junts, Miriam Nogueras. EP

Hace poco recordaba con un amigo periodista el flaco favor que los partidos políticos hacen a la democracia cuando se empeñan en cuestionar la legitimidad de un gobierno salido de las urnas, sea de color que sea. Mil partidos que forman un Gobierno es igual a un Gobierno legítimo y uno con mayoría absoluta también lo es. Es legítimo un presidente que ha ganado las elecciones y también aquel o aquella que, a pesar de no ser el más votado, lo es tras pactar con otros socios. Cuestionar insistentemente la solidez del parlamentarismo que rige nuestra vida política es intentar ponernos al borde del abismo cada dos por tres. Precisamente, la riqueza de nuestro sistema democrático es el silencio y la tenacidad con el que se construye y afianza su día a día, tras casi 50 años de existencia. Cinco décadas. Superando numerosos retos y muy difíciles. Algunos, incluso violentos. Algunos, incluso con muertos.

QOSHE - Tiempo de ruido - Isabel Olmos
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Tiempo de ruido

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11.11.2023

Uno de los libros de obligatoria lectura cuando muchos de nosotros cursábamos secundaria a principios de los 90 del siglo pasado era el maravilloso 'Tiempo de silencio' de Luis Martín Santos, una crónica asfixiante que hacía malabarismos para visibilizar, por un lado, ese retrato atroz del Madrid de la posguerra y, por otro, la miseria o pobreza más terrible que existe, que es la miseria o pobreza del corazón. Así, sin paliativos. Éramos muy jóvenes todavía y en lo que menos pensábamos era en echar la vista atrás para ver tragedias pasadas. Solo teníamos ojos para el futuro. La vida se abría, vibrante, ante nosotros para ofrecernos color, marcha, ligues, nuevas experiencias, amplios horizontes y autodescubrimientos varios, desde las hombreras hasta el tupé (afortunadamente una moda fugaz). No había espacio para el silencio y, menos, para aquel silencio triste y denso que se arrastraba por las........

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