Lo difícil en política no es hacer cerdadas. Como aprenden los jóvenes idealistas cuando dejan de ser lo uno y lo otro, eso es fácil y frecuente. Lo que no está al alcance de cualquiera es presentarlas, con gran convencimiento, como la mejor cosa del mundo. Hacer de la cerdada un acto virtuoso, ejemplar y benéfico, transformación que se verifica ante el público, sólo ante él y para él en exclusiva, es una maña menos común y corriente. O es innata o es fruto del aprendizaje, pero exige en cualquier caso carecer del sentimiento que llamamos vergüenza. Puede ser que no se tenga conciencia de que se hace algo malo ni conciencia de ningún tipo. Esas patologías se dan. Pero una cerdada política siempre se hace con plena conciencia, y exactamente así, con plena conciencia, ha perpetrado la Ley de Amnistía el partido de Pedro Sánchez.

Con plena conciencia de las falsedades con las que decidieron revestirla. Con conciencia plena de que nada tenían que ver con la realidad los motivos alegados, las finalidades pregonadas o las líneas rojas que han ido poniendo y traspasando hasta el final. Aún se oía el eco de su último "no se va a cambiar", cuando volvieron a cambiarla. Por eso, cuando sale un Bolaños a defender las bondades, no puede tener un solo átomo de vergüenza, ni uno, y debe salir agitado por el entusiasmo, vibrante de excitación, incluso felicitándose a sí mismo. Tan sobrados tienen que aparecer que se permiten repetir el mismo elogio o autoelogio, exactamente el mismo, con el que adornaron el adefesio de la ley del sólo sí es sí: la de amnistía, dijo Bolaños, va a ser "referente mundial". No se privan ni de tentar a la suerte.

Todos y cada uno de los embustes fabricados para hacer pasar por benéfica y virtuosa una ley que mancha la idea misma de ley, se han identificado, señalado y desnudado durante meses: desde que el día después del 23-J, aquello que no iban a hacer y era inconstitucional, decidieron hacerlo por la virtuosa y benéfica razón de que, si no, adiós al Gobierno. Tenían, como salida honrosa, la de convocar otra vez para no depender de los votos del prófugo. Pero no estaban para salidas honrosas ni heroicidades democráticas. Iban a hacer la cerdada, completa y sin paliativos. Como fuera y al precio que fuera. Sin marcha atrás. Y llegados al punto de no retorno, la única cuestión es cómo hacer que una pocilga parezca un hotel de cinco estrellas. Cómo hacer para que aquello que se sabe que es falso, sea aceptado a pesar de su falsedad. O por ella, que es lo que más refuerza a la falsedad. La inutilidad de identificar, señalar y desnudar, viene de ahí. Por eso, la impotencia de los argumentos. Nada verdadero, nada racional penetra allí donde se instala la necesidad de aceptar lo falso precisamente por su falsedad.

El blindaje que proporciona la falsedad es potentísimo. De haber actuado reconociendo la verdad, hoy estarían más débiles y peleados. La falsedad es un pegamento como pocos. Los que mienten juntos, permanecen juntos. Y la factura se retrasa o nunca llega. Hay países, el nuestro es uno de ellos, donde la mentira política raramente es otra cosa que un pleonasmo.

QOSHE - No tienen vergüenza - Cristina Losada
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No tienen vergüenza

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08.03.2024

Lo difícil en política no es hacer cerdadas. Como aprenden los jóvenes idealistas cuando dejan de ser lo uno y lo otro, eso es fácil y frecuente. Lo que no está al alcance de cualquiera es presentarlas, con gran convencimiento, como la mejor cosa del mundo. Hacer de la cerdada un acto virtuoso, ejemplar y benéfico, transformación que se verifica ante el público, sólo ante él y para él en exclusiva, es una maña menos común y corriente. O es innata o es fruto del aprendizaje, pero exige en cualquier caso carecer del sentimiento que llamamos vergüenza. Puede ser que no se tenga conciencia de que se hace algo malo ni conciencia de ningún tipo. Esas patologías se dan. Pero una cerdada política siempre se hace con plena conciencia, y exactamente así, con plena conciencia, ha........

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