Hay tres palabras que, casi siempre que las escucho, me chirrían y me suenan fuera de contexto. Una es ‘maricón’, otra es ‘guarra’ y la tercera es ‘subnormal’. Fonéticamente no son vocablos agradecidos y, si hago memoria, creo que nadie que insulta usando alguna de estas tres palabras me ha caído especialmente bien. En los tres casos, quien arremete contra otro utilizando alguno de estos apelativos suele sentirse superior al resto y busca hacerse el gracioso con su pandilla. El otro día, llegaba al gimnasio a las seis de la mañana cuando me crucé con un grupo de adolescentes que salían de una discoteca. Seis chavales gritaban «¡Guarras!» a dos chicas que caminaban por la acera de enfrente y que apretaban el paso a medida que ellos se envalentonaban. Cada vez que un chico vociferaba el insulto, el resto carcajeaba. Patético. Todas las mujeres hemos pasado por alguna situación parecida y no conozco a ninguna que no haya sentido miedo.

Decir que alguien es un ‘subnormal’ es creerse muy normal y eso, además de aburrido y poco creativo, suena a presuntuoso. No hay estado más difícil de definir que la normalidad. Puede que sea alguien ni muy simpático ni muy antipático, con un coeficiente intelectual en la media, que tiene una cuenta ahorro, trabaja cuarenta horas sin regalar un minuto a la empresa y empieza la semana deseando que ya sea viernes. O puede que sea alguien casado, que echa una cana al aire siempre que puede, con una hipoteca a largo plazo y que cuenta los días para su jubilación. Yo qué sé. Si lo que se pretende es comparar al denigrado con una persona con discapacidad intelectual, podemos afirmar que el denigrador es, además de aburrido, poco creativo y presuntuoso, cutre y casposo. He pensado en todo este preámbulo porque he leído que, por fin, PP y PSOE se han puesto de acuerdo para reformar el artículo 49 de la Constitución española que, a día de hoy, sigue llamando a las personas con discapacidad «disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos». Por favor, reformen que ya llevan retraso.

Tuve el honor de charlar con Telmo Irureta en el marco de unas jornadas organizadas por la iniciativa Apropa Cultura. El intérprete, ganador de un premio Goya al mejor actor revelación, va en una silla de ruedas y quién mejor que él para orientarnos sobre cómo desean ser nombrados los que, sea por el motivo que sea, necesitan apoyos para llegar donde la mayoría de gente llega sin ayuda. Él se sentía cómodo con la expresión ‘persona con discapacidad’. La clave está en no olvidarse de la palabra ‘persona’ y en no ser definido por alguna de tus peculiaridades. Prefiero que me llamen ‘mujer con manchas en la cara’ a ‘manchada’. Es una cuestión de respeto. Durante la conversación, Irureta también argumentó la importancia de una sociedad que permita que todos, independientemente de sus características personales, puedan llegar al lugar que desean. Da igual si se necesita más tiempo que otros, lo importante es poder llegar. Mientras escuchaba los aplausos que generaban sus reflexiones, pensé que hacía tiempo que no conocía a alguien tan extraordinario. Sentido del humor, coherencia, superación, humildad, sensibilidad y clarividencia.

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Persona, ésa es la palabra

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04.01.2024

Hay tres palabras que, casi siempre que las escucho, me chirrían y me suenan fuera de contexto. Una es ‘maricón’, otra es ‘guarra’ y la tercera es ‘subnormal’. Fonéticamente no son vocablos agradecidos y, si hago memoria, creo que nadie que insulta usando alguna de estas tres palabras me ha caído especialmente bien. En los tres casos, quien arremete contra otro utilizando alguno de estos apelativos suele sentirse superior al resto y busca hacerse el gracioso con su pandilla. El otro día, llegaba al gimnasio a las seis de la mañana cuando me crucé con un grupo de adolescentes que salían de una discoteca. Seis chavales gritaban «¡Guarras!» a dos chicas que caminaban por la acera de enfrente y que apretaban el paso a medida que ellos se envalentonaban. Cada vez que un chico vociferaba el........

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