Luce a lo lejos en el límite sur de la ciudad. Bien visible, como una metáfora de la arquitectura sanitaria: una secuencia de edificios o pastillas geométricas, blancas. Es el nuevo hospital La Fe. Cabe todo un pueblo entre sus habitáculos. Más de siete mil personas trabajan a diario allí, entre médicos (más de mil), enfermeras, personal auxiliar y administrativo. Además, tiene capacidad para hospitalizar a otros mil pacientes mientras sus consultas externas dan cuenta de más de 3.000 enfermos diarios… Se trata, no cabe duda, de un coloso sanitario que por esas extrañas reglas de la planificación atiende, sobre todo, a los ciudadanos que viven en las localidades de la Huerta.

Al otro lado del bulevar por el que se accede a La Fe se ha levantado todo un nuevo barrio de la ciudad. Torres de viviendas en una zona que han bautizado como Turianova y que sirven de sutura al abandonado y aislado distrito de Malilla. Hacia el este, el bulevar también crece, rematado por la espectacular cubierta del futuro pabellón deportivo que promueve Juan Roig. Y se anuncia la construcción de un nuevo centro hospitalario, este de carácter privado.

La Fe es un interminable dédalo de pasillos y ascensores, de salitas y despachos, de cafeterías y zonas de espera. Pero, sobre todo, cuenta con amplios espacios para quirófanos, donde se programan 30, 40 intervenciones diarias. Y dispone especialmente de habitaciones individuales: mil camas solitarias, mecanizadas y móviles que se transportan de aquí para allá en habitaciones dotadas de su propio baño, su sofá, su butacón y su pantalla de televisión.

Este macrohospital fue la gran obra del presidente Zaplana, atendiendo a la propuesta de FCC (Florentino Pérez) y a una inversión en torno a los 400 millones. Las habitaciones individuales constituyeron el reclamo de una sanidad pública que debía sobreponerse al empuje de la oferta privada, más cómoda y humana, aunque con muchos menos medios profesionales y técnicos. La aportación progresista consistió en ofrecer gratis la televisión a los enfermos.

Los recortes presupuestarios han afectado en La Fe a la logística. El personal se queja, con razón, de que deben administrar los numerosos permisos de entradas al complejo y los tubos que remite la farmacia con los medicamentos, o del mal funcionamiento del servicio de limpieza de la ropa que ahora está externalizado. El complejo arquitectónico, pensado de un modo funcional, ha sufrido variaciones internas al cerrarse muchos pasos y entradas para facilitar la seguridad y evitar tanta circulación interna, pero en cambio nadie ha pensado en una posible creatividad artística o decorativa para tanto espacio vacío ni se ha trabajado una mínima jardinería que diera algo más de vida natural al insulso ambiente hospitalario, particularmente en los intersticios exteriores de las diversas torres que muestran un paisaje entre metafísico y marciano. El verde relajante parece limitado a la vestimenta de los médicos.

Desde que el sueco Alvar Aalto legase a la modernidad el sanatorio de Paimio en los años 30, casi todos los hospitales son parecidos. Pastillas ordenadas, rectangulaceas, funcionalidad y pasillos. Menos, es más. Pero Paimio se encuentra junto a un bosque de abedules grandioso. Y en nuestro caso, La Fe está rodeada de solares y muladares, además de ser vecina de una desvencijada estación ferroviaria ceñida por matorrales, de un edificio del centro farmacéutico abandonado más de treinta años o de varios aparcamientos al aire libre en parcelas yermas. Nadie pensó –ni ha pensado– en la necesidad de urbanizar adecuadamente el entorno de esta miniciudad sanitaria. Dado que los hospitales actuales ya no cuentan con arquitectura recreativa, al menos podrían rodearse de unos adecuados jardines que mejorasen las sensaciones de los que enferman o les cuidan y sanan. Hoy es impensable un hospital distinto, como el modernista de San Juan de Dios que diseñó Francisco Mora en el marítimo o el primitivo del Peset con sus columnas salomónicas.

A pesar de atender a los pueblos de la Huerta y del ingente movimiento de personas que cada día acuden a La Fe, el transporte público brilla por su ausencia. Apenas pasa una línea de autobús por el bulevar, no hay conexiones con la Estación del Norte, ni se tiene prevista una alternativa como el tranvía ni nada que se le parezca. La Fe cumplirá trece años a finales de este mes y estuvo otros siete en obras, o sea que su planificación urbana supera las dos décadas, y en todo ese tiempo ningún Gobierno municipal –ni autonómico– ha tenido en consideración las necesidades de movilidad y de mejora del entorno del gran hospital. Todo lo contrario, a los profesionales de La Fe se les cobra el párking subterráneo que se construyó. Por eso tantos optan por dejar sus automóviles en los campos polvorientos que se embarran los días de lluvia. O tardan cerca de una hora en llegar allí.

La idea de los grandes hospitales parece en desuso. Se opta por espacios de dimensiones más pequeñas, más humanas. Pero es necesario también contar con un centro de referencia donde concentrar medios de última generación, ámbitos de investigación y contacto interdisciplinar entre equipos de especialistas. Eso es La Fe. Lo insólito es que los políticos no hayan descubierto todavía los miles de votos que circulan por sus largos pasillos, y sin atender a sus desvelos y necesidades cotidianas.

QOSHE - Cinco días en el hospital La Fe - Juan Lagardera
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Cinco días en el hospital La Fe

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12.11.2023

Luce a lo lejos en el límite sur de la ciudad. Bien visible, como una metáfora de la arquitectura sanitaria: una secuencia de edificios o pastillas geométricas, blancas. Es el nuevo hospital La Fe. Cabe todo un pueblo entre sus habitáculos. Más de siete mil personas trabajan a diario allí, entre médicos (más de mil), enfermeras, personal auxiliar y administrativo. Además, tiene capacidad para hospitalizar a otros mil pacientes mientras sus consultas externas dan cuenta de más de 3.000 enfermos diarios… Se trata, no cabe duda, de un coloso sanitario que por esas extrañas reglas de la planificación atiende, sobre todo, a los ciudadanos que viven en las localidades de la Huerta.

Al otro lado del bulevar por el que se accede a La Fe se ha levantado todo un nuevo barrio de la ciudad. Torres de viviendas en una zona que han bautizado como Turianova y que sirven de sutura al abandonado y aislado distrito de Malilla. Hacia el este, el bulevar también crece, rematado por la espectacular cubierta del futuro pabellón deportivo que promueve Juan Roig. Y se anuncia la construcción de un nuevo centro hospitalario, este de carácter privado.

La Fe es un interminable dédalo de pasillos y ascensores, de salitas y despachos, de cafeterías y zonas de espera. Pero, sobre todo, cuenta con amplios espacios para quirófanos, donde se programan........

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