Toda la política-ficción occidental en torno al conflicto entre israelíes y palestinos se levanta sobre la solución de dos estados como una suerte de bálsamo de Fierabrás que solucionará todo. En el momento en que los palestinos tengan estado propio, llegará la paz en el mundo. Puede que hasta Putin decida sacar a sus soldados de Ucrania, contagiado del espíritu de concordia que reinará en el universo conocido, y se retire a una dacha a pasear a caballo con el torso desnudo, fíjense lo que les digo. Pero esta ensoñación tiene dos problemas: los palestinos nunca han querido la paz ni hay previsión alguna de que la vayan a querer y, después del 7 de octubre, la sociedad israelí tampoco está muy a favor. Dos no acuerdan si ninguno de los dos quiere.

Los árabes que viven en los territorios palestinos no son étnica ni culturalmente diferentes de los árabes que viven en Israel ni de los que viven en Jordania ni, en general, de casi ningún pueblo árabe. De hecho, a nadie le extraña que el encargado de dotarles de un sentimiento nacional articulado, Yaser Arafat, naciera en El Cairo. Precisamente por eso, la única forma de identidad que los separa de los demás árabes es su oposición a la "entidad sionista", es decir, Israel. No es de extrañar, por tanto, que el 75% apoye una Palestina libre "del río al mar", es decir, que ocupe no sólo los territorios palestinos sino también Israel. Porcentaje idéntico al de quienes apoyan la masacre del 7 de octubre. Es decir, que suponiendo incluso que esta guerra realmente acabe con la destrucción de Hamás en Gaza, el problema de fondo persistirá. Y ese no es otro que lo único que une a los palestinos es su proyecto común de echar a los judíos al mar y ocupar sus tierras para transformarlas en otro estado árabe fallido. Como si no tuviéramos ya bastante con los otros veintidós.

Gaza fue el campo de pruebas perfecto para ver si realmente la solución de los dos estados era viable. Fue el odiado Ariel Sharon, del que dijeron las mismas barbaridades que hoy dicen de Benjamin Netanyahu, quien decidió que Israel se retirara unilateralmente de la Franja. Era el experimento fácil. Los judíos no tienen con Gaza el vínculo histórico y religioso que tienen con buena parte de Cisjordania, situada en Judea y Samaria, ni está lo suficientemente cerca de Tel Aviv como para resultar práctico como terreno para la expansión de sus suburbios. Por eso tampoco eran demasiados los judíos que vivían allí y fue relativamente sencillo desalojarlos. Desde 2005 Gaza fue un territorio autónomo donde los palestinos se gobernaban a sí mismos. Y lo primero que hicieron, al minuto siguiente de salir los israelíes, fue destruir los invernadores y las demás estructuras productivas que dejaron detrás. Después eligieron a Hamás para liderarlos, bajo esa vieja premisa tercermundista de "un hombre, un voto, una vez". Inmediatamente, una guerra civil. Y a partir de ese momento, incesantes ataques contra Israel, de los que sólo nos informan cuando, muy de vez en cuando, Israel contesta.

Ese es el resultado del experimento. Por eso, desde 2005 hasta hoy, la derecha no ha hecho más que crecer en Israel y el Partido Laborista, que gobernó hasta los 90 casi de forma continuada, es una fuerza testimonial en la Knesset. Aunque el fin de la era Netanyahu quedó escrito el 7 de octubre, a más largo plazo la matanza no hará más que acrecentar ese viraje a la derecha, que en Israel implica una postura más firme frente a los palestinos. De modo que, por más que "nunca" sea ciertamente una palabra muy larga, el estado palestino no va a existir en un futuro previsible. Si alguna vez llega, dudo que yo esté aquí para verlo.

¿Qué queda entonces? Netanyahu optó por convivir con el problema. Aunque con políticas distintas en Gaza y Cisjordania, la idea era aguantar con un relativamente pequeño número de israelíes muertos anuales sin cambiar esencialmente nada del statu quo. Queda por ver si cuando acabe la guerra contra Hamás se continuará por esa vía, con algunos cambios como el regreso del ejército israelí a Gaza y el exilio de parte de su población a otros países árabes, o si se llegará a plantear la posibilidad de empezar a expulsar a un gran porcentaje de la población palestina. Pero lo que no va a suceder es el nacimiento de un estado palestino.

QOSHE - Nunca habrá un estado palestino - Daniel Rodríguez Herrera
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Nunca habrá un estado palestino

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11.12.2023

Toda la política-ficción occidental en torno al conflicto entre israelíes y palestinos se levanta sobre la solución de dos estados como una suerte de bálsamo de Fierabrás que solucionará todo. En el momento en que los palestinos tengan estado propio, llegará la paz en el mundo. Puede que hasta Putin decida sacar a sus soldados de Ucrania, contagiado del espíritu de concordia que reinará en el universo conocido, y se retire a una dacha a pasear a caballo con el torso desnudo, fíjense lo que les digo. Pero esta ensoñación tiene dos problemas: los palestinos nunca han querido la paz ni hay previsión alguna de que la vayan a querer y, después del 7 de octubre, la sociedad israelí tampoco está muy a favor. Dos no acuerdan si ninguno de los dos quiere.

Los árabes que viven en los territorios palestinos no son étnica ni culturalmente diferentes de los árabes que viven en Israel ni de los que viven en Jordania ni, en general, de casi ningún pueblo árabe. De hecho, a nadie le extraña que el encargado de dotarles de un sentimiento nacional articulado, Yaser Arafat, naciera........

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