Ha causado auténtica sorpresa el descubrimiento de una trama de corrupción en el PSOE, un partido limpio y casto, de probada honradez —cien años, ya más—, en el que nunca se había visto una cosa igual a lo del aizkolari Koldo. Los rostros demudados de los dirigentes han dado prueba del estupor. El de Sánchez en Marruecos, petrificado, nunca mejor dicho, por la noticia; las caras largas de ministros y ministras al pasar raudos y veloces ante las cámaras; el asco manifestado por la expresidenta de Baleares, hoy tercera autoridad del Estado, compungida por la certeza de que el contrato que adjudicó para comprar mascarillas no sólo llevaba una mordida, sino también una inexplicable renuncia a reclamar la devolución de la pasta, cortesía de fondos europeos. No es verdad, por cierto, que reclamara el día mismo en que cedió los trastos a la nueva presidenta. Lo explicó el portavoz del PP balear en La Noche de Dieter: se limitó a hacer un amago, a "mover papeles". Tal vez por si se descubría algo después, que cuando llegan los nuevos, ya se sabe.

A la estupefacción y la sorpresa se agregó enseguida un sentimiento más emotivo ante la reacción de Ábalos, el que puso a Koldo en la posición desde la que infligió el daño. El exministro y exsecretario de Organización, que había sido instrumental en la resurrección de Sánchez y fue destituido hace tres años, sin que se supiera bien por qué, resulta que no se prestaba a ser cabeza de turco, chivo expiatorio y cortafuegos del incendio. Se lo pidieron y se lo rogaron. Patxi López dijo que se lo pedían "desde hace tiempo", expresión que inyecta incertidumbre en la secuencia temporal de un caso que, según Sánchez, acaban de conocer. Hasta el semblante inexpresivo de Santos Cerdán, el padrino de Koldo en el partido, se retorcía mientras esperaba la decisión del cordero sacrificial. Le dieron un ultimátum, pero siempre desde el cariño, el afecto y la admiración que profesan al que reputan como gran socialista. Como gran socialista tenía que sacrificarse por el partido, para que la cúpula del partido pudiera salir airosa de la ciénaga. Pero Ábalos no ofrendó su acta y la tristeza y el dolor se apoderaron de sus antiguos compañeros, todos rotos porque el tipo quiere defender su honor en lugar de resolverles rápido la papeleta.

Pocas veces habremos visto, a cuenta de la corrupción, un espectáculo sentimental como el que ha dado la dirigencia socialista desde que el público tuvo conocimiento de esta trama. Como si el alarde de sorpresa, estupefacción, tristeza, dolor y desgarro pudiera hacer de un caso de corrupción en el PSOE un asunto absolutamente excepcional e inédito: lo nunca visto. Pero no es sólo un asunto más visto que el tebeo. También se veía venir. Éste es uno de los Gobiernos y uno de los partidos que más han "colonizado" cargos y puestos de todo tipo, uno de los que más y mejor ha colocado a los suyos. Y ése es el ecosistema perfecto para las corruptelas. Los Koldos se mueven ahí como pez en el agua. Se sienten seguros y a salvo. ¿Quién le chista al protegido? Pero no tiene sentido hablar de estas elementales cosas, porque la clave no hay que buscarla en ellas, ni en el Gobierno, ni en el partido. El problema está en otra parte. Los socialistas, con Sánchez a la cabeza, lo identifican con claridad: el partido corrupto es el otro. No se le den más vueltas. Si hay un caso de corrupción en el PSOE, no miren al PSOE: ¡miren al Partido Popular!

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Hay corrupción en el PSOE, ¡qué mala la corrupción del PP!

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29.02.2024

Ha causado auténtica sorpresa el descubrimiento de una trama de corrupción en el PSOE, un partido limpio y casto, de probada honradez —cien años, ya más—, en el que nunca se había visto una cosa igual a lo del aizkolari Koldo. Los rostros demudados de los dirigentes han dado prueba del estupor. El de Sánchez en Marruecos, petrificado, nunca mejor dicho, por la noticia; las caras largas de ministros y ministras al pasar raudos y veloces ante las cámaras; el asco manifestado por la expresidenta de Baleares, hoy tercera autoridad del Estado, compungida por la certeza de que el contrato que adjudicó para comprar mascarillas no sólo llevaba una mordida, sino también una inexplicable renuncia a reclamar la devolución de la pasta, cortesía de fondos europeos. No es verdad, por cierto, que reclamara el día mismo en que cedió los trastos a la nueva presidenta. Lo........

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