La carpa del circo en la explanada de Nou Campanar ya se levantó la semana pasada.

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Ha llegado antes el circo que el frío. El cambio climático va tan rápido que la procesión del Corpus se deberá trasladar a la madrugada para que els cirialots y la Moma no se abrasen bajo sus ropajes a 45 grados al sol. Antes las carpas anunciaban la llegada de las fiestas navideñas. Ahora es pasar Todos los Santos, y empezar a poner las lucecitas navideñas en las calles, con un claro desprecio al Black Friday (y, por tanto, al Día de Acción de Gracias), a la Inmaculada Concepción, y también a la Constitución. Con tanto constitucionalista suelto no se entiende tanto desprecio a la una celebración que más de guardar parece que sea de desobedecer. No recuerdo si hay un artículo específico al circo en la Carta Magna, pero tal como vemos estos días, debería ser una de las artes vivas de máxima protección.

El romano.

El primer circo que hubo en la ciudad también ha vuelto con la inauguración del Centro de Arte Hortensia Herrero en el Palau de Valeriola. Las diferentes excavaciones de años y el posterior estudio arqueológico han datado que el circo romano de Valentia tenía unos 350 metros de largo por unos 70 de ancho (tres Mestallas seguidos) y ocuparía una superficie desde la actual calle de Barón de Petrés, por detrás del edificio de CCOO en la plaza de Nápoles y Sicilia, y sobrepasaría la actual calle de la Paz llegando hasta la calle de San Juan de Ribera, donde estaría la tribuna. Durante la coqueta restauración del Palau de Valeriola se encontraron restos del circo romano, que ahora se pueden apreciar en el sótano del Centro de Arte Hortensia Herrero, en un interesante doble plano de la València antigua y la más contemporánea. Una reflexión que debe llevar a la importancia del ocio y disfrute que daba la civilización romana a sus ciudadanos, los más importantes, no como ahora que se prioriza a los visitantes.

El inglés.

Aquellas competiciones de aurigas, pistas, jinetes y arena fueron siglos después las bases de circo moderno, gracias al jinete y acróbata inglés Philip Astley, considerado el padre del circo moderno en el siglo XVII, y que primero en Londres y luego en París reunió a los artistas de ferias en un escenario donde empezaron a actuar caballos amaestrados, que se enriquecería poco a poco con la incorporación de perros, osos, saltimbanquis, magos, equilibristas y monstruos trashumantes. Fue el propio Astley el primero en introducir a un payaso para divertir a los espectadores entre las secuencias ecuestres. Y de esa fusión romano-inglesa hasta nuestros días, siempre con vocación ambulante.

El sol de Navidad.

Fue el Cirque Du Soleil quien rompió la tradición de llegar a la ciudad por Navidad, pues en sus cinco visitas, solo una fue en diciembre: ‘Quidam’ (marzo de 2000); ‘Saltimbanco’ (en Navidad de 2003); ‘Dralion’ (mayo de 2006 y en el entonces solar de Corts Valencianes donde está ahora el medio Mestalla), ‘Corteo’ (junio 2011) y ‘Kooza’ (mayo 2018). Aunque siempre hubo algunos circos en esas fiestas tan entrañables. Ahora lo que nos falta por saber, es si con la vuelta del PP, con Vox, al ayuntamiento se pondrán ver de nuevo animales domados bajo las carpas.