Hay infinitas formas de defender lo indefendible, pero una de las más temerarias es la que emplean los socialistas para ratificarse en la amnistía al golpe separatista. Más que afirmar, se jactan de que no les pasará factura en las urnas, con lo que la ausencia de coste electoral se eleva a prueba suprema de la justeza de un acto político. El partido de Sánchez ha recurrido otras veces, antes de Sánchez también, a la equiparación de la falta de castigo de los votantes con una absolución política y moral de acciones o decisiones contestadas. Es una vieja propensión suya la de presentar la victoria electoral como exculpación definitiva, pero resulta más chocante cuando no se puede hablar propiamente de triunfo en votos. El presidente del Gobierno reformulaba la cuestión hace unos días aludiendo a que después de la concesión de los indultos había tenido un millón de votos más. Implicaba que con la amnistía va a pasar lo mismo. O, siguiendo su lógica, que la ganancia será todavía mayor.

El millón de votos más el 23 de julio es lo único cierto —el único dato— de esta historia del gratis total que cuentan Sánchez y los suyos, desde la frontera entre el engaño y el autoengaño. Pero hay que recordar algo anterior. La primera cita electoral importante que hubo después de los indultos fueron las municipales y autonómicas del 28 de mayo, y ahí los socialistas mordieron el polvo. Sufrieron cuantiosas pérdidas no sólo en votos, sino en terreno tan capital como la cuota de poder. Se puede decir que el 28-M no hubo absolución para los indultos, sino claro y duro castigo, aunque indirecto: en el trasero de otros. Cómo y por qué se recuperaron los socialistas unos meses más tarde es discutible, pero no se puede discutir otro dato: la ganancia en votos del PP fue, en las generales, tres veces superior. Y no se le ha oído decir a Sánchez que esos tres millones de votos más absuelven a Feijóo del extremismo del que le acusa o confirman la bondad de su política de oposición.

Jactarse de que nada de lo que haces te pasa factura es temerario, porque dibuja al votante, al votante propio, como un tipo de tragaderas inmensamente grandes. Puede que ese tipo exista, pero no es aconsejable presumir de votantes que dan por buena cualquier cosa. Incluso los fans más devotos pueden sentirse ofendidos si se les reduce, una y otra vez, a una masa amorfa fácilmente influenciable. Las campañas electorales se diseñan para evitar que asome la capacidad crítica, para sepultarla bajo el fango emocional, pero no es cosa de alardear de esas tácticas todo el tiempo. Decir que nada te hace perder votos es como decir: "puedo hacer lo que me dé la gana, porque sois tan descerebrados y manipulables, que consigo que me votéis igual". Una fanfarronada así la hizo Donald Trump cuando en enero de 2016 dijo en un mitin que podía ponerse en medio de la Quinta Avenida, disparar contra alguien, y no perder un solo votante. Fuera de ese caso anómalo, ningún político se vanagloria de tener cheques en blanco de sus votantes. Nos habrá tocado la excepción.

QOSHE - La amnistía y el millón de votos - Cristina Losada
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La amnistía y el millón de votos

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22.12.2023

Hay infinitas formas de defender lo indefendible, pero una de las más temerarias es la que emplean los socialistas para ratificarse en la amnistía al golpe separatista. Más que afirmar, se jactan de que no les pasará factura en las urnas, con lo que la ausencia de coste electoral se eleva a prueba suprema de la justeza de un acto político. El partido de Sánchez ha recurrido otras veces, antes de Sánchez también, a la equiparación de la falta de castigo de los votantes con una absolución política y moral de acciones o decisiones contestadas. Es una vieja propensión suya la de presentar la victoria electoral como exculpación definitiva, pero resulta más chocante cuando no se puede hablar propiamente de triunfo en votos. El presidente del Gobierno........

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