Muchos dirigentes políticos y no pocos jefes de Gobierno han dimitido en países democráticos. Acosados por alguna crisis, pensaron lo que tenían que pensar en privado, tomaron una decisión y después, sólo después, se dirigieron a los ciudadanos para anunciar su dimisión. Recientemente, dimitió el primer ministro portugués, Antonio Costa, al verse implicado tangencialmente en un caso de corrupción que afectaba a ministros de su Gobierno. Sobre el papel, Costa es un socialista como Sánchez, pero Costa no es en absoluto como Sánchez a la hora de encarar responsabilidades y de mostrar responsabilidad. Ningún político serio, ningún político adulto, ningún político con sentido de la responsabilidad hace lo que ha hecho el presidente del Gobierno de España.

Debo decir que no he leído la carta y no pienso leerla. Igual que esquivo las películas malas y las novelas infumables, y que no hago ya ninguna concesión en ese terreno, también esquivo el contacto con lo que, en términos de Pla, llamaré pornografía política, la cual, con su sentimentalismo atroz, sus gesticulantes manos en el pecho y su beatitud autocomplaciente, reduce al ciudadano a un amasijo descebrado y perturba la sensibilidad de cualquiera que la tenga. No me voy a someter al kitsch de un presidente del Gobierno por muy presidente que sea. Porque kitsch es, y me atengo a Kundera: el kitsch son dos lágrimas en rápida sucesión; la primera lágrima dice: qué maravilla ver a unos niños corriendo sobre la hierba; la segunda lágrima dice: qué maravilla que me sienta conmovido por ver a unos niños corriendo sobre la hierba. Es la segunda lágrima la que hace el kitsch, kitsch.

Hay dos hipótesis políticas sobre las lágrimas de Sánchez. En una son, lógicamente, lágrimas de cocodrilo. Lagrimones para excitar la compasión, alentar una untuosa oleada de apoyo y arrinconar y castigar a los malignos que hacen sufrir al hombre enamorado. Ahí la hipótesis se bifurca. ¿Se quedará todo en un vacuo plebiscito sentimental o la ola compasiva dejará en la orilla una convocatoria electoral a por todas? En política los espectáculos no se montan por amor al arte. Ni que sea arte kitsch. Ministros, ministras, la nómina entera del partido lloran junto al enamorado, le ruegan que no se hunda y que no los deje solos, ¡buah! Al coro de llorones se unen los socios, que ven peligrar el favorable status quo, y el periodismo sentimental, pero casi nunca desinteresado. El espectáculo de esta troupe se llama: "Los políticos también son personas y tienen su corazoncito". Está expresamente prohibido para adultos. Pero las cuentas de Sánchez no salen. Por no poder, no puede hacer ni presupuestos. En su callejón sólo hay una salida.

La segunda hipótesis es que haya que tomar la carta en serio. El kitsch, esto lo decía Adorno, no puede o no quiere que se lo tome en serio, a la vez que postula seriedad. Dejémoslo en que la carta sea, con sus clichés empalagosos, una expresión sincera y que su estilo, el mismo que despierta sospechas, no haya podido ser otro. En esta hipótesis, la autocompasión suelta su última y ardiente lágrima y se complace en anunciar una retirada completa e irreversible de la política. Es una hipótesis improbable, casi imposible. Pero: tenemos a un grupo generacional de políticos que no han venido llorados de casa. De ambiciones elevadas y bajo umbral de frustración. La resistencia de Sánchez es una mitificación de un recorrido en el que se le ha llevado en andas. Si no teme ir al paro, como aquella vez, por qué no se va a retirar… por amor. Es eso o la matanza de San Valentín.

QOSHE - Plebiscito sentimental o matanza de San Valentín - Cristina Losada
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Plebiscito sentimental o matanza de San Valentín

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26.04.2024

Muchos dirigentes políticos y no pocos jefes de Gobierno han dimitido en países democráticos. Acosados por alguna crisis, pensaron lo que tenían que pensar en privado, tomaron una decisión y después, sólo después, se dirigieron a los ciudadanos para anunciar su dimisión. Recientemente, dimitió el primer ministro portugués, Antonio Costa, al verse implicado tangencialmente en un caso de corrupción que afectaba a ministros de su Gobierno. Sobre el papel, Costa es un socialista como Sánchez, pero Costa no es en absoluto como Sánchez a la hora de encarar responsabilidades y de mostrar responsabilidad. Ningún político serio, ningún político adulto, ningún político con sentido de la responsabilidad hace lo que ha hecho el presidente del Gobierno de España.

Debo decir que no he leído la carta y no pienso leerla. Igual que esquivo las películas malas y las novelas infumables, y que no........

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